Antes de conocer, furtivamente, a Pablo Neruda yo ya había leído poemas suyos, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Residencia en la Tierra y muchos más, hasta ese horrendo Canto general, que nunca me gustó, incluso cuando comulgaba con esa rueda de molino, esa gigantesca estafa del comunismo, que siempre hacía lo contrario de lo que proclamaba. Considero el Canto general un intento fallido de escribir una Ilíada moderna y comunista, bastante repelente. Resumiendo: a mí me gusta el Neruda poeta, pero nunca me ha gustado el Neruda propagandista, mayordomo de Stalin and Company.
A Matta, quien nos lo presentó, le conocí antes, porque cuando Nina tenía su célebre galería, calle del Dragón, con el nombre de Nina Dausset (apellido de su primer marido), Matta figuraba entre los pintores que exponía. Cuando leo los interminables elogios de Jorge Edwards a Neruda, hasta en sus últimos artículos, incluso cuando no viene a cuento, me sorprendo, porque en nuestras cenas en casa de Matta, Bulevar San Germán, Neruda siempre me pareció un perfecto imbécil, y me extrañaba que un tipo así hubiera podido escribir algunos buenos poemas. Se pasaba el tiempo haciendo estúpidas bromas infantiles, con caretas de cartón y nariz postiza, y en cuanto a la brillantez en la conversación, Matta era infinitamente superior. Lo cierto es que el pintor tenía mucha labia, y no faltan los testimonios a este respecto. Se podría pensar que en esos momentos de ocio y relajación Neruda, después de horas de discusiones teosóficas, se permitía jugar como un niño bobo ante niños analfabetos. Había algo de desprecio en sus estúpidos disfraces de carnaval.
Evidentemente, esos toques superficiales no permiten juzgar realmente a una persona, pero todo lo que sé de Neruda me parece grotesco, o algo peor (salvo algunos de sus poemas, repito). Entre la versión de Ricardo Paseyro, ultracrítica, y la de Jorge Edwards, siempre muy amable (pero él llega incluso a considerar que los PC latinoamericanos siempre fueron fuerzas de izquierda "moderada" [¿]), y otras cosas que he leído, o que me contó Mario Vargas Llosa, por ejemplo, nuestras conversaciones en casa de Matta, he sacado la impresión de que fue un cínico, pero un cínico frívolo y sibarita, un cantamañanas con talento y con un gran sentido comercial para venderse.
Entre las docenas de anécdotas sobre él que conozco, recordaré sólo una, a la que ya aludí en otro artículo. Estando como tantas veces en Moscú, y asistiendo como tantas veces a un guateque de la nomenclatura, se acercó a Dolores Ibárruri y le pidió un favor. "Lo que quieras, Pablo". ¿Podría conseguirle un abrigo de mujer, de piel de cibelina? La Pasionaria se sorprendió, o fingió sorprenderse, dijo que era la primera vez que le pedían tal cosa, pero prometió enterarse. Poco después Neruda recibió un espléndido abrigo de cibelina, y algo más tarde, en otro de esos guateques proletarios, la Pasionaria le preguntó a Matilde si le había gustado el abrigo de pieles. "¿Qué abrigo?", se sorprendió Matilde. Me imagino cómo la exuberante Matilde debió de enfurecerse al enterarse, y además por la Pasionaria, de que su Pablito tenía una querida, a la que regalaba soberbios abrigos de pieles (en realidad, el que regalaba era el partido-estado soviético).
Esta anécdota, sintomática del espíritu de justicia social e igualdad que reinaba en la URSS (paraíso del estraperlo), se la contó a Jorge Edwards una nieta de Ibárruri en Madrid, y Jorge me la contó a mí.
Es posible que Neruda, en ciertos periodos de su juventud, durante nuestra guerra civil ("venir a ver la sangre por las calles") o durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, o en tiempos de conflicto político en Chile, haya sentido indignación y fe comunista, pero eso duró poco. No fue un fanático dispuesto a matar y morir por la Causa: fue un oportunista y un conformista. Durante todo el periodo de la superpotencia soviética fue el más stalinista de los escritores stalinistas, y tras la muerte de Stalin y, sobre todo, desde el inicio de la decadencia del sistema comunista en la URSS, se autorizó ciertas distancias, pero nunca la ruptura. Por triste que pueda parecer, logró su fama, sus derechos de autor y hasta su Premio Nobel por ser comunista o aparentarlo, y luego fue un hábil gerente de la empresa Neruda.
