En el año 1984 la proporción de niños con exceso de peso era del 4,9%, mientras que hoy supera el 16%, lo que nos coloca a la cabeza de Europa, por detrás del Reino Unido. Incluso ya hay más niños obesos que adultos.
Nuestros infantes están engordado de manera desmesurada, y esto les coloca en la antesala de multitud de enfermedades relacionadas con la obesidad que aparecerán, precozmente, en la edad adulta: diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares y de las articulaciones, litiasis biliar, cáncer…
Aunque la obesidad depende de múltiples factores, la mayoría de las expertos coincide en afirmar que hay dos que se confabulan para almacenar grasa en el tejido adiposo de los pequeños. Ambos son de origen ambiental. El primero es la dieta inadecuada, que se aleja de lo que sería una alimentación saludable, como la mediterránea. El consumo de platos precocinados, alimentos basura, bollería industrial y productos cárnicos ricos en grasas saturadas ha aumentado, en detrimento de los platos caseros, las verduras, las legumbres, la fruta, el pescado y otros alimentos que ayudan a regular el peso y conservar la salud. Así, muchos niños, además de haber heredado de sus padres la propensión a la gordura, heredan unos hábitos alimentarios obesogénicos.
Por otro lado, las recomendaciones dietéticas no son siempre fáciles de poner en práctica y mantener en el tiempo. Los frigoríficos repletos de comida incitan a nuestra voracidad natural: en los últimos años la ingesta calórica ha aumentado un 19% entre la población española.
La confusión reinante en las dietas de adelgazamiento la están trasladando los padres a los hijos: por ejemplo, muchas adolescentes obsesionadas con la línea imitan los regímenes espartanos y poco saludables de sus madres. Dieta frente a abundancia. Por un lado se está diciendo a nuestros jóvenes que coman más sano, y por otro se les bombardea con anuncios que les incitan a ingerir bebidas y alimentos altamente energéticos y grasientos.
El segundo factor que hace que se acumulen los kilos de más es el sedentarismo. Los niños españoles no hacen el suficiente ejercicio físico para quemar las calorías que ingieren de más. Otro legado paterno. El ocio de los pequeños es cada vez más sedentario. Tumbados en el sofá, se pasan más de 2 horas y media viendo la caja tonta, más media hora jugando con la videoconsala o metidos en internet. En un reciente estudio se podía leer que casi el 40% de los jóvenes prefiere quedarse en casa viendo la televisión que salir a la calle a hacer algún tipo de actividad.
Toda acción para impedir que la gordura se instale en la población infantil y juvenil es bien recibida. El Ministerio de Sanidad y Consumo ha presentado esta semana un ambicioso programa para promover una alimentación más equilibrada y el ejercicio físico entre los escolares de nuestro país. Se pretende concienciar a los padres para que corrijan posibles hábitos alimentarios erróneos mediante diferentes acciones concretas, así como explicar a los chavales los peligros para la salud de descuidar la alimentación, algo que parece bastante razonable. También lo es, en principio, los controles antropométricos habituales, del peso, la estatura, el índice de masa corporal (IMC) y el contorno de la cintura, lo que permitirá saber con mayor precisión cuál es la repercusión del problema en los escolares e identificar a los niños orondos.
Lo que ya no está tan claro es la intervención directa sobre ellos en los centros de estudio. Entre las acciones se cita la de elaborar menús específicos para ellos, o sea, ponerlos a dieta en los comedores escolares. ¿Han pensado los responsables en el impacto psicológico que puede suponer para los gorditos seleccionados? Cabe esperar que sean el foco de bromas de sus compañeros y que sean discriminados, más aún, por su aspecto físico.
Los pequeños no asocian la obesidad con la salud, sino con el fracaso y la torpeza. Se lo hemos enseñado los mayores, embebidos en una sociedad marcada por unos patrones de belleza que se extienden como una marea negra en la población juvenil. La belleza y la línea son la clave del éxito, y para ello no se puede tener grasa en el tejido adiposo. ¿Entenderá el gordito que el régimen es para evitar algo malo que le puede suceder cuando sea mayor? No lo creo. Más bien se verá sometido a un control, a una suerte de castigo que le impide comer y beber lo que le gusta, y se corre el riesgo de que crea que se está atentando contra su físico.
Es más, ¿cómo piensan diseñar una dieta personalizada? La clave fundamental de cualquier régimen de adelgazamiento es que quien lo sigue se sienta a gusto con los ingredientes seleccionados. ¿Tendrán en cuenta lo que le gusta al chaval, y lo que detesta? ¿Verán lo que se deja en el plato? Difícilmente.