Todas esas cosas hacen que uno disfrute de la Navidad. Pero hay una pega. Y es que la Navidad es también el tiempo en que las ONG no paran de darte consejos sobre la forma más inteligente de consumir.
Estos tíos se empeñan cada año en amargar las fiestas a los demás a base de crearles mala conciencia. Es que te comes un carabinero fresco o abres una botella de cava de cincuenta euros e inmediatamente se te vienen a la mente las imágenes de los jóvenes comprometidos que apedrean Mc Donald's, apalean policías, o sea, que luchan por un mundo más justo; y tú ahí, saboreando los manjares típicos de estas fechas, ajeno a su sacrificio por la Humanidad. Y claro, los manjares de marras te acaban sentando como un tiro.
Las organizaciones solidarias no quieren que gastemos más de lo necesario. No pregunten por qué, pero el caso es que no les gusta. Y el caso es que nadie ha llegado a definir eso de "gastar lo necesario". ¿Hay que gastar sólo lo necesario para no morirnos de hambre? ¿Para no quedar como un cateto agarrao con los regalos?
¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién se atreve a decirle a alguien qué es lo que necesita y lo que no? Ante esta indefinición teórica, lo único sensato es dar rienda suelta a nuestra avidez consumista y practicar con denuedo la noble virtud del egoísmo.
Gastar mucho dinero en la Navidad es lo menos que pueden hacer las personas decentes. Han de comprarse caprichos y, llegado el caso, hacer algún regalo a los seres queridos. Todos trabajamos para el Estado, en este caso para Z y sus chicos, una media de tres meses al año, de tal forma que lo que ganamos en ese periodo lo ingresamos íntegramente en las arcas públicas para financiar cosas tan imprescindibles como la Educación para la Ciudadanía, los miles de observatorios de la Administración o el cine español. Por tanto, estamos legitimados también para dedicar una mensualidad a darnos esos caprichos de los que habremos de prescindir el resto del año. ¿O es que vamos a querer más a Javier Bardem que a nuestros hijos?
Es importante consumir mucho en estas fechas entrañables, en las que Dios se hace hombre y El Corte Inglés de oro; especialmente cosas que en realidad no necesitas: ahí está la gracia. Porque eso de los regalos útiles es una estafa intelectual que sólo utilizan los roñosos. Los calcetines y los gayumbos de algodón 100% son prendas muy interesantes, pero eso ya se lo compra uno cuando lo necesita (si es que lo necesita). En Navidad no se puede regalar algo así, salvo que te hayas desprendido de cualquier vestigio de decencia.
Hay que regalar cosas absurdas que sepas que van a hacer una especial ilusión a quienes las reciban. El cura de mi pueblo lo comprendía perfectamente. Cuando yo era pequeño, el buen señor regalaba cada Nochebuena una botella de excelente brandy al pobre oficial del pueblo, a quien las almas caritativas inundaban durante esos días de bufandas, guantes y botes de fabada. Cuando el pobre anciano recibía la botellita de espirituoso que le daba el cura... es que le cambiaba la cara. Para él, la Navidad empezaba realmente en ese momento.
Consumamos mucho en estas fiestas. Gastemos dinero en abundancia y olvidémonos de las chorradas de los izquierdistas megasolidarios, que buscan arruinarnos la Navidad porque son una panda de resentidos. Además, consumiendo a destajo contribuimos a mejorar la economía del país, creamos puestos de trabajo y los fabricantes de los más disparatados cacharros electrónicos por fin pueden vaciar sus almacenes.