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CRÓNICA NEGRA

Quieren encarcelar al padre de una de las niñas de Alcácer

Piden 16 años de prisión para Fernando García, padre de Miriam, una de las niñas de Alcácer asesinadas por Miguel Ricart, según el juicio que se celebró entre mayo y junio de 1997. Ese juicio, que tanta controversia generó, produjo una serie de programas de Canal 9 en los que participaban Fernando y el periodista Juan Ignacio Blanco, a quien se pide la misma, enorme pena: en ellos, sostiene la acusación, habrían proferido "expresiones maliciosas y descalificadoras contra el fiscal, el tribunal y los peritos". Les reclaman asimismo cuantiosas indemnizaciones económicas.

Piden 16 años de prisión para Fernando García, padre de Miriam, una de las niñas de Alcácer asesinadas por Miguel Ricart, según el juicio que se celebró entre mayo y junio de 1997. Ese juicio, que tanta controversia generó, produjo una serie de programas de Canal 9 en los que participaban Fernando y el periodista Juan Ignacio Blanco, a quien se pide la misma, enorme pena: en ellos, sostiene la acusación, habrían proferido "expresiones maliciosas y descalificadoras contra el fiscal, el tribunal y los peritos". Les reclaman asimismo cuantiosas indemnizaciones económicas.
Pasado tanto tiempo, esto parece un excéntrico estrambote del juicio sorprendente, terrorífico y desproporcionado.
 
Procedo a ponerles en situación. Se dice que la presentadora del programa no hizo nada por evitar las palabras de García y Blanco. Como además ésta estaba en contacto –por un audífono– con el director, la acusación supone que "sabía con certeza cuáles iban a ser las opiniones a las que daba paso para mantener la audiencia".
 
Han pasado once años de aquello, y todo el mundo sabe que la justicia retrasada no es justicia. Aquel clima de tensión, temor, horror y reivindicación ha pasado, se ha disuelto. "El padre de las niñas de Alcácer" –así conocían a Fernando García, aunque cada niña tenía su progenitor– estaba inflamado, imbuido, tal vez trastornado, por la responsabilidad y la autoexigencia, por el dolor y la necesidad de llamar la atención sobre uno de los casos más horribles, disparatados e inacabables de la criminalidad española.
 
En ese ambiente especial, producto de un crimen especialmente atroz –las tres niñas, de 14 años, fueron salvajemente secuestradas, torturadas y asesinadas; los criminales arrancaron trozos de sus cuerpos con unos alicates–, los periodistas investigadores del caso, como Juan Ignacio Blanco, empleaban un furor especial, quizá exaltado, equivocado, aunque, qué duda cabe, con buena intención, a favor de que la sociedad recuperara su capacidad de defensa y abriera bien los ojos y los oídos. En ese clima, los destacados miembros de aquella punta de lanza se sentían empujados hacia los molinos de viento. Sólo había que ver la cara de Fernando mirando el video de las autopsias de las niñas, en un pase restringido, para darse cuenta de que la herida se abría en su cabeza para no cerrarse jamás, mientras que una llama le invadía el pecho, consumiendo su afán y tal vez, en algún extremo, hasta su razón. Eso no quiere decir que si cometieron algún delito no deban responder por ellos.
 
Pero lo que ha trascendido no justifica la alarma: se afirma que Fernando García dijo sobre el fiscal del caso que estaba "implicado en una investigación que se había hecho mal adrede", que colaboraba con el tribunal en una "confabulación para esconder cosas", que "debía haber hecho lo necesario para buscar la verdad y había hecho lo contrario". En el juicio que se avecina tendrá que dirimirse si todo esto son injurias y calumnias u otra cosa de menor importancia. Por mi parte, yo, que asistí a todas las sesiones del juicio, siempre he dicho –lo cual no me impide admirar y respaldar cuanto de bueno hicieron Fernando García y Juan Ignacio Blanco para que las mafias no puedan traficar impunemente con los niños de este país, ni arrancarles los pezones con alicates– que Enrique Beltrán estuvo bien en su papel. Hizo de fiscal en el plenario con contundencia y experiencia; diría que la suya fue una faena magistral que consiguió una condena ratificada posteriormente por el Supremo. Especial mención merece su interrogatorio a Ricart, que solía contestar, comedido e impresionado: "Sí, don Enrique", en el brutal silencio de la sala.
 
En mi opinión, sería injusto decir que la investigación se hizo mal adrede, aunque hubo cosas mal hechas, pero desde luego no por culpa del fiscal. Todavía resulta más absurdo que se sugiera que Beltrán colaboraba en una confabulación para esconder nada, y desde luego soy testigo de que trabajó para buscar la verdad. Aunque a Fernando García, inflamado de dolor, no le gustara. Entiendo, por el contrario, que éste hablaba de otra cosa: de decepción, insatisfacción, frustración…; de lo que sentía todo el país.
 
Por su parte, a Juan Ignacio Blanco, que actuaba de investigador implacable, nada le parecía bastante, y compulsaba los papeles del sumario buscando siempre mayores implicaciones, más responsables.
 
A Fernando le pareció que el fiscal, por entonces cercano a la jubilación, aunque consiguió prolongar su carrera, no estaba para el servicio, y por lo visto dijo ante las cámaras: "Además de estar mayor, es un atrevido". Lejos de mi intención el juzgar imputaciones que tendrán que demostrarse, pero en ninguna parte de lo que ha llegado a mis manos veo motivos para una petición fiscal de mayor cuantía: una pena de cárcel que a veces no se solicita ni para un homicidio.
 
A Juan Ignacio se le piden también dieciséis años, supuestamente por haber dicho que la actuación de la Guardia Civil había sido "aberrante", que el fiscal decía "estupideces", que éste tropezaba "dos veces en la misma piedra"... Dieciséis años es lo que ha cumplido el Violador del Vall D’Hebron tras abusar de 16 mujeres, para que nos entendamos.
 
Fernando pensaba entonces que Ricart no era el culpable de los horribles asesinatos. Por mi parte, lo considero equivocado, aunque está en su derecho de pensar lo que quiera. Por eso tal vez dijo que el tribunal había condenado a Ricart "desde el principio", y que el juicio había sido "un circo basado en un sumario hecho de errores". Supuestamente acusó a los forenses de haber "hecho cosas delictivas" y de ser "unos ineptos". Tal vez hay una forma más fina de decirlo, de expresar la opinión y el propio cabreo sin vulnerar el respeto debido, pero serían salidas avinagradas de un hombre herido que no recibió ni la mitad de la justicia que necesitaba, mientras bramaba de dolor en un plató, ante una presentadora desbordada y un director que trataba de poner orden.
 
El espíritu de la justicia tendrá que buscar aquí intención de injuriar y calumniar sajando la grasa del globo de la libertad de expresión. Pedir que metan en la cárcel al padre de una de las niñas de Alcácer, con lo que fue aquello, por unas palabras de indignación y dolor suena a responsabilidad histórica y revive el fantasma de todos los cabos sueltos. Al fin y al cabo, el caso está sin resolver.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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