El Bussines Day de Sudáfrica , por ejemplo, encabezaba una noticia titulada 'La OMS debe dar la cara por las víctimas' con el siguiente párrafo: "Después de años de ominosa ceguera y millones de muertes por malaria evitables, la Organización Mundial de la Salud ha aceptado finalmente la solución más simple, rápida y barata: el DDT".
Y es que en Yaoundé volvió a ponerse sobre la mesa una realidad indiscutible que a muchos creadores de opinión, sometidos al influjo de la doctrina ecologista al uso, parece escapárseles: sin diclorotifeniltriloroetano (DDT) no se puede combatir definitivamente el mal, que afecta a millones de personas cada año en el mundo subdesarrollado.
La historia ya la conocen ustedes porque se ha explicado con autoridad en estas paginas: en los años 50 del siglo XX, una campaña mundial para erradicar la malaria se basó en el uso del DDT como insecticida eficaz contra las especies de mosquito que transmiten la enfermedad. En menos de dos décadas el pesticida permitió que muchos países controlaran con éxito el desarrollo de la infección. En la India, por ejemplo, las muertes pasaron de 800.000 al año a casi cero. En el área mediterránea de Europa, la malaria pasó definitivamente a la historia.
Pero en 1972 el Gobierno de Estados Unidos fue el primero en proponer una prohibición global al uso de este pesticida, alertado por campañas de organizaciones ecologistas que conmovieron a medio mundo y, lo que es peor, a los políticos encargados de toma de decisiones, con un mensaje tan claro como discutido científicamente: el DDT, decían, es una bomba tóxica de relojería que daña a animales y plantas y puede tener efectos perniciosos sobre el ser humano. El DDT, según estos estudios controvertidos y usados hasta la extenuación por las organizaciones de defensa de la naturaleza, se acumulaba en la cadena alimentaria, produciendo daños genéticos irreparables. Se había convertido en un símbolo de la lucha contra el desarrollo de compuestos químicos artificiales para controlar agentes naturales.
La inmensa mayoría de los países occidentales siguieron el ejemplo de Estados Unidos (del que algunos expertos llaman el peor error cometido por la Administración Nixon) y se apuntaron a la prohibición del DDT para usos agrícolas. En teoría, esta sustancia podía aplicarse en casos de necesidad médica, pero en la práctica la presión ecologista condenó a los países africanos más afectados por la malaria a dejarse matar por el pernicioso mosquito si querían seguir vendiendo productos agrícolas a la sana Europa, que rechazaba cualquier cargamento cultivado en áreas sospechosas.
Como consecuencia, la malaria volvió a convertirse en una enfermedad emergente en el mundo. Muchos países africanos se quedaron sin su mejor herramienta para combatirla, no porque estuviera prohibido su uso sanitario, sino porque ninguna organización sanitaria internacional se atrevía a sufragar los costes de ninguna campaña que incluyera entre sus estrategias la fumigación con DDT.
Pero ahora, muchos expertos empiezan a alzar la voz reclamando una segunda oportunidad para el pesticida. Su aplicación en el interior de casas y chozas prevé la introducción del mosquito en el ambiente doméstico y lo aleja de las zonas de vida cotidiana de los niños, los más afectados por el mal. Además, dura dos veces más que otros pesticidas utilizados y es un 75% más barato.
La trayectoria química del pesticida hacia la cadena alimenticia sólo tiene lugar cuando se usa masivamente en entornos agrícolas. Fumigar 100 hectáreas de campo de algodón, por ejemplo, requiere 1.100 kilos de DDT, pero impregnar las paredes de una casa para que combatan a los mosquitos durante 6 meses requiere apenas 500 gramos de producto.
Es evidente que el DDT sólo no puede combatir al pertinaz anopheles vector de la enfermedad, pero cada vez son más los expertos que reclaman una mirada atrás y una renuncia definitiva a infundados prejuicios ambientalistas.
El DDT, según se anunció en Yaoundé, volverá a formar parte de la campaña RBM de la OMS. Probablemente no quede otro remedio, tras contemplar los datos de extensión de la malaria, un mal cuya incidencia se había previsto reducir a la mitad en 2010 pero que, en realidad, este año ha aumentado.
La OMS propone que la década del 2000 al 2010 pase a la historia como la década contra la malaria. Para ello no sólo tendrá que luchar para incorporar medidas como el uso de DDT a nivel doméstico, sino que tendrá que convencer a organismos comerciales y a entidades políticas para que no se dejen llevar por la presión ambientalista.