Se dedicaban a obtener fotografías y videos de supuestas agresiones sexuales a niños de entre uno y cinco años. Las imágenes han sido calificadas de horripilantes. En uno de los vídeos dos hombres jóvenes parecen violar a un niño, de alrededor de un año de edad, que tiene en su mano un billete de tren de Cercanías de Atocha. Por ese detalle y por otros dos: una toalla del Hospital La Paz, que puede verse en el encuadre, y un teclado de ordenador con la letra eñe, los investigadores han podido determinar que se trata de un vídeo rodado en España.
Las imágenes son obscenas, provocadoras, monstruosas. De las que hacen enrojecer al ministro del Interior.
Por otro lado, son fotos y películas que circulan desde hace tiempo. Ya en los primeros momentos de la Red, cuando como periodistas de investigación buscábamos asuntos que tratar, era fácil toparse con este tipo de material bestial. La pederastia internacional se intercambia videos sádicos, composiciones y fotos de niños muy pequeños, por supuesto bebés, expuestos a la contemplación para producir estímulo sexual en individuos con buena posición económica que disponen de equipo informático y conexión ADSL.
De hecho, dos de los detenidos, que hay que reseñar tienen sólo 23 años, son expertos en las nuevas tecnologías. El presunto cerebro de la actividad, al que se conoce como Nanysex –observen el sobrenombre que sugiere sexo y cuidado de niños–, es un profesional que se dedica a la reparación e instalación de equipos informáticos. Incluso utilizaba conexiones de prueba de sus clientes para intercambios sádico-pornográficos.
Ahora un juez tendrá que determinar si se trata de auténticas violaciones brutales a bebés o de una simple representación, un montaje para engañar a pederastas ávidos de emociones. En cualquiera de los dos casos, las víctimas sufren y se les provocan graves daños. Pero la diferencia está en que las penas a que se arriesgan varían mucho y pueden llegar a los 15 años de castigo por cada delito. Uno de los detenidos está acusado de al menos seis abusos, aunque se habla de decenas.
Entre los capturados los hay que sólo están imputados por tenencia o intercambio de pornografía infantil. De modo que cuando estallaron los grandes escándalos pederastas de Bélgica, con Marc Dutroux, e Inglaterra nos preguntábamos si es que aquí no había delincuentes de los que se persiguen con saña en toda Europa. Hay una lucha internacional incesante contra la pederastia. En efecto, para escándalo de policías y sorpresa del ministro, parte del material que circula por internet se fabrica en España. Así que los niños víctimas de abusos no son sólo pequeños tailandeses o sudamericanos de países pobres, también españolitos de la democracia, a los que pese al ejemplo del entorno ha sido imposible proteger hasta ahora.
Los pederastas son individuos de las clases medias y altas, normalmente bien acomodados, amantes del turismo sexual, que o sufren una incapacidad para relacionarse con adultos y eligen el abuso de niños o simplemente están de vuelta de todo y practican la aberración. En cualquier caso, siempre sorprende la captura de uno de estos monstruos,. porque suelen llevar una doble vida. Se encuentran enmascarados bajo actividades respetables: algunos son profesores –para acercarse con mayor impunidad a los niños–, otros tienen una tienda que es tapadera del tráfico ilícito.
El caso que nos ocupa demuestra que en nuestro país se produce material pornográfico de la mayor bestialidad y no sólo se consume una parte de todo el que circula. Los presuntos implicados, bajo la apariencia de ocupaciones respetables, disponían de equipos de fotografía y grabación, escenificaban escenas del peor sexo y las ofrecían a los consumidores. Funcionaban así porque existe un mercado potencial muy amplio que genera enormes beneficios. A veces actuaban ellos mismos como protagonistas de las agresiones. Incluso hay pruebas innegables, puesto que la policía científica detecta rostros borrosos e identifica escenarios de grabación.
Obtenían los niños de dos formas: bajo engaño a los padres, aunque se investiga si algunos de éstos colaboran voluntariamente, y haciéndose pasar por cuidadores de bebés, ofreciéndose como canguros, lo que aprovechaban para abusar de los niños.