El contenido de la aventura es de sobra conocido. Tal y como se narra en I, 8, en el curso de la misma don Quijote, que ya va acompañado de su escudero Sancho, descubre en una zona que debe ser identificada con el campo de Criptana entre treinta y cuarenta molinos de viento. Lejos de contemplarlos como lo que son, en su delirio el hidalgo los identifica con gigantes y decide enfrentarse con ellos, ya que "es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra".
Sancho Panza, que todavía no ha captado la verdadera naturaleza de su amo, intenta razonar con él y disuadirle de su empeño, puesto que los supuestos gigantes no son tales sino molinos de viento. Su intento resulta vano, y finalmente, tras encomendarse a Dulcinea del Toboso, don Quijote arremete contra los molinos y consigue clavar la lanza en el aspa de uno de ellos. Contra lo esperado, el supuesto gigante no sólo no cae, sino que la fuerza del viento mueve el aspa del molino y devuelve el golpe al hidalgo. El arma de éste queda deshecha, derribado su caballo Rocinante y lanzado por el suelo don Quijote.
En su enfermiza manía por explicar de acuerdo a su visión todas sus desgracias, el golpe propinado por el molino es interpretado como una demostración no de su locura sino de una perversa acción encantadora llevada a cabo por su enemigo el sabio Frestón. Éste, que supuestamente le habría robado la biblioteca –con el aposento en que la tenía–, ahora habría convertido a los gigantes en molinos para privarle de la gloria de vencerlos.
Por curioso que parezca, tanto el origen de la aventura como el escenario de la misma tienen una base histórica. En relación con el primero, ya en 1805 don Francisco de Paula Marañón, vecino de Alcázar, indicó que podría hallarse en el escudo de armas de Alcázar de San Juan, localidad a legua y media del Campo de Criptana, en el camino de Puerto Lápice. En el mismo se muestra a un caballero de la Orden de San Juan, con casco y coraza, que arremete contra un castillo. De ser éste el origen de la aventura, Cervantes habría decidido sustituir la fortaleza, difícil de encontrar por aquellas tierras, por los conocidos molinos de viento.
En España fueron introducidos en torno al s. XII, seguramente procedentes de Oriente y traídos por los árabes. Desde luego, a finales del siglo XVI o inicios del XVII –fechas de redacción y publicación del Quijote– eran de sobra conocidos. En el dibujo de la villa de Marchena, realizado por George Hoefnagle en 1564, aparece, por ejemplo, uno de estos artefactos.
Cervantes no sólo apeló a un instrumento conocido, sino a un escenario –completamente real– en el que se arremolinaban "treinta o cuarenta molinos de viento". Tanto la ubicación como el número de molinos es correcto. Del Campo de Criptana conocemos una copla de seguidilla que señala:
Al Campo de Criptana
van mis suspiros,
tierra de chicas guapas
y de molinos.
En cuanto al número de molinos, debe señalarse que el Catastro de 1752, efectivamente, hace referencia a un número entre treinta y cuarenta; más exactamente, treinta y cuatro. Los nombres de eran: 1) Poyatos, 2) Pereo, 3) Burillo, 4) Aletas, 5) Charquera, 6) Alambique, 7) Tahona, 8) Castaño, 9) Aburraco, 10) Esteban, 11) Lisado, 12) Pilón, 13) Guindalero, 14) Culebro, 15) Burla-pobres, 16) Infante, 17) Horno de Poba, 18) Escribanillo, 19) Tardío, 20) Gambalúas, 21) Condado, 22) Huerta-Mañana, 23) Zaragüelles, 24) Cana, 25) Lagarto, 26) Carcoma, 27) Ranas, 28) Beneficio, 29) Quimera –¡precioso nombre para un molino embestido por un loco que se cree caballero andante!–, 30) Calvillo, 31) Valera, 32) Guizepo, 33) Cervadal y 34) Pinto-Cerrillo.
Una vez más nos encontramos con ese interesantísimo cruce entre realidad y ficción. Cervantes inventó la aventura, pero partiendo, posiblemente, de un escudo de armas y situándola en un escenario histórico y geográfico pulcramente reproducido.