[...] A finales de agosto de 1939 (...) Alemania y la Unión Soviética sellaron un pacto, realmente una especie de alianza entre el nazismo y el comunismo, con el objeto de desatar la guerra contra el Estado polaco y repartirse los territorios de Europa Central y Oriental. El 1 de septiembre Alemania atacó Polonia (previamente, las autoridades polacas, decididas a mantener la independencia nacional por encima de todo, se habían negado a invadir junto a Hitler la Rusia soviética); el 17 del mismo mes, y de acuerdo con lo estipulado en el Pacto Ribbentrop-Molotov, la URSS invadió la zona oriental del país: ocupó el 52% del territorio, un área en la que vivían 13 millones de personas.
Los polacos se vieron, pues, sometidos a una doble ocupación. Tanto los nazis como los soviéticos practicaron el terror contra las élites intelectuales y sociales del país. Los nazis se dieron al genocidio masivo y el terror universal; los soviéticos, al genocidio selectivo y el terror universal.
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En enero de 1944 el Ejército Rojo cruzó la frontera polaca y procedió a establecer el poder soviético por medio del terror masivo, del que también hicieron uso los comunistas locales. Muchos de éstos eran agentes de Moscú; a menudo eran de origen no polaco y hablaban mal el idioma de la nación que iban a dominar.
La Unión Soviética, contra la blanca Polonia
A diferencia de otros pueblos europeos, que hubieran deseado entonces que el Ejército Rojo penetrara en sus países, los polacos ya tenían experiencia en el trato con los bolcheviques. Los acontecimientos de 1920 hicieron que el marxismo soviético fuera marginal en Polonia. Muy poco popular, se le tachaba de totalitario y traidor. Además, se mantenía vivo el recuerdo del terror "bárbaro" de aquellos días: los polacos lo relacionaban con la veta asiática presente en la mentalidad rusa, y consideraban que el empleo de la violencia masiva era un elemento clave y no extraordinario de la cultura política del país vecino. También estaban el rechazo al sistema soviético (expropiaciones, colectivización, erradicación de las libertades de expresión y confesión, etcétera) y la falta de atracción por la cultura que parecían mostrar los invasores, así como la memoria de la persecución a que habían sido sometidos los polacos en la URSS ya antes de la II Guerra Mundial.
Pero la clave fue la ocupación soviética previa, los asesinatos y deportaciones a la URSS de los "enemigos de clase" (cualquiera podía serlo por el mero hecho de ser polaco), la matanza de Katyn (primavera de 1940), en la que fueron asesinados 15.000 prisioneros de guerra polacos (y que los comunistas atribuyeron a los nazis hasta 1989), y el Gulag, que también engulló a numerosos independentistas a partir de 1944.
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El referéndum de 1946 fue crucial para el establecimiento del régimen comunista. El bloque controlado por los nuevos amos del país cosechó una sonora derrota en las urnas: a pesar de la represión, sólo obtuvo el 27% de los votos, mientras que la aún no liquidada oposición se hacía con el 73%; sin embargo, los resultados oficiales arrojaron un 68-32 a favor de los comunistas. Las siguientes elecciones, celebradas en enero de 1947, fueron igualmente falsificadas: esta vez se decidió que los comunistas habían conseguido el 80% de los sufragios. A partir de ese momento la represión sobre los opositores se recrudeció.
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Con la sovietización se agudizó el terror, la búsqueda de enemigos en la sociedad y en el seno del propio Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP). Se detenía y torturaba a gentes cuyos crímenes consistían, por ejemplo, en comentar la información emitida por las radios extranjeras o en contar chistes anticomunistas. Se persiguió sañudamente a la Iglesia Católica, que, una vez más, se erigió en símbolo de resistencia cultural y nacional ante el invasor (...)
En 1952 se promulgó una nueva Constitución, supervisada por Stalin, por la que se cambiaba el nombre del Estado; de ahí en adelante pasó a ser la República Popular Polaca.
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En febrero de 1956 tuvo lugar en Moscú el célebre XX Congreso del PCUS, en el que la dirigencia soviética criticó, en secreto, el culto a Stalin y algunos de los desmanes cometidos por éste. Un mes más tarde, y también en la capital rusa, moriría en extrañas circunstancias el líder estalinista Boleslaw Bierut, a quien sustituirá al frente del POUP el igualmente dogmático, si bien más moderado, Edward Ochab.
