Algunos mamíferos macho no tienen conductos lácteos ni pezón; pero otros, como perros y primates –incluidos los humanos–, no sólo tienen conductos lácteos y pezón: es que, en ellos, antes de la pubertad apenas existen diferencias entre los sexos.
Los hombres contemplan sus tetillas con una actitud ambivalente. Por un lado, no les gusta estar en posesión de un residuo embrionario propio de las mujeres que la evolución, remendona y chapucera, dejó ahí aparcado. Pero, por otro, han sabido hacer de la necesidad virtud y cultivan sus músculos pectorales como el que saca brillo a un tesoro. El sueño de todo varón es poder presumir de tener el pecho duro y muy dibujado. A veces, hasta los más flácidos y caducos meten barriga y ponen pecho de lobo cuando pasean por la playa.
Hay sociobiólogos que ven en el culturismo y en la depilación masculina un intento de emular, a la manera varonil, las redondas suavidades del tejido adiposo femenino. Lo cierto es que los músculos constituyen una estructura de cortejo honesta que muestra la capacidad de un varón para trabajar, o realizar esfuerzos puntuales. Claro que también pueden mostrar su capacidad para hacer el bestia y meterse en líos.
El pecho masculino, al contrario que el femenino, no está reconocido como parte pudenda; por eso, cuando yo era niña, los héroes masculinos lucían tetilla tanto en las revistas infantiles como en el cine, y hasta la monjita más pura contemplaba con naturalidad las películas de romanos. Así que, aunque nos censuraban los besos de Sissi, la filmografía de peplos caídos era típica de Semana Santa. Los niños de entonces fuimos testigos de cómo Charlton Heston tenía talento suficiente para hacer dos cosas a la vez: lucir tetillas y matar al malo. Y de cómo Kirk Douglas, hoyuelo en ristre y vestido con bragas de harapos, podía eclipsar sus piernecitas enclenques a base de lucir, para regodeo de los gais, un escudo pectoral más ancho que alto.
Como a las mujeres, lo mismo que a todo el mundo, nos gustan las cosas redonditas y calientes, queremos hacer de las tetillas un asunto lascivo; pero, ¡sacrilegio!, muchos hombres son capaces de matar por eso. Ahí tenemos la hilarante novela de Tom Sharpe en la que el protagonista planea matar a su esposa porque, entre otras manías, está empeñada en estimularle los pezones. Es una actitud reprobable, por parte de los hombres, que nos provoquen todo el rato como si ahí no hubiera nada interesante y luego no permitirnos meterles mano o, lo que es peor, aburrirse mientras les metemos mano, esperando el momento de introducir en escena otros miembros más viriles y que las tetillas hagan mutis por el foro.
Pero la parte femenina que hay en todo macho florece algunas veces sin complejos. Una vez oí a un hombre –muy masculino, por cierto– confesar que sentía ganas de darle la teta a su bebé. Pocos se atreverían a expresar un deseo que pusiera en entredicho su virilidad. Y una declaración así no pone en entredicho nada. Las hormonas no son diferentes para machos y hembras; aquí lo que se dirime es una cuestión de cantidad. Y un padre muy cercano a su bebé puede aumentar la concentración de algunas hormonas comprometidas con la lactancia, como la prolactina. Eso no lo hace más femenino, sino mucho más encantador. Igualmente, al estimular los pezones de hombres y mujeres, los niveles de prolactina se elevan. Quizá por eso muchos hombres rechazan ese tipo de juegos.
Veamos, queridos: Hace ya muchas semanas prometí comerme mi faja reductora cuando un camionero gallego segregara más leche que una nodriza payesa. De momento, va a ser que no. Sin embargo, los hombres, bajo ciertas circunstancias patológicas, pueden dar un paso más en el desarrollo de su tejido glandular y producir cierta cantidad de leche. La ginecomastia –aumento del volumen de la glándula mamaria en el varón– es una de las pesadillas masculinas recurrentes. Precisamente por eso, este trastorno aparece a menudo reflejado en obras de arte. Demonios cornudos con pechos, dragones con pechos, ánimas (masculinas) del purgatorio, retorciéndose entre las llamas, con pechos y hermafroditas medio en bolas con bolas y pechos aparecen en lienzos, en grupos escultóricos, en petos de las ánimas y en muebles estilo remordimiento que habréis visto en los despachos de notarios carrozones con solera. Son horrorosamente bonitos.
