Después de haber repartido parabienes y sonrisas, pulseras telemáticas y emisores de GPS, un suceso excepcional, en Pontevedra, ha dejado en ridículo todo el aparataje mediático. La violencia de género no se combate con chirimbolos electrónicos. Esto ya no da más rendimiento político, no asegura aluviones de votos y va pasando al olvido, mientras se van añadiendo cuentas al rosario de muertes.
Los medios de comunicación cercanos al poder informan de la mayor subida de crímenes por violencia doméstica de la última década, entre anuncios de las innumerables instituciones que combaten este tipo de delitos: el Instituto de la Mujer, la Delegación contra la Violencia de Género, la ingente floración de observatorios y el Ministerio de Igualdad. Es precisamente la prensa amiga la que cifra en 76 las muertes, cinco más que el año anterior, mientras que la prensa conservadora lleva sus cuentas por el 67 y tiene tres o cuatro casos dudosos, a la espera de que el CSI mediático le deje ayudar al Gobierno.
La violencia de género, a la que el periódico cercano al poder ya asimila sin complejos, y tal vez con medio cabreo, a la violencia doméstica, da cuenta del asesinato de La Coruña, y del de Tenerife, en la misma columna de la muerte de un varón, en Cáceres, víctima de la inesperada explosión de su hija militar. El Farol de Hernández Castanedo informaba en los años cincuenta de crímenes como estos, fíjense si es antigua la cosa, aunque los hombres eran más jóvenes, no como el coruñés de 74 que aplastó el cráneo de su esposa de 63 con un martillo y la remató a cuchilladas en plena fiesta.
Antes, los hombres mataban a las mujeres porque eran alcohólicos crónicos, estaban hundidos en la miseria o se declaraban incapaces de salvar la convivencia. Hoy, los hombres viejos matan a las mujeres porque no pueden superar su debilidad, la decadencia senil o la indefensión económica, acuciados por las malas relaciones de pareja en un mundo despiadado. Pero, aunque las razones fueran iguales que las que distinguían a los que salían en El Farol antes de que naciera Zapatero, se llamarían crímenes del machismo asesino. Lo que viene a decir que los hombres matan a las mujeres simplemente porque los hay criminales desde la cuna.
Las nacionalidades tampoco importan. En Tenerife, un británico ha perdido la flema y ha agredido a su ex pareja con un bate de béisbol. Ella tenía sólo 28 años y murió como consecuencia de la brutal paliza. Todo el apartamento estaba revuelto y lleno de sangre. Parado en medio del naufragio, el asesino se dejó prender. En La Coruña, el veterano homicida se dio un tajo intentado quitarse la vida, pero este chico joven de la Gran Bretaña ni siquiera tuvo ese feo detalle. Era una más de sus muchas peleas, tal vez con la carga extra de estas celebraciones, donde en muchos hogares hay extrañeza, melancolía y dolor.
Maximino Couto, ustedes lo recordarán, fue ese gallego de Pontevedra encerrado por agresión a su esposa que cumplía dos años y siete meses de prisión cuando su nueva pareja fue a suplicar, hace unas semanas, que le dejaran salir de permiso, que era un hombre bueno. En la cárcel de A Lama, donde deben de concentrarse los corazones solitarios más compasivos de la península, se conmovieron ante la petición de la señora, y aunque Couto había salido ya, con dificultades telemáticas, le volvieron a poner la pulsera, el transmisor GPS y lo dejaron ir. Nada más abandonar la celda se encaminó a su domicilio y dio muerte a su compañera, la que había rogado para que le dejaran en libertad. Acto seguido fue a la casa de su ex, donde tenía prohibido acudir, por el camino de siempre, sin que alertaran la pulsera telemática ni el GPS, que tanto impresiona a las almas cándidas del PP. Por fortuna, la mujer no estaba. Maximino, entonces, embriagado por la ira, la emprendió con los vecinos, a los que acuchilló, hirió y dejó para el arrastre.
Cuando la policía le fue a detener hubo de hacer frente a la resistencia de un toro agotado que, finalmente, se dejó conducir de nuevo a prisión, desde donde debió de dar todas las gracias a la señora Mercedes Gallizo, de Instituciones Penitenciarias; porque, aunque se trataba de un maltratador de género, un homicida in fraganti, un quebrantador de permisos penitenciarios, lo dejó estar en una celda sin protocolo de suicidio ni gaitas. Así que, al poco, Couto, con maña, se fabricó una sábana-horca, con la que se suspendió de la vida, librando al país de un perseguidor de mujeres, a los servicios sociales de un mal alumno de reinserción y a la justicia de un reo más que juzgar.
El poder político ha descubierto la chicha de un fenómeno que no tiene fin, le ha puesto nombre, que más despista que endereza, y, visto que tiene mal arreglo, afloja la vigilancia en la celda hasta que el maltratador que tiene ganas se quita de en medio por propia mano.
Es un vuelo tan bajo, que los periodistas han decidido volver al carril de antaño y llamar a la violencia doméstica por su nombre. Retornar el delito al redil del delito, y si alguien mata en casa es porque se trata de violencia de hogar, como la de la señora militar que tuvo a mal liquidar a su progenitor en Serradilla (Cáceres) con un rifle de caza. Fue el día de Nochebuena, a mayor abundamiento. Serían las ocho de la tarde. La señora militar, de 28 años, parece que mató a su padre tras una fea discusión, aunque estaban los dos solos y aquello que se sepa vendrá de la boca de la presunta homicida.