Entre tanto, Polonia vivía momentos de crisis política y social. La sociedad percibía que el todopoderoso POUP se encontraba muy debilitado. Cada vez eran más los polacos que reclamaban transparencia a las autoridades, la liberación de los presos políticos, la rehabilitación de quienes habían sido injustamente castigados, el castigo de los torturadores, el arrumbamiento del realismo socialista en el ámbito de la cultura, el fin de los privilegios de que disfrutaba la oligarquía (sobre todo en las tiendas), la introducción de cambios de envergadura en la dirección económica del país y la supresión de la enseñanza del ruso en las escuelas. Entre abril y mayo de 1956 salieron a la calle 35.000 presos (7.000 de ellos políticos). Algunos, además, fueron rehabilitados (la mayoría, ex miembros del POUP).
A medida que pasaban los días aumentaban las demandas de cambio y el desconcierto de los comunistas. Así las cosas, el 28 de junio estalló en Poznan una revuelta popular que acabó dejando una huella indeleble en la historia polaca. Los obreros habían dado en enarbolar la bandera de la libertad nacional.
La huelga general dio paso a una manifestación masiva y pacífica, y ésta a una auténtica insurrección popular, finalmente sofocada por el Ejército, el Cuerpo de Seguridad Interna (KBW) y la Milicia Ciudadana (MO).
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"¡Abajo la dictadura!"
Todo comenzó en la mañana del día 28, cuando los obreros de la fábrica Stalin (antigua Hipolit Cegielski) se declararon en huelga y salieron a la calle. La primera muestra de que las reivindicaciones no eran sólo laborales fue que los huelguistas procedieron a retirar el rótulo con el nombre del odiado dictador soviético. A medida que se acercaban al centro de la ciudad, se les iban sumando trabajadores de otras factorías y gentes de todo tipo y condición: tranviarios, costureras, funcionarios, miembros de la intelligentsia, incluso niños. Para cuando llegaron al Consejo Nacional de la Ciudad (ayuntamiento), los 10.000 manifestantes se habían convertido en 100.000.
Pedían "pan y libertad", y gritaban consignas como las que siguen: "¡Fuera los bolcheviques!", "¡Fuera la burguesía roja!", "¡Fuera los rusos!", "¡Queremos elecciones libres bajo supervisión de la ONU!", "¡Queremos que se enseñe religión en las escuelas!". Asimismo, entonaban el himno nacional y canciones patrióticas y religiosas. Las pancartas rezaban: "¡Queremos libertad!", "¡Muerte a los traidores!", "¡Queremos a Dios!", "¡Exigimos una Polonia libre!". En un tranvía inmovilizado se escribió: "¡Abajo la dictadura!".
Los manifestantes irrumpieron en edificios públicos como el que albergaba al Comité Regional del POUP, donde destruyeron tanto los símbolos de la dictadura comunista, que reemplazaron con banderas nacionales polacas, como los aparatos que interceptaban la señal de las radios polacas anticomunistas que emitían desde el extranjero. Cuando penetraron en la sede de la MO, los funcionarios allí presentes les facilitaron armas. Semejante falta de reacción hizo que cobraran fuerza los rumores que hablaban de una vasta rebelión nacional.
Las autoridades locales reclamaron que se pusiera fin a la revuelta manu militari. La decisión final estaba en manos del politburó del POUP, que encomendó al viceministro de Defensa, el general soviético Stanislaw Poplawski (su nombre real era Serguéi Gorojov), la pacificación de la ciudad.
Mientras el Buró Político deliberaba, entre la multitud corrió el rumor de la detención de los miembros de la delegación obrera que había estado en Varsovia los días inmediatamente anteriores para negociar con las autoridades las demandas de los trabajadores. No era cierto, pero los manifestantes decidieron entonces liberar a los presos políticos y cercar la sede regional de la odiada Dirección de Seguridad Pública (UB), símbolo del terror comunista y de la sumisión a Moscú.
