Engañados, pensaban que aquí iban a ser modelos, bailarines o presentadores de televisión, pero acababan en garitos de carretera sorbiendo cola con dos viagras... y con una deuda de 4.000 euros con la mafía que los tenía en sus garras, en concepto de gastos de viaje y suministro de papeles falsos.
Los chicos son como las chicas, hermosos e ingenuos. Algunos hasta tardaron mucho en darse cuenta de que aquello que hacían de madrugada no tenía nada que ver con las prácticas para incorporarse a la pasarela o el plató. Algunas de las chicas que vienen raptadas por las mafias son temerosas del vudú, y les amenazan con un hechizo fulminante contra sus seres queridos si dejan de ejercer la prostitución.
Prostitución masculina siempre ha habido; lo inédito, hoy, es la cantidad: se ha pasado a la fase del sexo industrial. No se trata de sexo oscuro, oculto, servido gota a gota en reservados, sino el supermercado del sexo funcionando por encima de la demanda. Ochenta fieras de Ipanema en tu salón. No son aquellos chicos tímidos que te citaban en los baños públicos con una cálida mirada, sino una pléyade de supermachos que se inyectan en el miembro para que mantenga la textura del palo de la fregona.
El primer mito que hay que derrumbar es el de que las mujeres españolas han empezado a gustar en abundancia de los prostitutos. Por lo que sabemos, la prostitución masculina es demandada sobre todo por varones. Exactamente igual que la femenina. Hay alguna que otra mujer echada para delante que compite con los viejos amantes de las casas de lenocinio, pero con ellas no se mantendría el negocio. Son los hombres los que hacen que la prostitución con mujeres sea rentable y no la bollería fina. Y son los hombres los que hacen rentable el sexo de encargo con hombres. No es nada de lo que debamos sentirnos satisfechos, sino la confirmación de un hecho.
Lo nuevo, también, es que bajan los precios, y se populariza el género porque viene de fuera. Carne de buen diente y a precio de liquidación, mientras los chicos se creen bailarines, salen con señores que pueden ser sus padres y se mienten a sí mismos pensando que ser puto es una cosa momentánea: hasta que puedas trabajar de ingeniero. Mientras, algunos de estos ingenuos se conforman diciendo que se ganan hasta dos mil euros por noche, aunque en realidad pierden la vida por solo dos mil euros por noche, en un ambiente sórdido, donde si te descuidas te hacen vudú.
Lo único que tiene de bueno este descubrimiento del sexo industrial masculino es que ahora sí que saben ellos cómo se sienten las chicas de barra o de acera, subidas a sus plataformas, borrando con un clínex la lluvia de sus lágrimas, con la medias rotas y el mar del bolso escondido en un preservativo. Cuando se miran en el espejito, para empolvarse la nariz, descubren una modelo frustrada o una reina rota. Como ese chico de ahí.
Los chicos-mercancía sexual han llegado a España para ser como la comida rápida, que vino para quedarse.