Ese cinismo bien educado, esa ambigüedad, esas contradicciones, fue probablemente lo que sedujo a Jorge Edwards. Y su encanto personal, o don de gentes, me decía Jorge, que yo, incluso mirando bajo la mesa, no encontré jamás. Y esa cínica hipocresía fue lo que indignó a Ricardo Paseyro, quien, como dije, fue su colaborador durante un periodo. Yo, claro, conocí a Neruda infinitamente menos que ellos dos, o Mario Vargas Llosa, que hizo el viaje ritual a Isla Negra.
Cabe preguntarse qué es peor, y no sólo desde el punto de vista de las personas, sino desde un punto de vista, digamos, ético: el intelectual comunista fanático, sectario, inquisidor, como Luis Althusser en Francia o Fernando Claudín en España, o los escritores que, habiendo sido comunistas en sus mocedades, lo siguen siendo porque les resulta sumamente rentable y les permite, con sus sabrosos derechos de autor comunistas, satisfacer su hedonismo, como Neruda o Aragón, que tampoco fue manco en ese sentido. Pues yo me quedo con Juan Ramón Jiménez.
Cuando Allende nombró a Neruda embajador del Chile revolucionario en París, Jorge Edwards fue su ministro, o embajador adjunto, o como ese cargo se denomine en la diplomacia chilena. Yo decidí no llamar a la embajada chilena, porque no tenía la menor intención de pisar sus salones ni la menor gana de ver a Neruda, embajador de Allende. Hay límites a la inmundicia. Pensé: si Jorge me llama, claro que le veo, a título personal; pero nunca me llamó. No pasa nada, y nos hemos visto varias veces desde entonces.
Debo reconocer que prefiero los buenos poemas de Neruda a los también buenos, pero menos, de Ricardo Paseyro, pero eso no me impide considerar que las tajantes críticas políticas y éticas de Paseyro hacia Neruda me convencen mucho más que los elogios de Jorge Edwards. Los monstruos pueden ser genios. Esta afirmación categórica no concierne directamente a Neruda, porque no creo que se le pueda calificar de monstruo, y aún menos de genio.
Octavio Paz, de paso por París, llamó a Jorge Edwards para, entre otras cosas, me imagino, pedirle mi número de teléfono. Yo no estaba, no recuerdo si estaba en Madrid o de vacaciones. Era verano. Según Jorge, Paz quería hablar conmigo de mi libro: Vida y mentira de Jean-Paul Sartre, que le había enviado, y consideraba que estaba escrito "demasiado deprisa". ¡Cielos, si es una mierda!
LATINOAMERICANOS EN PARÍS: LAS DIVINAS PALABRAS - ADIÓS, POETA.
A Matta, quien nos lo presentó, le conocí antes, porque cuando Nina tenía su célebre galería, calle del Dragón, con el nombre de Nina Dausset (apellido de su primer marido), Matta figuraba entre los pintores que exponía. Cuando leo los interminables elogios de Jorge Edwards a Neruda, hasta en sus últimos artículos, incluso cuando no viene a cuento, me sorprendo, porque en nuestras cenas en casa de Matta, Bulevar San Germán, Neruda siempre me pareció un perfecto imbécil, y me extrañaba que un tipo así hubiera podido escribir algunos buenos poemas. Se pasaba el tiempo haciendo estúpidas bromas infantiles, con caretas de cartón y nariz postiza, y en cuanto a la brillantez en la conversación, Matta era infinitamente superior. Lo cierto es que el pintor tenía mucha labia, y no faltan los testimonios a este respecto. Se podría pensar que en esos momentos de ocio y relajación Neruda, después de horas de discusiones teosóficas, se permitía jugar como un niño bobo ante niños analfabetos. Había algo de desprecio en sus estúpidos disfraces de carnaval.
Evidentemente, esos toques superficiales no permiten juzgar realmente a una persona, pero todo lo que sé de Neruda me parece grotesco, o algo peor (salvo algunos de sus poemas, repito). Entre la versión de Ricardo Paseyro, ultracrítica, y la de Jorge Edwards, siempre muy amable (pero él llega incluso a considerar que los PC latinoamericanos siempre fueron fuerzas de izquierda "moderada" [¿]), y otras cosas que he leído, o que me contó Mario Vargas Llosa, por ejemplo, nuestras conversaciones en casa de Matta, he sacado la impresión de que fue un cínico, pero un cínico frívolo y sibarita, un cantamañanas con talento y con un gran sentido comercial para venderse.
