La Francia de Napoleón y Juana de Arco está que no sale de su asombro. Pues miren ustedes, que vuelva a cantar el ruiseñor, que pongan las picassianas señoritas de Avignon bajo los focos, que iluminen la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo, porque la cosa es bien sencilla. El presunto, monsieur DuPont, o se ha vuelto majara después de dos de queso y una de burdeos, o ha decidió cambiar de vida. Mata a sus cuatro hijos, hermosos, entre los veinte y los trece años, porque cree que va a encontrar una mujer la mitad de joven y el doble de apasionada que la suya, que le descubra el paraíso de los placeres prohibidos.
Monsieur Dupont, al hilo de lo que hemos sabido, fue a practicar con armas de fuego para estar seguro de que un disparo daría para un muerto; y luego empezó a decir que era un agente secreto, como Anacleto. Luego se declaró la tragedia. Dupont, peinado como alguien que pierde pelo, gafitas de seminarista, carita de bobo votante de Sarkozy, desapareció como un argelino pied noir de una cita de católicos integristas. Los gendarmes no tienen idea de dónde está el tipo, ni qué quiere, ni por qué ha abandonado a su familia. En internet, podemos ver las caras de los chicos inocentes y de la madre, todavía más inocente, que pensaba tal vez que habían acabado los tiempos difíciles de la pasión pero acaba de descubrir con sorpresa que está casada con un señor hambriento e insatisfecho, que ha llenado el mundo de hijos pero se siente como un rosco de pan integral.
Así que Dupont les da matarile, probablemente mientras duermen, y huye a escape, camino de una vida nueva, sin obstáculos, en la que el sexo no paga peaje.
Mire, monsieur, aquí hay un europeo al que le han puesto demasiado complicado el porvenir: se ve de clochard en el Sena, junto a Notre Dame, entre las faldas de las enamoradas. Un tipo de esa edad, con cara de Kent, el novio de la Barbie, suele aspirar a buscarse una nueva mujer, el doble de apasionada y la mitad de vieja que la legítima. Matar es todo lo que falta para el borrón y cuenta nueva. ¿De qué se extrañan los franceses? ¿Es que no es posible dar con un tipo que quiera borrar su pasado? ¿Es que es extraño que alguien se sienta mal junto a sus hijos y como postizo de su femme?
¿Por qué se extrañan de una huida con muertos? ¿Acaso los franceses son distintos de otros europeos? ¿Los padres de mediana edad no sueñan con ovejas eléctricas, como los clones de Blade Runner?
El señor Dupont podría ser como Paquita, la envenenadora de Melilla, que mató a su marido y a sus hijos para tener un romance con un internauta. Su nickname era Fogosa. O no.
El crimen fue en Nantes, luego llegó la búsqueda. Una familia de seis personas a las que al final resulta que no les unía nada, excepto que podrían ser un peso muerto para el pater. En España esto sería violencia de género. Un hombre enigmático, que después de supuestamente perpetrar cuatro homicidios hizo mil kilómetros hasta la Costa Azul, para sacar dinero de un cajero. Un chalado nostálgico de cuando crecían champiñones en su axila. Natural de Versalles, su destino no es divertir a los reyes, sino servir a los plebeyos.
En el club de tiro en el que aprendió a cargar las armas de fuego, el monitor dice que Dupont estaba interesado en todo el tema de los silenciadores. Como todo criminal que piensa en matar sin hacer ruido. Luego quería liquidar el alquiler del domicilio conyugal y marchar a Australia. Quizá solo. Ellos al infierno y él, al fin del mundo. Los franceses no entienden nada. Señores españoles, ¡hay que ver lo caro que se ha puesto el divorcio!