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COMER BIEN

Pánico en la playa

Un pez normalmente inofensivo causó, la pasada semana, una situación en una playa alicantina que a muchos pudo recordarles el Tiburón de Spielberg: alarma generalizada, playa cerrada al baño... Al final no había tiburón: era una anjova. Las primeras informaciones nos hablaban de un tal "pez golfar". He de reconocer mi más absoluto desconocimiento. Se nos apuntó, también, que era un carángido, familia a la que pertenecen el chicharro y el pez limón. Tampoco era exacto: era una anjova, pez de la familia de los pomatómidos.

Un pez normalmente inofensivo causó, la pasada semana, una situación en una playa alicantina que a muchos pudo recordarles el Tiburón de Spielberg: alarma generalizada, playa cerrada al baño... Al final no había tiburón: era una anjova. Las primeras informaciones nos hablaban de un tal "pez golfar". He de reconocer mi más absoluto desconocimiento. Se nos apuntó, también, que era un carángido, familia a la que pertenecen el chicharro y el pez limón. Tampoco era exacto: era una anjova, pez de la familia de los pomatómidos.
Vayamos por partes. La anjova (Pomatomus saltator, o saltatrix) es un pez perciforme, es decir, de forma, valga la redundancia, de pez. Puede llegar a medir un metro de largo, a veces algo más, pero no es lo normal: suele ser más pequeño, aunque respetable. Tiene el dorso azul verdoso y el vientre blanquecino, como tantos otros. Lo que sí tiene es dos hermosas filas –una por mandíbula– de dientes triangulares y acerados.

Son, seguramente, esos dientes los que le dan dos de sus nombres en catalán: tallahams y trencahams. Digamos que ham vale, en catalán, por anzuelo; tallar es cortar, y trencar romper. En castellano se le llama anjova, y también anchova, depende de dónde. Es más habitual en el Atlántico que en el Mediterráneo, pero a veces, como en esta ocasión, aparece por las buenas en las playas levantinas.

Es, como casi todos sus parientes, un depredador voraz. Está muy bien diseñado para la natación, y suele atacar –un texto inglés es muy gráfico al decir que lo hace "como un lobo hambriento"– los bancos de lisas y de pequeñas doradas; en general, los pescadores de bajura lo consideran una pesadilla, por su extrema voracidad. Pero no ataca al hombre: sencillamente, la anjova de Alicante se confundió de presa.

No es mal comestible... aunque, entre nosotros, no se le tenga en demasiado aprecio. Sus carnes son oscuras y fibrosas; es pescado azul, que admite prácticamente las mismas recetas que los atunes o que la seriola o pez limón. No sé: no he probado nunca, al menos conscientemente, la anjova, pero el pez limón me parece exquisito. Digo lo de "conscientemente" porque a veces la anjova es la materia prima del adobo clásico de las frituras de pescado andaluzas.

Un ejemplar de anjova (imagen tomada de www.pescamediterraneo2.com.Sí que parece que se le aprecia más en los Estados Unidos, donde se le llama blue –su nombre inglés más habitual es bluefish–, y en Turquía, donde se conoce como lüfer. Por aquí, ya decimos, gusta menos, pese a que no es un pescado caro; el propio catálogo del FROM lo marca con una A1, donde la A indica que se utiliza en alimentación –si estuviese catalogado como "gastronómico" llevaría una G– y el 1, que se consume en fresco.

Al parecer, tras el incidente en el que una anjova confundió la mano de una niña con una de sus presas, se trató de capturarla desplegando un palangre de cuatro kilómetros de longitud. También se han oído y leído cosas de lo más peregrinas acerca de esta arte de pesca.

Un palangre consiste, en esencia, en un cabo de longitud variable, pero bastante largo, llamado madre, del que penden a intervalos más o menos regulares otros, más cortos –las brazoladas–, en los que se empatan los anzuelos. Es arte respetuosa con los pescados que captura y con el medio ambiente.

Con palangre se pesca la merluza que llamamos "de anzuelo" o "del pincho", que así llega a los mercados en mejores condiciones que la pescada con volanta, que es un arte fija de red, o al arrastre. También se usa el palangre para capturar besugos.

Quede claro que la anjova no es un peligro de nuestras playas. Otros peces sí, pero no porque ataquen, sino porque practican un tipo de defensa pasiva muy dolorosa para el agresor. Hablamos de los pequeños cabrachos, rascacios o escorpenas, o de la faneca brava, que no hay que confundir con la faneca propiamente dicha, cuyo único peligro está, ya en el plato, en la extraordinaria cantidad de espinas que tiene.

Estos peces suelen estar semienterrados y bien camuflados en la arena, incluso muy cerca de la orilla; un bañista puede pisarlos inadvertidamente... y se encontrará con la acción de los venenosos y espinosos radios de sus aletas dorsales, que causan unas heridas muy dolorosas, aunque no peligrosas.
 
Como tampoco es peligrosa para el hombre la anjova, cuya única arma es su dentadura, que usa para atacar a sus presas habituales. Podemos considerarla molesta para la pesca de bajura, pero, no lo duden, no tiene nada que ver no ya con el tiburón de la película, sino ni siquiera con la más habitual y pacífica tintorera. Fue... un incidente aislado, ciertamente lamentable pero insólito.
 
 
© EFE
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