Fin de semana

Las redes sociales que, maquilladas con un barniz de rigor científico, abogan por la legalización de la paidofilia, desvinculándose en apariencia de las webs que comerciali­zan la pornografía infantil, se apuntaron un éxito cuando España rebajó a los trece años la edad de consentimiento para las relaciones sexuales.

Ronald Reagan era un hijo de puta, pero era nuestro hijo de puta. Permítanme la boutade. Es célebre que Roosevelt, o alguien de su Administración, lanzó un exabrupto como el de arriba a propósito del dictador nicaragüense Somoza. Por lo que a mí respecta, todos los políticos lo son, en mayor o menor grado.

La legislación antitabaco que Zapatero ha impulsado y el genio de Leyre Pajín ha materializado en el Boletín Oficial del Estado nos revela el nivel exacto de sinvergonzonería a que han llegado los políticos españoles, sin duda muy superior al de sus colegas de los países "de nuestro entorno", por usar la jerga habitual de aquéllos cuando quieren justificar sus tropelías.

"¿En el juicio no dijo que había sido usted?". "No. ¡Y nadie me lo preguntó, tampoco!". ¿Es posible que el procedimiento se haya hecho tan rutinario y críptico que se olvide de lo principal? ¿Es posible que una Justicia con cientos de jueces, miles de abogados, un presupuesto millonario, su CGPJ y su TC, se olvide de que la principal tarea es establecer si alguien es culpable?

Según los expertos, los cocidos españoles son producto de la cristianización de la adafina judía, a la que se fueron añadiendo carnes de cerdo. El cerdo divide a la humanidad entre quienes lo desprecian y quienes lo adoran; entre éstos están los polinesios, los chinos y, naturalmente, nosotros, los europeos.