Obama, además, es usuario de Twitter, que es un servicio cibernético que te permite informar a tus followers de lo que estás haciendo en cada momento del día enviando mensajes desde el móvil, pues al parecer los followers están muy interesados en seguir minuciosamente las actividades de sus referentes intelectuales, incluso las muy privadas. Una cosa de frikis pero elevado al cubo, porque nadie ha conseguido explicar aún qué utilidad real puede tener una web con cincuenta mensajes diarios del tipo "Recojo a los niños del cole", "Bronca con el kioskero: le pido el diario Público y no sabe que existe", "Me reúno con el técnico auxiliar de hostelería [esta gente siempre está reuniéndose] y debatimos sobre las propiedades energéticas de la harina de trigo fermentada frente a los polisacáridos complejos con fuerte carga glúcida" (en otras palabras, no sabe si pedirle al camarero una tostada o un cruasán). En fin, una auténtica frikada, pero que resulta muy útil para un político que quiere mostrarse como un experto en comunicaciones de frontera.
Rajoy quiere parecerse a Obama para imitar su éxito electoral (hasta ahora, quien más se le parece en su partido es Francisco Camps, por razones más que obvias), por lo que es bastante probable que abra también una cuenta en Twitter y contrate a un becario para que envíe un mensaje cada diez minutos contando las cosas más peregrinas. El asunto tiene su riesgo, porque a veces sucede que los mensajes que se envían al Twitter responden a la verdad y entonces los followers se hacen una idea cabal de las características del personaje. No obstante, en el edificio de Génova 13 debe de haber un gran número de asesores capaces de controlar un invento tan explosivo.
Obama se ha hecho instalar en el tanque con forma de coche que utiliza para sus desplazamientos las últimas innovaciones tecnológicas para mantenerse en comunicación con sus followers, así le caiga una bomba nuclear a medio metro. Aquí criticamos al técnico en paisajes urbanos que preside el parlamento regional catalán por hacerse instalar en su coche oficial una televisión y un reposapiés, pero eso es porque los españoles no estamos muy al día en materia de nuevas tecnologías. De hecho, resulta un anacronismo que, en plena era de la comunicación digital, el torpe de Benach pretendiera instalarse una chorrada propia del siglo pasado en lugar de un megaordenador con dos pantallas LCD de cuarenta pulgadas y conexión ciberespacial permanente vía satélite.
Los fans aceptan que sus ídolos vean la tele, pero exigen que les cuenten pormenorizadamente qué canal están viendo en cada momento y qué opinión les merece cada programa. Porque los followers, amigos, son vampiros emocionales que exigen de su ídolo un contacto permanente, y en eso Obama no les piensa defraudar.
Esto del Twitter es una especie de contrato de sangre, en virtud del cual quien quiere convertirse en un Master Twitter tiene que twittear constantemente, porque si los followers pasan más de media hora sin saber si la persona que siguen ha hecho sus necesidades fisiológicas le abandonan por otro personaje que cumpla fielmente sus obligaciones twitteras y le dé más movimiento a la blackberry.
Rajoy va todavía por el Facebook, otra chorrada friki que, como no puede ser de otra manera, causa furor entre los adolescentes de todas las edades. Los fanáticos del Facebook llegan a casa, se ponen su tratamiento para el acné, dan de comer a la tarántula e inmediatamente se conectan a la cosa para subir fotografías y compartir las experiencias de sus apasionantes vidas con quienes han aceptado suscribirse a este servicio. Lo cual tiene un riesgo evidente, porque nunca se sabe dónde pueden ir a parar esos testimonios fotográficos, como sabe muy bien Ramón Calderón, cuyas fotografías en compañía de los golfillos que manipularon la última asamblea del Madrid proceden, válgame Dios, del Facebook del gran Nanín. El ya ex presidente del Real Madrid puede considerarse por derecho propio la primera víctima del Facebook, que, como ven, tiene mucho peligro.
Resulta llamativo que los medios de comunicación convencionales no hayan reparado sino de soslayo en la pasión por las nuevas tecnologías de Barack Hussein Obama. En las trescientas horas de programación y baboseo que las cadenas progres han dedicado a glosar la figura del nuevo presidente norteamericano tras su toma de posesión, nadie ha hecho mención al Twitter. Ni siquiera Gabilondo, al que todas estas cosas de la internet le pillan ya algo mayor, es cierto, pero que sigue siendo un periodista riguroso, ha dado la dirección del Twitter de Obama para que en España aumente el número de followers.
Estamos muy, muy atrasados. O hacemos un plan para extender el uso del Twitter o esta crisis va a durar decenios. Venga, Zapatero, haznos un Plan T.