¿Cuánto hace, por otro lado, que no le dedica media hora de atención (con sus 30 minutos y sus 1.800 segundos) a algo en concreto? A la contemplación de un cuadro, a escuchar una pieza musical, a leer, a mirar simplemente cómo juegan sus hijos. Sin interrupciones, sin pausas. Sin que suene el teléfono móvil en el momento menos adecuado, sin caer en la tentación de levantar la mirada y dejarse absorber por un anuncio de la tele, sin mandar un SMS compulsivo que no puede esperar 1.801 segundos a ser enviado...
Hace cinco décadas, el filósofo Max Picard advirtió: "Nada ha cambiado más la naturaleza humana que la pérdida del silencio". En pleno siglo XXI, Ed Schlossberg, creador del ESI Design, una empresa dedicada a confeccionar espacios innovadores de diseño, ha afirmado que "la atención será el bien más escaso y preciado en el futuro".
Prestar atención a un solo objeto, dejar de recibir información por un instante, de consumir contenido, imágenes, sonidos, alertas, llamadas es hoy casi imposible. Usamos las nuevas tecnologías que nos conectan al mundo de los mensajes, los tuits, las entradas de Facebook, las alertas de Google, las alarmas del teléfono móvil, las noticias de nuestros RSS, las invocaciones de Whatsapp, 24 horas al día, estemos donde estemos. Sólo cuando subimos al avión y la azafata nos obliga a apagar nuestros dispositivos electrónicos podemos permitirnos el lujo de sentirnos ajenos, solos. Pero entonces buscamos con avidez qué película van a poner.
Schlossberg dice añorar los tiempos en que el arte ofrecía un espacio para el silencio y la atención. El cuadro estático y el espectador inmóvil se mantenían unidos, intercambiando radiaciones en el espectro visible, sin emitir un solo ruido. La contemplación es un lujo de otra época. Por eso resulta tan soprendente que uno de los títulos cinematográficos más prometedores del año, aplaudido unánimemente en Cannes, candidato a los Oscar, uno de los filmes que más ruido ha hecho, sea, precisamente, una película muda. Una película sin diálogos en medio del año 2011, The Artist, de Michel Hazanavicius.
Doctores tiene esta casa, muchos y muy buenos, para hincar el diente a los aspectos cinematográficos de la cinta, que tiene una pinta estupenda. A mí sólo se me antoja una reflexión a lomos de la ciencia.
El ser humano lleva más de un millón de años poseyendo el silencio. La quietud y la ausencia de ruido son parte del paisaje natural como lo son el viento o el cielo. Nos hemos adaptado al silencio, y sin él no podríamos sobrevivir. Tanto es así que, aunque parezca mentira, podemos oírlo. Una investigación liderada por el neurólogo Antonio Damasio, del Instituto de Creatividad y Cerebro de la Universidad del Sur de Los Ángeles, demostró cómo reaccionan nuestras neuronas ante la ausencia de estímulos sonoros. El experimento situó a varios voluntarios frente a una pantalla de televisión en la que se emitían diferentes imágenes sin audio: perros ladrando, niños que lloran, golpes, vasos que se hacen añicos, explosiones... Las imágenes de escáner de los cerebros de los participantes arrojaron una conclusión sorprendente: las áreas cerebrales del córtex auditivo se activaban también con las imágenes que supuestamente llevaban aparejado un sonido potente, aunque el individuo no estuvieran oyendo nada.
La relación entre el aparato visual y el auditivo, como la que hay entre el aparato auditivo y otras áreas del cerebro que tienen que ver con nuestro comportamiento, evidencia hasta qué punto el sonido puede influir en nuestro organismo, en nuestro estado de ánimo, en nuestra salud. Hasta qué punto es importante el momento, siquiera breve, del silencio. Que se lo digan si no a los sufrientes ciudadanos que habitan en las proximidades de un aeropuerto.
Otro reciente estudio sobre el silencio es aún más llamativo. Un equipo de investigadores de la Universidad de Oregón indagó en las sinapsis neuronales de un grupo de voluntarios mientras escuchaban un discurso. Al hacerlo descubrieron que, en contra de lo que se creía hasta ahora, existen dos canales neuronales diferentes para procesar el inicio y el final de los sonidos. Dicho de otro modo, nuestro cerebro usa un set de neuronas para oír y otro para dejar de oír. No tenemos una neurona que se activa cuando escuchamos y se desactiva cuando no escuchamos: lo que tenemos es una neurona que se activa al escuchar y otra que se activa al no escuchar.
Lo importante de este hallazgo es la demostración de que nuestro cerebro está preparado para dejar de recibir ruido. Además, estos dos canales neuronales están íntimamente relacionados con las áreas del cerebro que procesan el lenguaje, la memoria y el aprendizaje. De alguna manera, estas neuronas del silencio son las encargadas de detectar, en medio de una frase, los espacios entre palabras para determinar cuándo empieza una y cuándo acaba otra.
Son neuronas especializadas en la pausa (bendita virtud también en peligro de extinción), el espacio en blanco, el aliento, el silencio...
Necesitamos cerrar los oídos tanto como necesitamos de vez en cuando cerrar los ojos. Pero el mundo en el que vivimos nos lo hace cada vez más difícil. En una entrevista reciente, Michel Hazanavicius usaba una metáfora digna del mejor divulgador científico. Ésta:
El silencio es como el cero en matemáticas. Muchos creen que no vale nada, que representa el vacío. Pero, si ocupa el lugar adecuado, puede ser muy poderoso.