La ginecomastia puede ser pasajera, típica de la pubertad, o ser cosa de familia. En este caso se recurre a la cirugía estética (y al psicólogo). Hay otra ginecomastia endocrina, causada por tumores testiculares o suprarrenales, hipogonadismo o cualquier cosa que revolucione las hormonas. También puede aparecer en el transcurso de enfermedades como la lepra... y otras que no digo porque sois unos aprensivos.
A veces ocurre que los recién nacidos de algunas especies –también la nuestra–, influidos por las hormonas maternas, producen una secreción llamada leche de bruja. La producción de leche masculina no es fisiológicamente imposible. Es relativamente frecuente y espontánea en los machos cabríos, y se puede inducir, mediante inyecciones de hormonas, en algunos machos, por ejemplo en bueyes, perros, cobayas y humanos. Pero esta leche es bastante escasa, y a los machos ni se les ocurre dar de mamar.
La producción de leche espontánea se ha comprobado, a menudo, en individuos que habían sufrido hambrunas –por ejemplo, prisioneros de campos de concentración– y que se encontraban en proceso de recuperación. La explicación es que el hígado, que destruye las hormonas, se recupera más lentamente que las glándulas que las producen, por ello los niveles hormonales se disparan sin control.
¿Por qué la lactancia masculina no fue contemplada durante la evolución? Muy pocos machos ejercen de padres, y, entre éstos, la lactancia no es, probablemente, la mejor ayuda que pueden procurar a sus hijos. Sea como fuere, lo cierto es que en 1994 se descubrió que, entre las 4.300 especies de mamíferos existentes, hay un macho que amamanta junto con la hembra. Se trata del murciélago frugívoro de Dyak. Soy escéptica.
Los hombres contemplan sus tetillas con una actitud ambivalente. Por un lado, no les gusta estar en posesión de un residuo embrionario propio de las mujeres que la evolución, remendona y chapucera, dejó ahí aparcado. Pero, por otro, han sabido hacer de la necesidad virtud y cultivan sus músculos pectorales como el que saca brillo a un tesoro. El sueño de todo varón es poder presumir de tener el pecho duro y muy dibujado. A veces, hasta los más flácidos y caducos meten barriga y ponen pecho de lobo cuando pasean por la playa.
Hay sociobiólogos que ven en el culturismo y en la depilación masculina un intento de emular, a la manera varonil, las redondas suavidades del tejido adiposo femenino. Lo cierto es que los músculos constituyen una estructura de cortejo honesta que muestra la capacidad de un varón para trabajar, o realizar esfuerzos puntuales. Claro que también pueden mostrar su capacidad para hacer el bestia y meterse en líos.
El pecho masculino, al contrario que el femenino, no está reconocido como parte pudenda; por eso, cuando yo era niña, los héroes masculinos lucían tetilla tanto en las revistas infantiles como en el cine, y hasta la monjita más pura contemplaba con naturalidad las películas de romanos. Así que, aunque nos censuraban los besos de Sissi, la filmografía de peplos caídos era típica de Semana Santa. Los niños de entonces fuimos testigos de cómo Charlton Heston tenía talento suficiente para hacer dos cosas a la vez: lucir tetillas y matar al malo. Y de cómo Kirk Douglas, hoyuelo en ristre y vestido con bragas de harapos, podía eclipsar sus piernecitas enclenques a base de lucir, para regodeo de los gais, un escudo pectoral más ancho que alto.
