Pocos autores han sido tan manipulados o citados de forma caprichosa y engañosa como el británico Edward Gibbon, autor de la monumental Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Según nos cuentan algunos de sus exégetas, la relajación de costumbres, el afeminamiento y el pacifismo fueron las causas del fin de Roma. Sin embargo, por alguna razón olvidan el cristianismo, un elemento esencial de las hipótesis de Gibbon, que le sirve para explicar, entre otras cosas, la paulatina pérdida de vitalidad de los romanos, su indiferencia hacia el destino de la patria y la dejación de sus derechos y deberes cívicos.
Citar a Gibbon dejando de lado su crítica a la religión, común entre los escritores ilustrados de su época, para sustituirla después por la tesis del puterío es una de las mayores estafas intelectuales que conozco. Nunca una media verdad estuvo tan cerca de la mentira.
Además de cometer este fraude monumental, los aficionados a usar la historia de Roma para criticar el tiempo que les ha tocado vivir y amedrentar al personal con incontables vaticinios sobre la inminencia del fin del mundo caen en el error de señalar como causa de la decadencia un fenómeno que también podría usarse para demostrar lo contrario.
Se dice que los emperadores romanos de los últimos siglos estaban más interesados en los banquetes y el sexo desenfrenado, tanto con mujeres como con otros hombres, que en el bienestar de los ciudadanos y la supervivencia del imperio. No menos que sus predecesores del siglo I, esa época supuestamente recia, casta y varonil. Nada más lejos de la verdad. De entre los primeros diez emperadores romanos, ¿cuántos fueron heterosexuales? Claudio y para de contar. Es más, si damos un pequeño salto y nos situamos en los años de mayor auge del imperio, nos daremos de bruces con uno de los primeros matrimonios gay de la historia de Occidente, el formado por el emperador Adriano y el bello Antinoo.
Pero aún hay más. ¿Cuántos emperadores romanos de los primeros tiempos cometieron incesto? Alrededor de la mitad. Casi lo mismo se puede decir de los jefes de sus sucesivas guardias pretorianas y de sus consejeros políticos, quienes a menudo debían su ascenso social a su privilegiada posición en el ápice del triángulo amoroso formado por el emperador, la emperatriz y su mejor amigo. Por tanto, podríamos concluir afirmando que en la antigua Roma el aumento de la concupiscencia y la perversidad sexual corrió parejo no sólo a la consolidación del imperio, sino a un periodo casi sin igual de florecimiento de las artes, las humanidades y la tecnología.
Sin embargo, las mentiras de unos, que de la historia sólo cuentan cuarto y mitad, y la ignorancia de tantas lectoras de Séneca, embustero profesional al servicio de Nerón, hombre corrupto como pocos y uno de los pederastas más insaciables que han existido (el estoicismo senequista no fue sino pura propaganda para ocultar los vicios del emperador, su familia y su corte), nos hemos enfrascado en una serie de falsos debates tan delirantes como hilarantes.
Pasarse la vida escrutando y olisqueando como tejos hambrientos las entrepiernas ajenas en busca de las causas del paro, el déficit y los impuestos es, además de una pérdida de tiempo, una indiscreción intolerable. Como dijo Séneca, "importa mucho más lo que piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti". Por lo visto, algunos deben de tener una opinión tan baja de sí mismos que sólo encuentran consuelo hurgando en la basura ajena en busca de indicios que les confirmen su propia depravación.
Mucho más sugerente que la tesis del puterío e incluso más convincente que la del cristianismo me parece la del Estado del Bienestar romano, auténtica fuente de la decadencia de aquel imperio. Ya en la primera mitad del siglo I, el paro en Roma afectaba al 15% de la población de la ciudad. Para combatirlo, los emperadores acometieron ambiciosos proyectos de obras públicas, llevadas a cabo en proporciones crecientes por mano de obra extranjera y esclava carente de derechos políticos. Además, se crearon diversos subsidios familiares, pagas sociales anuales a cambio de unos meses de trabajo al año y repartos gratuitos de alimentos entre la población.
Para ganarse el favor del ejército, los sucesivos emperadores fueron aumentando el número y la paga de sus funcionarios, civiles y militares, y mejorando sus condiciones de jubilación, y reduciendo su calendario laboral; de forma que el Estado fue aumentando su poder sobre la sociedad a medida que se hacía cada vez más oneroso y menos productivo. Una auténtica casta ociosa y parasitaria que poco pudo hacer contra las hordas procedentes de Asia Central.
El imparable crecimiento del Estado, detentador del monopolio de la violencia legítima, como mecanismo de consolidación y perpetuación del poder del emperador y su entorno, y la consiguiente pugna social por escalar posiciones en la pirámide burocrático-militar, es un factor mucho más relevante para dar cuenta del declive romano que la contabilización de orgías por semana o amantes del mismo sexo por mes, magnitudes que, si atendemos a las crónicas antiguas, parecen haberse mantenido constantes a lo largo de la historia del imperio, o descendieron al final debido a la persecución que siguió a la adopción del cristianismo como religión oficial del Estado.
La conclusión es que, de existir, la relación entre puterío y decadencia en la antigua Roma fue inversa, es decir, la castidad y la decencia sólo engendraron pobreza y debilidad física y mental. Justo lo contrario de que lo que proclaman los neoadventistas.
