A finales de noviembre, el semanario Le Point publicó una exclusiva médica: la realización con éxito del primer trasplante de cara por parte de un equipo de cirujanos del hospital Edouard Herriot, en Lyon. La receptora era una mujer de 38 años cuyo rostro había quedado gravemente desfigurado unos meses antes debido a las mordeduras de unos perros. Éstos le arrancaron de cuajo una parte de la nariz y los dos labios, lo que hacía imposible una reconstrucción mediante técnicas tradicionales.
Los cirujanos le propusieron una solución insólita: trasplantarle parte del rostro de un cadáver, una posibilidad que ya había sido planteada por varios cirujanos de talla internacional para acometer reparaciones faciales hasta ahora intratables.
En este asunto nos las hemos tenido con informaciones confusas, sensacionalismos y falsos debates bioéticos. Aparte de la forma en que se ha producido y publicado la noticia, que sí puede ser criticable desde el estamento médico, la operación puede significar una avance importante para solventar las secuelas, a veces terribles, que dejan los accidentes, los cánceres y las taras congénitas. A pesar de estos posibles beneficios, numerosas voces se han levantado para censurar la operación y aventurar las trabas éticas, por su impacto psicológico, que acarrearían los trasplantes faciales.
Se ha llegado a oír que el rostro hay que quitárselo al donante cuando aún está vivo, lo cual es radicalmente incierto: se confunde la muerte cerebral con la asistencia mecánica para mantener las funciones vitales del cuerpo ya sin vida y poder extraer los órganos. Se ha criticado la intervención por las secuelas psicológicas que puede acarrear para el receptor, cosa que es cierta, pero hasta extremos que rozan la ciencia ficción y que no se ciñen de ningún modo al rigor científico. Incluso se ha propuesto proscribirla para impedir que los terroristas puedan cambiar de identidad. A éstos, sin duda alguna, les impactó Face off (cara a cara), una película de John Woo en la que un agente especial del FBI (John Travolta) intenta localizar un arma biológica escondida en Los Ángeles por un sádico terrorista (Nicolas Cage). Para conseguirlo, se somete a una operación quirúrgica en la que acabará teniendo el rostro de su enemigo. Pero la mala suerte hace que éste haga exactamente lo mismo, o sea, ponerse el rostro de su persecutor. A estos visionarios hay que decirles que estén tranquilos: la realidad de los trasplantes faciales discurre por otros derroteros.
Afortunadamente, el editorial del último número del prestigioso The British Medical Journal (BMJ) centra el debate en términos médicos y califica la intervención como una nueva opción que tener en cuenta en la reconstrucción de graves lesiones faciales. En la actualidad, los cirujanos son capaces de realizar remodelaciones del esqueleto facial antes impensables: con la ayuda programas informáticos e imágenes médicas, pueden determinar con una precisión exquisita el alcance de las lesiones o malformaciones óseas del rostro y planificar los pasos de la cirugía. Luego, con minisierras, extraen fragmentos de huesos del propio paciente y los remodelan para que encajen en la zona dañada. También desplazan piezas óseas a su antojo, e implantan prótesis para cubrir las zonas en las que falta tejido óseo. Y sujetan los fragmentos de hueso con placas y tornillos de titanio que en ocasiones no sobrepasan el milímetro de longitud. Medioseccionando los huesos y colocando unas varillas metálicas unidas a un ingenio que recuerda a un calibre de precisión, hacen que se dilaten. Es la llamada "distracción ósea". Y, mediante expansores, dilatan la piel de un lugar del cuerpo y la conducen hacia donde falta.
A veces, los destrozos provocados por un accidente o un cáncer maligno, como los de ojos, boca y nariz, son imposibles de reparar o rellenar mediante cirugía. Entonces entran en escena los anaplastólogos, los especialistas en esculpir en diferentes materiales, y con un realismo espectacular, las partes del cuerpo que se han perdido: orejas, narices, mentones, dentaduras, mandíbulas con paladares de quita y pon.