Empezaron tirando piedras. Desde la sede de la UB se replicó con fuego real. Cayeron los primeros muertos. Los manifestantes se dispersaron, pero pronto volvieron a la carga, pertrechados ya con cócteles molotov y algunas armas.
Los primeros tanques enviados a proteger el edificio de la UB no pudieron cumplir su cometido porque no disponían de armamento pesado. Los insurrectos consiguieron destruir algunos. Las mujeres gritaban a los soldados: "¿Acaso vais a disparar contra unas madres?". Algunos se dejaron desarmar y se sumaron a las filas de los anticomunistas.
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Los insurrectos trataron, sin éxito, de extender el levantamiento más allá de Poznan. Finalmente, las autoridades enviaron a la ciudad cuatro divisiones del Ejército, más de 10.000 soldados, con 420 tanques, cañones y carros blindados, para sofocar la rebelión. Enfrente, los insurrectos apenas contaban con dos centenares de armas, varias granadas de mano y algunas botellas con gasolina. Los oficiales políticos de las divisiones contaban a los soldados que la rebelión estaba instigada por unos saboteadores occidentales que pretendían anexionar Polonia a Alemania.
Finalmente, las fuerzas represivas lograron hacerse con el control de la ciudad durante la mañana del 29 de junio. Se conocen los nombres de 58 personas que perdieron la vida en la sublevación: 50 civiles, cuatro soldados, tres miembros de la UB y un miliciano. Probablemente se ejecutó a una decena de soldados por negarse a cumplir la orden de disparar contra el pueblo. Cientos de personas resultaron heridas, y fueron detenidas 746, la mayoría de ellas obreros.
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Los sucesos de Poznan conmovieron a la sociedad polaca, agravaron las luchas intestinas en el POUP e instilaron el pánico entre los comunistas, pues los habían protagonizado aquellos que, teóricamente, eran la vanguardia de la revolución (con todo, la propaganda hablaba de elementos "reaccionarios").
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El régimen comunista acabó culpando de la insurrección a 22 personas; fueron sometidas a un aparatoso proceso en el que se pretendía demostrar que los "sucesos" habían sido encabezados por unos gamberros, a pesar de que la tesis de la Fiscalía era la de que se trataba de una "provocación" organizada tanto por los servicios secretos de EEUU y la República Federal Alemana como por el elemento "reaccionario" local. Finalmente, y gracias al golpe de timón que dio el régimen en octubre, sólo tres personas, juzgadas por la muerte de un funcionario de la UB, fueron a parar a la cárcel.
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Gomulka
Tras los sucesos de Poznan, los comunistas llegaron a la conclusión de que había que liberalizar el sistema y, a la vez, cerrar filas, pues la aversión que les profesaba la mayoría de la población les podía costar caro. Durante el transcurso del VII Pleno del Comité Central del POUP, celebrado entre el 18 y 28 de julio, muchos dirigentes comunistas, como Ochab, parecían no entender que era posible que los obreros saliesen a la calle contra la autoridad "popular"; otros, en cambio, percibían que no había complot imperialista alguno y buscaban a cualquier precio la manera de ofrecer a las masas algo que las tranquilizara. Nació así la leyenda de la importancia del ala liberal en un partido teledirigido desde Moscú.
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Paradójicamente, los sucesos de Poznan fueron interpretados como una señal de debilidad del POUP. A partir de julio de 1956 se multiplicaron las demandas salariales, se crearon comités de autogestión en las fábricas y se liquidaron cooperativas comunistas en el campo. Entre tanto, los comunistas parecían carecer de liderazgo.
El candidato al cargo de primer secretario del partido, Wladyslaw Gomulka, que había desempeñado un papel fundamental en la implantación del comunismo en el país pero que había sido apartado del poder tras ser considerado una especie de liberal y el símbolo de una hipotética vía polaca al socialismo, obtuvo el plácet tanto de los duros como de los menos duros. Los comunistas sabían que para mantenerse en el poder debían canalizar las protestas de las masas. De ahí que el propio POUP se pusiera a organizar mítines y a incitar a la gente a salir a la calle en demanda de los inevitables cambios.
