Si no supiéramos a ciencia cierta que los virus no tienen conciencia, la manera en que actúan nos parecería no sólo inteligente, sino que podríamos asegurar que son poseedores de una mente maquiavélica. Sólo así se entiende que puedan causar epidemias que la medicina es incapaz de controlar.
El sida es una de ellas. Los medicamentos actuales sólo controlan la enfermedad, pero son incapaces de borrar los agentes virales del organismo, infectado para siempre. La eficacia de estos microbios radica en su simpleza, que podemos considerar extrema: una hebra de material génico, ADN o ARN, una cápsula de proteínas que lo protege y poco más. Con estas armas, un virus puede burlar los sofisticados sistemas defensivos del organismo humano, destruir a sus soldados y misiles teledirigidos –los anticuerpos– y matar a un hombre. Son tan incomplexos que ni siquiera disponen de las piezas mínimas para reproducirse. De ahí que tengan que infectar las células y literalmente secuestrar su maquinaria celular para hacer miles de millones de copias de sí mismo. El secuestro siempre tiene un triste final: la muerte del huésped.
A nivel miscroscópico la vida se mueve por afinidades químicas, uniones y desuniones que, vistas desde la racionalidad humana, parecen intencionadas, planificadas por una mente ágil de reflejos. En efecto, que el virus de la inmunodeficiencia adquirida, el VIH, ataque a ciertos tipos de glóbulos blancos de nuestro organismo obedece sencillamente a cuestiones de "buen rollo" químico: la superficie de estas células tienen receptores –porteros bioquímicos que dan paso a moléculas con el pase adecuado– que desafortunadamente se acoplan como la llave en la cerradura.
Normalmente, el VIH dirige su ataque a los mencionados glóbulos blancos sanguíneos, en concreto los linfocitos CD4. Una vez dentro, fotocopian su material genético, y al cabo de un tiempo emergen los nuevos virus, para continuar con la misma estrategia. Pero a veces sucede algo imprevisto: el virus deja de replicarse y entra en latencia. Como una bella durmiente, permanece al abrigo de su hospedador durante años antes de reaparecer para fabricar nuevos agentes virales.
Esta latencia es considerada por los científicos una de las razones más importantes por las que los medicamentos no pueden erradicar el VIH de los pacientes. De ahí que desentrañar los mecanismos por los que ocurre esto constituya uno de los mayores retos en la lucha contra una epidemia que desde el momento de su aparición, en los años 80, se ha cobrado la vida de más de 22 millones de personas y que hoy afecta a más de 42 millones.
Pero ¿qué príncipe azul despierta con un beso al virus durmiente? Durante mucho tiempo los investigadores han intentado explicar, sin mucho éxito, la forma en que el VIH toma la decisión de entrar en latencia o de continuar multiplicándose en una célula determinada. Un equipo de investigadores del Instituto Médico Howard Hughes (HHMI) en la Universidad de California, en Berkeley, cree haber dado con al menos una de la claves. Como afirman los autores del estudio en el último número de la revista Cell, existen evidencias de que el virus podría adormecerse en algunas células aprovechándose del comportamiento molecular aleatorio de las mismas, es decir, fluctuaciones al azar en el funcionamiento de sus genes.
Hasta la fecha, la mayoría de los científicos había abordado el estado de latencia del VIH desde un enfoque determinista que se basaba en la creencia de que el sistema de encendido y apagado viral sólo podía actuar de una manera predeterminada. A la luz de la nueva investigación, estaban equivocados. En palabras del investigador principal, Leor Weinberger, estudiante postdoctoral en la Universidad de Princeton, "cualquier célula que se infecta puede tomar uno de los dos caminos". Esto es, o dormirse o multiplicarse sin descano.
En realidad, el hallazgo no es del todo novedoso, ya que en los años 90 el investigador del HHMI Adam Arkin demostró que las fluctuaciones aleatorias de la operatividad génica viral pueden influir en la latencia de un virus bacteriano. A la vista de esto, Weinberger se ha preguntado si podía ocurrir lo mismo con el VIH. Para responder a esta respuesta se alió con Arkin y contactó con David Schaffer, del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de California en Berkeley. "Nadie había demostrado antes que este tipo de 'ruido' en la expresión génica podría afectar el fenotipo en células mamíferas infectadas", comenta Weinberger.
El trío se puso manos a la obra. Crearon un vector tipo VIH-1, un virus de laboratorio que puede colarse en células humanas, y lo equiparon con un componente clave de la maquinaria de replicación del VIH: el gen llamado Tat. Éste facilita la transcripción o copia del genoma completo del VIH en su versión ARN a la de la célula, que es de ADN. Incluso se copia a sí mismo, lo que crea un ciclo de retroalimentación positivo: si una pequeña parte de Tat está cerca, entonces el genoma del VIH se transcribe eficientemente, lo que hace más Tat, y así sucesivamente. Ahora bien, si una célula no tiene ningún Tat, entonces el ARN viral no se transcribirse y, al ser incapaz de hacerlo, el virus se vuelve latente.
Cuando los científicos infectaron cultivos de células humanas con su vector viral encontraron que las células que inicialmente producían pocos virus eran muy inestables: después de unos días, todas ellas o sintetizaban muchos virus o ninguno. Weinberger tomó una de estas células humanas "levemente infectada" e hizo que se multiplicara para obtener copias clónicas. Al observar la progenie se encontró con que no todas las células tenían el mismo comportamiento: algunas aumentaron su expresión viral y otras la desactivaron.