Pero los progres hemos venido al mundo para dejarnos la piel en la tarea de redimir a nuestros semejantes de sus muchos pecados (como el frecuentar esta publicación electrónica) y decirles cómo y qué deben pensar, sin importarnos las penalidades que tengamos que sobrellevar en el proceso. Por tanto, haremos caso omiso a las invectivas de esos irreverentes neoliberales y continuaremos avanzando por la senda que hará de ustedes unos flamantes progresistas en cuestión de unas semanas, a poco que presten atención y abandonen la perniciosa manía de pensar por ustedes mismos (por otra parte, un gasto innecesario, habiendo gente como un servidor –es un decir– que ya lo hace por los demás).
Bien. La democracia fue un invento socialista, es decir, progre, cuyo objetivo inicial era alejar a las clases reaccionarias del poder político, que de esta forma quedaría depositado sine die en manos de la izquierda, la única con títulos y capacidad para conducir a la Humanidad por la senda del progreso. Sin embargo, la izquierda occidental ha sido muy poco cuidadosa con ese legado fundacional, de tal forma que en la mayoría de los países sedicentemente democráticos no es infrecuente que lleguen a gobernar partidos declarados abiertamente conservadores, aberración mayúscula que las fuerzas progresistas se ven obligadas a corregir presionando a través de la "voz de la calle", de mayor legitimidad que los parlamentos democráticos... bueno, según las circunstancias.
Es duro reconocerlo, pero los progres occidentales no hemos estado a la altura de lo que se esperaba en términos políticos, aunque en el terreno cultural y educativo, forzoso es decirlo, lo hemos hecho de dulce. Abandonada Europa a las fuerzas del capitalismo demoliberal, Cuba es hoy día, junto con alguna otra gloriosa excepción, como Corea del Norte, el único país que conserva intacta la esencia de la democracia tal y como es entendida por el progresismo.
El régimen de Fidel Castro Ruz es el paradigma de todo lo que los progres del mundo ansiamos para la Humanidad. Es nuestro paraíso en la Tierra, nuestra Jerusalén laica, el puto Edén. De hecho, si no fuera por el bloqueo criminal del Estado norteamericano, cada día arribarían a las costas cubanas miles y miles de cayucos transoceánicos repletos de intelectuales progresistas para gustar de por vida de las mieles de la auténtica libertad. Europa se quedaría sin directores de cine, sin cantautores, sin actores y actrices comprometidos, sin pedagogos, sin liberados sindicales... ¿No tiemblan de pánico con sólo imaginar la catástrofe que eso supondría para nuestra civilización?
Pero a pesar del imperialismo yanqui, que busca impedirlo como sea, muchos progres estaríamos dispuestos a desembarcar en Cuba para disfrutar de la auténtica democracia. Sin embargo, por un elemental sentido del deber elegimos –sin excepción– permanecer en las decadentes democracias occidentales, sufriendo los rigores del capitalismo para destruirlo desde dentro, aunque sólo sea consumiendo sus recursos a mayor velocidad que el resto de nuestros semejantes. Algunos de los progresistas más reputados no dudan en sumergirse en las simas más abyectas del sistema, rodeados de riquezas y lujos, pero no para disfrutar de sus comodidades como esclavos decadentes, sino para adquirir una mayor conciencia del enemigo al que nos enfrentamos y los múltiples señuelos con que busca confundir a los ciudadanos.
Conscientes de nuestra sagrada misión, visitamos periódicamente la Isla, comprobamos los progresos de la revolución, intercambiamos ideas y algún que otro fluido con l@s camaradas del club de debate El Malecón y enseguida volvemos al odiado Occidente neoliberal, a continuar nuestra batalla por la libertad.
Con todo, si queremos ser honestos es necesario hacer algunos reproches al régimen cubano, especialmente a su deriva política de los últimos años. Tal vez sea por una cuestión de edad, el caso es que Fidel está ablandándose por momentos. Sin ir más lejos, hace un par de años permitió la importación del invento capitalista por antonomasia: la olla exprés, símbolo de la decadencia occidental en materia gastronómica. En otras palabras, permitió que la población cubana comenzara a contaminarse de los males que provoca el capitalismo opresor. Y es que empiezas por dejar a la gente cocinar como le salga de las narices y enseguida empieza a reclamar derechos civiles, partidos políticos y demás virus empleados por el neoliberalismo para inocular su letal enfermedad. Es difícil entender cómo estos recios camaradas han podido caer en un error tan infantil.
Ciertamente, no es fácil mantenerse firme en la senda revolucionaria cuando uno ha de hacer frente a las montañas de propaganda infame que los medios occidentales, todos a sueldo de la CIA, esparcen sin cesar. Una de las críticas más injustas que los camaradas del Partido cubano han de soportar es la de que usan determinados servicios ofrecidos por las transnacionales mientras niegan este acceso al resto de ciudadanos. En realidad, lo que hacen los dirigentes del Partido es comprobar por sí mismos la maldad del sistema capitalista, visitando sus lugares de ocio, tratándose en sus lujosas clínicas o transfiriendo dinero a través de intrincados canales, simplemente para estar seguros de que Cuba va por el camino correcto. Es un retroviral anticapitalista que los dirigentes se inoculan periódicamente para asegurarse de que la enfermedad no les infecta.
Por todo ello, los progres debemos defender sin fisuras la validez del modelo cubano, la más perfecta democracia jamás creada; en esencia, la única. Y por eso debemos criticar también severamente la tibieza de algunos progresistas, como los que en una de las gloriosas manifestaciones del pueblo contra el imperialismo agresor en Irak pontificaron sobre el régimen venezolano glosándolo como "una nueva experiencia democrática", sin tener ni una sola palabra de encomio hacia el referente más egregio de la auténtica libertad: el régimen castrista.
Pero de la farándula y sus recientes traiciones desviacionistas tiempo habrá de hablar largo y tendido.
CURSO ACELERADO DE PROGRESISMO: Cambio de paradigma: ¡A Rebuznar!