Que el Quijote es una obra fundamentalmente de creación, de ficción, es algo que resulta imposible de negar. Cervantes nos relata la historia de un hidalgo de La Mancha, desde el proceso que lo llevó a la locura hasta su regreso final a la aldea para recobrar el juicio y bien morir como cristiano. Acompañado desde muy pronto por un aldeano pobre, aunque hombre de bien, que se llama Sancho Panza, las imaginarias aventuras de ambos, entretejidas con otras, especialmente en la Primera Parte, constituyen el hilo argumental de la novela.
Pese al enorme esfuerzo creativo subyacente a su millar largo de páginas, el Quijote dista mucho de transcurrir en un terreno fantasioso. De hecho, la inmensa mayoría de los lugares por donde discurre la acción son fácilmente reconocibles en el día de hoy, sin excluir ni el palacio de los duques ni la ínsula Barataria, enclavados ambos en las cercanías de Zaragoza. Situaciones, acontecimientos, personajes están construidos como parodias de los que encontramos en los libros de caballerías, y así los contempla don Quijote durante buena parte de la novela; pero de hecho son reales como la vida misma.
La descripción de las ventas, de los molinos de viento, de la vida de nobles y villanos, incluso de las localidades no puede resultar, ciertamente, más veraz. El Quijote es, por lo tanto, ficción pero realista, inspirada en la realidad y sin concesiones a lo fantasioso.
Con todo, el realismo del Quijote no queda limitado al escenario. De hecho, algunos de sus protagonistas principales no son sino trasuntos de personajes históricos a los que Cervantes conoció personalmente, o de los que recibió un testimonio muy cumplidamente exacto. En esta semana y las siguientes vamos a examinar a algunos de estos personajes, y lo que de verdadero y de imaginario de ellos ha quedado reflejado en las páginas del Quijote.
Resulta obligado comenzar este apartado haciendo referencia a los personajes manchegos que residen en la aldea del protagonista, el famoso "lugar de La Mancha" cuyo nombre no es consignado. La clave para poder encontrarlos reside en buena medida en la identificación de la mencionada población, que ha sido identificada con Argamasilla a secas, Argamasilla de Alba, Miguel Esteban, Villaverde, España en general, Tirteafuera, Quintanar de la Orden, Argamasilla de Calatrava y Esquivias, la población de la esposa de Cervantes.
En términos documentales, la última hipótesis es la que resulta más probable. Las razones son diversas. En primer lugar, de todos los lugares de La Mancha éste fue el que mejor conoció Cervantes. Allí residió en diversas ocasiones, incluso llegó a ser padrino de un bautizo. Por otro lado, de allí eran su esposa y su familia. En segundo lugar, los versos del poeta Caprichoso situados al final de la Primera Parte indican que la población de don Quijote se encuentran en la Alta Mancha, lo que encaja precisamente con Esquivias. En tercer lugar, las descripciones geográficas contenidas en la novela sólo pueden referirse a Esquivias. En II, 50 se nos dice, por ejemplo, que antes de entrar en la aldea de Sancho, procedente de Aragón, "vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres". Lo cierto es que el único pueblo de La Mancha con un arroyo a la entrada en que se podía dar viniendo de Aragón era Esquivias.
También en Esquivias había un pradecillo o atrio de la iglesia como aquel donde se encuentran don Quijote y Sancho, cuando regresan de Barcelona, al cura y al bachiller Carrasco rezando las horas canónicas (II, 73). Finalmente, Esquivias es la única población manchega donde consta documentalmente la existencia de personajes de nombres y apellidos similares a los que aparecen en las páginas del Quijote.
El primero de ellos es, naturalmente, el posible modelo de don Quijote, un Alonso Quijada (I, 1) al que en la Segunda Parte, cuando ya demasiada gente estaba en el secreto, Cervantes le cambió el nombre por el de Quijano (II, 74). En Esquivias vivió, efectivamente, una familia de hidalgos conocidos como los Quijada, que además estaban emparentados con la esposa de Cervantes, Catalina. En 1566 el concejo había intentado obligarles a pagar impuestos, pero los Quijada iniciaron un pleito y obtuvieron una carta ejecutoria de hidalguía, fechada en Valladolid a 30 de noviembre de 1569.
Aquella victoria legal de los Quijada sentó mal en el concejo, y comenzaron a difundirse rumores, al parecer sin mucho fundamento, sobre la limpieza de sangre de los mismos. Por esa época debió de comenzar también la enemistad de los Salazar, la familia de Catalina, con aquellos.
