"Entrando a una reunión con los jefes", "A punto de irme de fin de semana con la yeni": éste es, tal vez, el tipo de mensaje más socorrido en las redes sociales. Por alguna oscura razón, hay personas que necesitan contarle al orbe civilizado la actividad concreta que están realizando en cualquier momento del día, en la confianza de que el dato es importante para la vida de los demás. No importa que se trate de acciones que todos llevamos a cabo de forma cotidiana, como tomar café o maldecir a Zapatero. Lo importante es contarlo y que haya alguien que tome nota de nuestra hazaña. El Twitter y el Facebook son, pues, la versión cibernética del mancuentro, que es como los sevillanos llamaban a los primeros modelos de teléfono móvil: porque el usuario, inevitablemente, comenzaba sus conversaciones con esa pintoresca yuxtaposición.
Muy pronto, la popularidad en las redes sociales será un mérito que los aspirantes a un puesto de trabajo, si es que queda alguno cuando Zapatero acabe su faena, incorporarán a su currículum en lugar destacado. Entre un tipo con varios estudios de posgrado en universidades de prestigio y otro con diez mil fans en Facebook, el empresario probablemente no dude a contratar al segundo, porque al menos don de gentes seguro que no le falta.
El activismo político, social y filosófico es otro campo a cuya promoción han contribuido de forma decisiva las redes sociales. Y es que cuando uno se mete en una red cibernética no lo hace sólo para comentar los sucesos de su quehacer cotidiano, sin duda apasionantes, o para compartir con el resto de seres humanos los frutos de su rica vida interior, sino para incorporarse como activista a alguna de los millones de causas perdidas que han encontrado en las redes de internet su perfecto acomodo. "Señoras que se santiguan cuando escuchan una confidencia", "Por la beatificación de la Mariprogre Desequilibrada de la Santa Ceja" o "Yo también me quedaba aislado cuando mi madre fregaba el suelo" son grupos que arraciman a cientos o miles de congéneres que han pasado por alguno de esos trances vitales. En esos pequeños clubes comparten las experiencias que les han llevado a coincidir con otros seres vivos en similares circunstancias.
También los políticos se han apuntado a la moda de twittear o facebookear, o las dos cosas juntas, en los casos más graves. Algunos, como Esteban González Pons, se muestran encantados de poder estar conectados permanentemente con sus seguidores y hasta dominan la jerga del mundillo, de forma que ya no postea en su blog, sino que, atención, "micropostea" en las redes sociales. Siendo ésta una forma completamente absurda de perder el tiempo, es normal que despierte pasiones entre los adolescentes y los políticos, los únicos grupos cuyos miembros no necesitan preocuparse de hacer algo productivo a lo largo del día.
Como fuere, lo cierto es que las redes sociales han conseguido competir en igualdad de circunstancias con la única línea de negocio hasta el momento rentable en internet, que, como todo el mundo sabe, es la del consumo de pornografía. El empleo en el sector de la comunicación social por internet ha crecido, los beneficios económicos han aumentado y, sobre todo, los problemas de desgaste de la médula espinal y del nervio de la vista van necesariamente a disminuir. A ver si el ministerio de la Trini nos ofrece pronto la estadística.
Muy pronto, la popularidad en las redes sociales será un mérito que los aspirantes a un puesto de trabajo, si es que queda alguno cuando Zapatero acabe su faena, incorporarán a su currículum en lugar destacado. Entre un tipo con varios estudios de posgrado en universidades de prestigio y otro con diez mil fans en Facebook, el empresario probablemente no dude a contratar al segundo, porque al menos don de gentes seguro que no le falta.
El activismo político, social y filosófico es otro campo a cuya promoción han contribuido de forma decisiva las redes sociales. Y es que cuando uno se mete en una red cibernética no lo hace sólo para comentar los sucesos de su quehacer cotidiano, sin duda apasionantes, o para compartir con el resto de seres humanos los frutos de su rica vida interior, sino para incorporarse como activista a alguna de los millones de causas perdidas que han encontrado en las redes de internet su perfecto acomodo. "Señoras que se santiguan cuando escuchan una confidencia", "Por la beatificación de la Mariprogre Desequilibrada de la Santa Ceja" o "Yo también me quedaba aislado cuando mi madre fregaba el suelo" son grupos que arraciman a cientos o miles de congéneres que han pasado por alguno de esos trances vitales. En esos pequeños clubes comparten las experiencias que les han llevado a coincidir con otros seres vivos en similares circunstancias.
También los políticos se han apuntado a la moda de twittear o facebookear, o las dos cosas juntas, en los casos más graves. Algunos, como Esteban González Pons, se muestran encantados de poder estar conectados permanentemente con sus seguidores y hasta dominan la jerga del mundillo, de forma que ya no postea en su blog, sino que, atención, "micropostea" en las redes sociales. Siendo ésta una forma completamente absurda de perder el tiempo, es normal que despierte pasiones entre los adolescentes y los políticos, los únicos grupos cuyos miembros no necesitan preocuparse de hacer algo productivo a lo largo del día.
Como fuere, lo cierto es que las redes sociales han conseguido competir en igualdad de circunstancias con la única línea de negocio hasta el momento rentable en internet, que, como todo el mundo sabe, es la del consumo de pornografía. El empleo en el sector de la comunicación social por internet ha crecido, los beneficios económicos han aumentado y, sobre todo, los problemas de desgaste de la médula espinal y del nervio de la vista van necesariamente a disminuir. A ver si el ministerio de la Trini nos ofrece pronto la estadística.