Entre las docenas de anécdotas sobre él que conozco, recordaré sólo una, a la que ya aludí en otro artículo. Estando como tantas veces en Moscú, y asistiendo como tantas veces a un guateque de la nomenclatura, se acercó a Dolores Ibárruri y le pidió un favor. "Lo que quieras, Pablo". ¿Podría conseguirle un abrigo de mujer, de piel de cibelina? La Pasionaria se sorprendió, o fingió sorprenderse, dijo que era la primera vez que le pedían tal cosa, pero prometió enterarse. Poco después Neruda recibió un espléndido abrigo de cibelina, y algo más tarde, en otro de esos guateques proletarios, la Pasionaria le preguntó a Matilde si le había gustado el abrigo de pieles. "¿Qué abrigo?", se sorprendió Matilde. Me imagino cómo la exuberante Matilde debió de enfurecerse al enterarse, y además por la Pasionaria, de que su Pablito tenía una querida, a la que regalaba soberbios abrigos de pieles (en realidad, el que regalaba era el partido-estado soviético).
Esta anécdota, sintomática del espíritu de justicia social e igualdad que reinaba en la URSS (paraíso del estraperlo), se la contó a Jorge Edwards una nieta de Ibárruri en Madrid, y Jorge me la contó a mí.
Es posible que Neruda, en ciertos periodos de su juventud, durante nuestra guerra civil ("venir a ver la sangre por las calles") o durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, o en tiempos de conflicto político en Chile, haya sentido indignación y fe comunista, pero eso duró poco. No fue un fanático dispuesto a matar y morir por la Causa: fue un oportunista y un conformista. Durante todo el periodo de la superpotencia soviética fue el más stalinista de los escritores stalinistas, y tras la muerte de Stalin y, sobre todo, desde el inicio de la decadencia del sistema comunista en la URSS, se autorizó ciertas distancias, pero nunca la ruptura. Por triste que pueda parecer, logró su fama, sus derechos de autor y hasta su Premio Nobel por ser comunista o aparentarlo, y luego fue un hábil gerente de la empresa Neruda.
Ese cinismo bien educado, esa ambigüedad, esas contradicciones, fue probablemente lo que sedujo a Jorge Edwards. Y su encanto personal, o don de gentes, me decía Jorge, que yo, incluso mirando bajo la mesa, no encontré jamás. Y esa cínica hipocresía fue lo que indignó a Ricardo Paseyro, quien, como dije, fue su colaborador durante un periodo. Yo, claro, conocí a Neruda infinitamente menos que ellos dos, o Mario Vargas Llosa, que hizo el viaje ritual a Isla Negra.
Cabe preguntarse qué es peor, y no sólo desde el punto de vista de las personas, sino desde un punto de vista, digamos, ético: el intelectual comunista fanático, sectario, inquisidor, como Luis Althusser en Francia o Fernando Claudín en España, o los escritores que, habiendo sido comunistas en sus mocedades, lo siguen siendo porque les resulta sumamente rentable y les permite, con sus sabrosos derechos de autor comunistas, satisfacer su hedonismo, como Neruda o Aragón, que tampoco fue manco en ese sentido. Pues yo me quedo con Juan Ramón Jiménez.
Cuando Allende nombró a Neruda embajador del Chile revolucionario en París, Jorge Edwards fue su ministro, o embajador adjunto, o como ese cargo se denomine en la diplomacia chilena. Yo decidí no llamar a la embajada chilena, porque no tenía la menor intención de pisar sus salones ni la menor gana de ver a Neruda, embajador de Allende. Hay límites a la inmundicia. Pensé: si Jorge me llama, claro que le veo, a título personal; pero nunca me llamó. No pasa nada, y nos hemos visto varias veces desde entonces.
Debo reconocer que prefiero los buenos poemas de Neruda a los también buenos, pero menos, de Ricardo Paseyro, pero eso no me impide considerar que las tajantes críticas políticas y éticas de Paseyro hacia Neruda me convencen mucho más que los elogios de Jorge Edwards. Los monstruos pueden ser genios. Esta afirmación categórica no concierne directamente a Neruda, porque no creo que se le pueda calificar de monstruo, y aún menos de genio.
Octavio Paz, de paso por París, llamó a Jorge Edwards para, entre otras cosas, me imagino, pedirle mi número de teléfono. Yo no estaba, no recuerdo si estaba en Madrid o de vacaciones. Era verano. Según Jorge, Paz quería hablar conmigo de mi libro: Vida y mentira de Jean-Paul Sartre, que le había enviado, y consideraba que estaba escrito "demasiado deprisa". ¡Cielos, si es una mierda!
LATINOAMERICANOS EN PARÍS: LAS DIVINAS PALABRAS - ADIÓS, POETA.