Fin de semana

Julián Marías ha sido siempre, en el plano personal y en el intelectual, un hombre discreto. Lo fue durante su vida y, en perfecta coherencia, ha cumplido con su destino hasta la hora de la muerte. En estas fechas, cuando está a punto de consumarse el año de los aniversarios del Quijote, Ortega y Gasset y Tocqueville, Marías se marcha discretamente, sin hacer ruido, sin alharacas, sin furia. Vivió entre grandes, pero nunca a la sombra, pues brilló con luz propia.

La genética nos ha enseñado que, en buena medida, somos lo que dicta nuestro ADN. Sin llegar a los extremos de considerarnos esclavos tiranizados por genes egoístas, hoy sabemos que buena parte de nuestro destino biológico y psicológico esta encerrado en esa molécula que habita, sobre todo, en el interior de las células y que se organiza en una bella danza espiral a la hora de la reproducción.

El final de Nelson fue el principio de nuestras peripecias por las granjas de la isla Sur. Y para aquel recorrido por los bucólicos paisajes de Nueva Zelanda trasladamos nuestro centro de operaciones a Christchurch. Granjas pequeñas y grandes, experimentales y tradicionales fueron apareciendo en nuestro camino.

A sus 31 años, Santiago José Pardo era un hombre solitario, con rostro ceñudo y cara de pocos amigos, reconcentrado sobre sí mismo, con un pesado fardo de fracasos a cuestas. Era como un animal solitario y peligroso. Abusaba de la bebida, apenas tenía amistades y su relación con las mujeres resultaba muy difícil.

En mi afán por reflejar fielmente los acontecimientos que se me antojan más importantes de este mundo nuestro de la cultura, me había señalado esta semana tres episodios, pero no de todos he conseguido ser testigo directo.

¿Quién no ha recibido una postal con abetos nevados y niños sonrosados cantando villancicos y forrados hasta la cabeza de gruesos abrigos y bufandas? Esa imagen, que para muchos es lo menos verosímil, existe, y se puede contemplar en Alsacia.

Los buenos contra los malos. Esta es la confrontación clásica en los relatos de aventuras. Pero frecuentemente los malos son en cierta forma buenos, mientras que los presuntos héroes se quedan en presuntos.