Como a las mujeres, lo mismo que a todo el mundo, nos gustan las cosas redonditas y calientes, queremos hacer de las tetillas un asunto lascivo; pero, ¡sacrilegio!, muchos hombres son capaces de matar por eso. Ahí tenemos la hilarante novela de Tom Sharpe en la que el protagonista planea matar a su esposa porque, entre otras manías, está empeñada en estimularle los pezones. Es una actitud reprobable, por parte de los hombres, que nos provoquen todo el rato como si ahí no hubiera nada interesante y luego no permitirnos meterles mano o, lo que es peor, aburrirse mientras les metemos mano, esperando el momento de introducir en escena otros miembros más viriles y que las tetillas hagan mutis por el foro.
Pero la parte femenina que hay en todo macho florece algunas veces sin complejos. Una vez oí a un hombre –muy masculino, por cierto– confesar que sentía ganas de darle la teta a su bebé. Pocos se atreverían a expresar un deseo que pusiera en entredicho su virilidad. Y una declaración así no pone en entredicho nada. Las hormonas no son diferentes para machos y hembras; aquí lo que se dirime es una cuestión de cantidad. Y un padre muy cercano a su bebé puede aumentar la concentración de algunas hormonas comprometidas con la lactancia, como la prolactina. Eso no lo hace más femenino, sino mucho más encantador. Igualmente, al estimular los pezones de hombres y mujeres, los niveles de prolactina se elevan. Quizá por eso muchos hombres rechazan ese tipo de juegos.
Veamos, queridos: Hace ya muchas semanas prometí comerme mi faja reductora cuando un camionero gallego segregara más leche que una nodriza payesa. De momento, va a ser que no. Sin embargo, los hombres, bajo ciertas circunstancias patológicas, pueden dar un paso más en el desarrollo de su tejido glandular y producir cierta cantidad de leche. La ginecomastia –aumento del volumen de la glándula mamaria en el varón– es una de las pesadillas masculinas recurrentes. Precisamente por eso, este trastorno aparece a menudo reflejado en obras de arte. Demonios cornudos con pechos, dragones con pechos, ánimas (masculinas) del purgatorio, retorciéndose entre las llamas, con pechos y hermafroditas medio en bolas con bolas y pechos aparecen en lienzos, en grupos escultóricos, en petos de las ánimas y en muebles estilo remordimiento que habréis visto en los despachos de notarios carrozones con solera. Son horrorosamente bonitos.
La ginecomastia puede ser pasajera, típica de la pubertad, o ser cosa de familia. En este caso se recurre a la cirugía estética (y al psicólogo). Hay otra ginecomastia endocrina, causada por tumores testiculares o suprarrenales, hipogonadismo o cualquier cosa que revolucione las hormonas. También puede aparecer en el transcurso de enfermedades como la lepra... y otras que no digo porque sois unos aprensivos.
A veces ocurre que los recién nacidos de algunas especies –también la nuestra–, influidos por las hormonas maternas, producen una secreción llamada leche de bruja. La producción de leche masculina no es fisiológicamente imposible. Es relativamente frecuente y espontánea en los machos cabríos, y se puede inducir, mediante inyecciones de hormonas, en algunos machos, por ejemplo en bueyes, perros, cobayas y humanos. Pero esta leche es bastante escasa, y a los machos ni se les ocurre dar de mamar.
La producción de leche espontánea se ha comprobado, a menudo, en individuos que habían sufrido hambrunas –por ejemplo, prisioneros de campos de concentración– y que se encontraban en proceso de recuperación. La explicación es que el hígado, que destruye las hormonas, se recupera más lentamente que las glándulas que las producen, por ello los niveles hormonales se disparan sin control.
¿Por qué la lactancia masculina no fue contemplada durante la evolución? Muy pocos machos ejercen de padres, y, entre éstos, la lactancia no es, probablemente, la mejor ayuda que pueden procurar a sus hijos. Sea como fuere, lo cierto es que en 1994 se descubrió que, entre las 4.300 especies de mamíferos existentes, hay un macho que amamanta junto con la hembra. Se trata del murciélago frugívoro de Dyak. Soy escéptica.