El resultado de todo ello fue Octubre de 1956, con sus protestas antisoviéticas, pronacionales y prorreligiosas. Como no se podía ir directamente contra el partido y la dictadura, se atentaba contra lo que más dolía a los comunistas, pero aparentemente sin pretender el derribo del régimen. La sociedad polaca tenía muchas preguntas que hacer a las autoridades: ¿quién estaba detrás de la matanza de Katyn?, ¿cómo se explicaban los comunistas el levantamiento de Varsovia de 1944?, ¿qué opinaban éstos de la invasión soviética de septiembre de 1939, fruto de un pacto entre nazis y bolcheviques? Crecían las comparaciones entre Hitler y Stalin (y entre los totalitarismos nazi y comunista), se pedía el fin de la ocupación soviética y el regreso del Gobierno en el exilio (instalado en Londres), incluso la devolución de Lvov y Vilna. Hasta se llegó a pedir la democracia; como si ésta fuera compatible con el sistema comunista.
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De Poznan a Solidaridad
El 28 de junio de 1956 cien mil personas salieron a las calles de Poznan para pedir Pan, Libertad y Dios, es decir, una Polonia libre. El estallido de furia de los obreros fue espontáneo, y aunque la causa directa fuera la cada vez más desastrosa situación económica, se trató de una revuelta eminentemente política. Fue una protesta contra el terror y la miseria, no tan famosa como las de Berlín 1953, Budapest 1956 o Praga 1968 pero no menos importante. Los polacos experimentaron la necesidad de sentirse libres a cualquier precio, aunque sólo fuera por unas horas.
Los obreros de Poznan no tenían una ideología concreta ni líderes con ambiciones políticas. No les dio tiempo. El caso es que "el pueblo penetró en el centro de la ciudad" para reclamar sus derechos. Clamaban por una Polonia democrática y soberana, no sólo por un pedazo de pan. En aquel entonces no había crimen más grave que proclamar tales lemas. Fue un caso típico de situación revolucionaria, según los patrones fijados por Lenin. Los gobernantes ya no podían prevalecer como lo habían hecho hasta ese momento, y los gobernados no iban a aceptar que las cosas siguieran igual. Una vez más, los comunistas sólo pudieron legitimarse mediante el terror y los tanques.
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Poznan 1956 fue un shock para las autoridades, que en adelante no dejaron de temer un estallido similar. Y fue trascendental porque, como demuestra la historia de los vecinos de Polonia, la liquidación del estalinismo pudo ser mucho más lenta. Fueron los obreros de Poznan quienes acabaron, con su efímera revolución, con la etapa más siniestra del comunismo en Polonia. Ya no volvería a imperar el terror estalinista: el sistema no tendría "rostro humano", pero sí los "dientes rotos", por obra y gracia de los obreros de Poznan. El comunismo nunca volvió a ser fuerte en el país; para muchos, lo único que hizo fue retardar el desarrollo por una o dos generaciones.
Con todo, el régimen salió bien parado de los sucesos de 1956, pues sobrevivió otros treinta años largos. Consiguió contener la oleada democratizadora e instilar el fatalismo en la sociedad polaca, que padeció sus efectos hasta finales de la década de los 60. Luego llegaron las protestas de marzo del 68, diciembre del 70, junio del 76, agosto del 80... y junio del 89.
Es en Poznan 1956 donde hay que rastrear los orígenes del movimiento Solidaridad, que finalmente consiguió doblegar a los comunistas. La huelga de los obreros de la Cegielski fue la semilla de la que brotaron, ya en los 80, los sindicatos libres, instituciones completamente extrañas a la ortodoxia comunista.
Poznan fue la primera y última vez, excepción hecha de las luchas de los años 40, en que se registró un levantamiento armado contra el poder comunista. Aun así, los orígenes de Solidaridad hay que buscarlos en las exigencias de la sociedad polaca, no en las reformas promovidas por la dictadura. Nadie lo olvide: sin Junio no hubiera habido Octubre del 56.
NOTA: Este texto es un fragmento editado del artículo del mismo título publicado por JAN STANISLAW CIECHANOWSKI en el número 31 de LA ILUSTRACIÓN LIBERAL, donde asimismo podrán encontrar trabajos de, entre otros, CARLOS ALBERTO MONTANER, MIKEL BUESA y JOSÉ MARÍA MARCO. Pídala ya en su kiosko.