A pesar de todos estos avances, algunas lesiones faciales son imposibles de atajar. En su auxilio sale el trasplante de cara, la última frontera de la cirugía reconstructiva. Desde hace tiempo, los expertos la vienen contemplando como un desafío técnico, pero clínicamente posible. El tiempo les ha dado la razón. Ahora, el debate se centra en determinar hasta qué punto puede beneficiar al trasplantado en términos de funcionalidad, estéticos y psicológicos, frente al riesgo que conlleva la inmunodepresión. En efecto, para evitar el rechazo de la nueva cara hay que administrar de por vida una terapia inmunosupresora.
El BMJ refiere que el Real Colegio británico de Cirujanos identificó hace dos años los principales problemas médicos que pueden surgir ante un trasplante facial: selección de pacientes, consentimiento informado, impacto psicológico –sobre todo, debido al cambio de identidad–, y el mencionado asunto de la inmunosupresión, que, por cierto, es común a cualquier trasplante.
La selección de los pacientes es sumamente importante, ya que quienes se sometan al trasplante de rostro han de obtener un doble beneficio: por un lado, el restablecimiento de las funciones faciales, como las expresiones, el parpadeo de los ojos o el cierre de la boca; por el otro, la integración e interacción social, que constituyen el eje central de las acciones psicológicas y quirúrgicas de la nueva cirugía.
En este sentido, los tres grupos de cirujanos implicados en el implante facial, que se hallan en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, han desarrollado diferentes técnicas para tratar a diferentes grupos de pacientes. Los cirujanos franceses, por ejemplo, se han centrado en el trasplante facial central, que incluye los labios, la nariz y la barbilla. Estos tres elementos son muy difíciles, si no imposibles, de reconstruir adecuadamente utilizando los métodos convencionales. Los británicos, sin embargo, se han especializado en la reparación de las caras afectadas por grandes quemaduras; y los estadounidenses, que comenzaron con la reconstrucción craneofacial, han adoptado la línea británica.
A pesar de las diferentes técnicas de abordaje, el terceto quirúrgico está de acuerdo en una cosa: la elección de los pacientes adecuados es vital para afrontar las complicaciones que pueden derivarse del cambio de rostro. Sin duda alguna, no quieren que les pase lo mismo que ocurrió con el primer trasplantado de mano, Clint Hallam: en febrero de 2001 rogó a sus cirujanos que se la amputaran, en vista del rechazo físico y psicológico que experimentaba hacia el miembro.
¿Y qué puede decirse de la inmunodepresión? Como cualquier otra persona que ha recibido un órgano, los trasplantados de cara han de tomar fármacos inmunodepresores de por vida para impedir que el nuevo rostro sea rechazado por su sistema inmunológico, pero sin anular la eficacia de éste para combatir las infecciones y los cánceres. Pero este sacrificio puede ser compensado con la mejora en la calidad de vida, como se ha observado en las personas a las que se ha implantado una mano procedente de cadáver en los últimos seis años, salvo en el caso de Hallam. Estas personas sabían de antemano a qué riesgos se exponían.
El editorial del BMJ no pasa por alto el impacto psicológico que puede causar la remodelación facial. Advierte que un cambio psicológico ante el nuevo rostro no implica necesariamente un problema psicológico. Los cirujanos hacen hincapié en aclarar que el trasplante facial se propone siempre como un beneficio potencial para la persona sin rostro, ya que su objetivo es mejorar las funciones de piezas vitales perdidas, la estética y los escollos psicológicos causados derivados de tener una cara completamente desfigurada. Están convencidos de que es posible anticiparse a e incluso planificar el impacto psicológico que tendrá en el paciente, a medio y largo plazo, una nueva identidad facial.
Algunos expertos en leyes se muestran preocupados ante la posibilidad de transferir la identidad del donante al receptor. Pero los cirujanos insisten en que esta transferencia no se produce.