La hidalguía de los Quijada era antigua, ya que se conectaba con Pero Hernández Quijada, al que se menciona en la Crónica del Rey don Pedro y en la Crónica de Alfonso Onceno. El tataranieto de Pero fue Gutierre Quijada, quien, a su vez, fue padre de Gutierre y Juan Quijada. Este último siguió la carrera de leyes y desempeñó diversos cargos hasta recalar en Esquivias, donde contrajo matrimonio con María de Salazar. Ésta era hija de Juan de Salazar, hermano de Luis García de Salazar el Viejo, abuelo paterno de la esposa de Cervantes.
Juan de Salazar tuvo además, entre sus hijos varones, a un tal Diego García de Salazar, que casó con Marina de Salazar; Diego y Marina fueron los padres de María de Salazar, esposa de Francisco de Palacios y abuela materna de la esposa de Cervantes. Del matrimonio de la otra María de Salazar con Juan Quijada nacieron Juan de Salazar, Gabriel Quijada, Alonso Quijada, sobre el que volveremos más adelante, y Catalina de Salazar. Los dos primeros casaron con mujeres de estirpe judía, aunque ellos eran cristianos viejos; las consecuencias de ese acto se extenderían al menos hasta el s. XVII: era habitual que la gente de Esquivias los llamara "judíos" con ánimo de insultarlos. Curiosamente, el modelo del Quijote fue un Quijada.
Ya Ramón Menéndez Pidal señaló que la primera salida del Quijote estuvo inspirada, siquiera en parte, en el Entremés de los Romances. En esta obra, escrita en 1591 o poco después, se narra la historia de un labrador llamado Bartolo que enloquece de tanto "leer el Romancero". Convencido de que es el Almoradí o el Tarfe de los romances moriscos, decide vivir las aventuras caballerescas de los romances y sale en defensa de una pastora a la que importuna un zagal.
Para desgracia de Bartolo, su adversario le arrebata la lanza y le propina con ella una paliza soberana. Bartolo, lejos de reflexionar sobre su propia locura, echa la culpa a su cabalgadura. En esa penosa situación, cree que es el enamorado Valdovinos, y cuando aparece su familia para recogerlo la confunde con el marqués de Mantua. Camino de su pueblo, Bartolo se cree el alcalde de Baza, y al llegar al mismo causa un nuevo alboroto y recuerda el incendio de Troya.
Hasta aquí, el parecido con la primera salida de don Quijote es obvio. Con todo, Cervantes fue mucho más lejos en la busca de un modelo para su Quijote que el citado Bartolo. Ahí entran de nuevo en juego su paso por Esquivias y la familia de los Quijadas.
En Esquivias perduraría durante algún tiempo la tradición de que don Quijote había sido un hidalgo del lugar, y más concretamente Alonso Quijada de Salazar. Éste nació en 1560 y falleció en 1604. Hijo de Gabriel Quijada de Salazar el Viejo, tuvo no menos de quince hijos, y, desde luego, no encaja con el personaje de don Quijote en su amor por los libros. Más se parece a la figura del hidalgo –y en él se inspiró Cervantes– otro Alonso Quijada que fue hijo tercero de Juan Quijada y de María Salazar y al que ya hemos hecho referencia antes.
Este Alonso Quijada fue contemporáneo de un cura llamado Pero Pérez, como el del Quijote, y un gran aficionado a los libros de caballerías. Otros datos de su vida son que vivió a finales del s. XV e inicios del XVI, que fue sobrino del bisabuelo de la esposa de Cervantes y que acabó siendo fraile de la Orden de San Agustín.
Pero no sólo el modelo del Quijote –tocayo, por más señas– vivía en Esquivias, también aparecen otros personajes de la novela en los archivos parroquiales. Así, en II, 54 se nos habla del morisco Ricote. Pues bien, en el registro parroquial se hace referencia a un Bernardino Ricote (1578) y a un Diego Ricote (1580). Abundan asimismo los Carrascos (1582), los Quiñones (1596), los Álamos (1604) y los Alonsos (1584).
Pedro Pérez, el cura del Quijote, aparece vez tras vez como sacerdote oficiante en las partidas bautismales de Esquivias. En una de ellas, de 1529, nos encontramos con una Mari Gutiérrez (el nombre dado a Teresa Panza en I, 7) como madre de una criatura y con Catalina de Vozmediano, la abuela de la esposa de Cervantes, como madrina.
No sólo eso. El apellido Lorenzo, el de Dulcinea, no se ha encontrado en documentos del Toboso pero sí en los registros parroquiales de Esquivias. Por ejemplo, existe una partida de defunción de 1 de enero de 1587 en la que se habla del fallecimiento de una tal Juana Lorenzo (folio 19 vuelto, Libro de Defunciones de Esquivias), precisamente en el mismo libro en que se hace referencia a una Aldonza Cárdenas (folio 49 vuelto) familiar de la esposa de Cervantes.