En fin, que lo importante no es lo que cada uno practique en su cama o en las de los demás, sino el uso que los políticos hagan de ello. Fomentar el desenfreno y la irresponsabilidad personal para que la gente olvide otras cosas, por ejemplo el paro, la corrupción y el déficit presupuestario, es un truco tan viejo como Augusto, pero no parece que el meapilismo y el puritanismo a la fuerza hayan dado mejores resultados.
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es
Citar a Gibbon dejando de lado su crítica a la religión, común entre los escritores ilustrados de su época, para sustituirla después por la tesis del puterío es una de las mayores estafas intelectuales que conozco. Nunca una media verdad estuvo tan cerca de la mentira.
Además de cometer este fraude monumental, los aficionados a usar la historia de Roma para criticar el tiempo que les ha tocado vivir y amedrentar al personal con incontables vaticinios sobre la inminencia del fin del mundo caen en el error de señalar como causa de la decadencia un fenómeno que también podría usarse para demostrar lo contrario.
Se dice que los emperadores romanos de los últimos siglos estaban más interesados en los banquetes y el sexo desenfrenado, tanto con mujeres como con otros hombres, que en el bienestar de los ciudadanos y la supervivencia del imperio. No menos que sus predecesores del siglo I, esa época supuestamente recia, casta y varonil. Nada más lejos de la verdad. De entre los primeros diez emperadores romanos, ¿cuántos fueron heterosexuales? Claudio y para de contar. Es más, si damos un pequeño salto y nos situamos en los años de mayor auge del imperio, nos daremos de bruces con uno de los primeros matrimonios gay de la historia de Occidente, el formado por el emperador Adriano y el bello Antinoo.
Pero aún hay más. ¿Cuántos emperadores romanos de los primeros tiempos cometieron incesto? Alrededor de la mitad. Casi lo mismo se puede decir de los jefes de sus sucesivas guardias pretorianas y de sus consejeros políticos, quienes a menudo debían su ascenso social a su privilegiada posición en el ápice del triángulo amoroso formado por el emperador, la emperatriz y su mejor amigo. Por tanto, podríamos concluir afirmando que en la antigua Roma el aumento de la concupiscencia y la perversidad sexual corrió parejo no sólo a la consolidación del imperio, sino a un periodo casi sin igual de florecimiento de las artes, las humanidades y la tecnología.
Sin embargo, las mentiras de unos, que de la historia sólo cuentan cuarto y mitad, y la ignorancia de tantas lectoras de Séneca, embustero profesional al servicio de Nerón, hombre corrupto como pocos y uno de los pederastas más insaciables que han existido (el estoicismo senequista no fue sino pura propaganda para ocultar los vicios del emperador, su familia y su corte), nos hemos enfrascado en una serie de falsos debates tan delirantes como hilarantes.
Pasarse la vida escrutando y olisqueando como tejos hambrientos las entrepiernas ajenas en busca de las causas del paro, el déficit y los impuestos es, además de una pérdida de tiempo, una indiscreción intolerable. Como dijo Séneca, "importa mucho más lo que piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti". Por lo visto, algunos deben de tener una opinión tan baja de sí mismos que sólo encuentran consuelo hurgando en la basura ajena en busca de indicios que les confirmen su propia depravación.
Mucho más sugerente que la tesis del puterío e incluso más convincente que la del cristianismo me parece la del Estado del Bienestar romano, auténtica fuente de la decadencia de aquel imperio. Ya en la primera mitad del siglo I, el paro en Roma afectaba al 15% de la población de la ciudad. Para combatirlo, los emperadores acometieron ambiciosos proyectos de obras públicas, llevadas a cabo en proporciones crecientes por mano de obra extranjera y esclava carente de derechos políticos. Además, se crearon diversos subsidios familiares, pagas sociales anuales a cambio de unos meses de trabajo al año y repartos gratuitos de alimentos entre la población.
Para ganarse el favor del ejército, los sucesivos emperadores fueron aumentando el número y la paga de sus funcionarios, civiles y militares, y mejorando sus condiciones de jubilación, y reduciendo su calendario laboral; de forma que el Estado fue aumentando su poder sobre la sociedad a medida que se hacía cada vez más oneroso y menos productivo. Una auténtica casta ociosa y parasitaria que poco pudo hacer contra las hordas procedentes de Asia Central.
El imparable crecimiento del Estado, detentador del monopolio de la violencia legítima, como mecanismo de consolidación y perpetuación del poder del emperador y su entorno, y la consiguiente pugna social por escalar posiciones en la pirámide burocrático-militar, es un factor mucho más relevante para dar cuenta del declive romano que la contabilización de orgías por semana o amantes del mismo sexo por mes, magnitudes que, si atendemos a las crónicas antiguas, parecen haberse mantenido constantes a lo largo de la historia del imperio, o descendieron al final debido a la persecución que siguió a la adopción del cristianismo como religión oficial del Estado.
La conclusión es que, de existir, la relación entre puterío y decadencia en la antigua Roma fue inversa, es decir, la castidad y la decencia sólo engendraron pobreza y debilidad física y mental. Justo lo contrario de que lo que proclaman los neoadventistas.
En fin, que lo importante no es lo que cada uno practique en su cama o en las de los demás, sino el uso que los políticos hagan de ello. Fomentar el desenfreno y la irresponsabilidad personal para que la gente olvide otras cosas, por ejemplo el paro, la corrupción y el déficit presupuestario, es un truco tan viejo como Augusto, pero no parece que el meapilismo y el puritanismo a la fuerza hayan dado mejores resultados.
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