El caso es que a todo esto se suman media docena de casos dudosos, uno ocurrido el día veintiséis, pasada la Navidad, con ahorcado y estrangulada, y aun con un poco más de crisis es posible que no bajen de 80 los crímenes de violencia de género, crímenes machistas de la puerca de tu madre, mientras en la cárcel de A Lama se piensan si hay que cambiar algo de estrategia o a alguien de la dirección.
Aunque... fuera alarmismos: quizá todo va a pedir de boca, como le gustaría a Gallizo.
Los medios de comunicación cercanos al poder informan de la mayor subida de crímenes por violencia doméstica de la última década, entre anuncios de las innumerables instituciones que combaten este tipo de delitos: el Instituto de la Mujer, la Delegación contra la Violencia de Género, la ingente floración de observatorios y el Ministerio de Igualdad. Es precisamente la prensa amiga la que cifra en 76 las muertes, cinco más que el año anterior, mientras que la prensa conservadora lleva sus cuentas por el 67 y tiene tres o cuatro casos dudosos, a la espera de que el CSI mediático le deje ayudar al Gobierno.
La violencia de género, a la que el periódico cercano al poder ya asimila sin complejos, y tal vez con medio cabreo, a la violencia doméstica, da cuenta del asesinato de La Coruña, y del de Tenerife, en la misma columna de la muerte de un varón, en Cáceres, víctima de la inesperada explosión de su hija militar. El Farol de Hernández Castanedo informaba en los años cincuenta de crímenes como estos, fíjense si es antigua la cosa, aunque los hombres eran más jóvenes, no como el coruñés de 74 que aplastó el cráneo de su esposa de 63 con un martillo y la remató a cuchilladas en plena fiesta.
Antes, los hombres mataban a las mujeres porque eran alcohólicos crónicos, estaban hundidos en la miseria o se declaraban incapaces de salvar la convivencia. Hoy, los hombres viejos matan a las mujeres porque no pueden superar su debilidad, la decadencia senil o la indefensión económica, acuciados por las malas relaciones de pareja en un mundo despiadado. Pero, aunque las razones fueran iguales que las que distinguían a los que salían en El Farol antes de que naciera Zapatero, se llamarían crímenes del machismo asesino. Lo que viene a decir que los hombres matan a las mujeres simplemente porque los hay criminales desde la cuna.
Las nacionalidades tampoco importan. En Tenerife, un británico ha perdido la flema y ha agredido a su ex pareja con un bate de béisbol. Ella tenía sólo 28 años y murió como consecuencia de la brutal paliza. Todo el apartamento estaba revuelto y lleno de sangre. Parado en medio del naufragio, el asesino se dejó prender. En La Coruña, el veterano homicida se dio un tajo intentado quitarse la vida, pero este chico joven de la Gran Bretaña ni siquiera tuvo ese feo detalle. Era una más de sus muchas peleas, tal vez con la carga extra de estas celebraciones, donde en muchos hogares hay extrañeza, melancolía y dolor.
Maximino Couto, ustedes lo recordarán, fue ese gallego de Pontevedra encerrado por agresión a su esposa que cumplía dos años y siete meses de prisión cuando su nueva pareja fue a suplicar, hace unas semanas, que le dejaran salir de permiso, que era un hombre bueno. En la cárcel de A Lama, donde deben de concentrarse los corazones solitarios más compasivos de la península, se conmovieron ante la petición de la señora, y aunque Couto había salido ya, con dificultades telemáticas, le volvieron a poner la pulsera, el transmisor GPS y lo dejaron ir. Nada más abandonar la celda se encaminó a su domicilio y dio muerte a su compañera, la que había rogado para que le dejaran en libertad. Acto seguido fue a la casa de su ex, donde tenía prohibido acudir, por el camino de siempre, sin que alertaran la pulsera telemática ni el GPS, que tanto impresiona a las almas cándidas del PP. Por fortuna, la mujer no estaba. Maximino, entonces, embriagado por la ira, la emprendió con los vecinos, a los que acuchilló, hirió y dejó para el arrastre.
Cuando la policía le fue a detener hubo de hacer frente a la resistencia de un toro agotado que, finalmente, se dejó conducir de nuevo a prisión, desde donde debió de dar todas las gracias a la señora Mercedes Gallizo, de Instituciones Penitenciarias; porque, aunque se trataba de un maltratador de género, un homicida in fraganti, un quebrantador de permisos penitenciarios, lo dejó estar en una celda sin protocolo de suicidio ni gaitas. Así que, al poco, Couto, con maña, se fabricó una sábana-horca, con la que se suspendió de la vida, librando al país de un perseguidor de mujeres, a los servicios sociales de un mal alumno de reinserción y a la justicia de un reo más que juzgar.
El poder político ha descubierto la chicha de un fenómeno que no tiene fin, le ha puesto nombre, que más despista que endereza, y, visto que tiene mal arreglo, afloja la vigilancia en la celda hasta que el maltratador que tiene ganas se quita de en medio por propia mano.
Es un vuelo tan bajo, que los periodistas han decidido volver al carril de antaño y llamar a la violencia doméstica por su nombre. Retornar el delito al redil del delito, y si alguien mata en casa es porque se trata de violencia de hogar, como la de la señora militar que tuvo a mal liquidar a su progenitor en Serradilla (Cáceres) con un rifle de caza. Fue el día de Nochebuena, a mayor abundamiento. Serían las ocho de la tarde. La señora militar, de 28 años, parece que mató a su padre tras una fea discusión, aunque estaban los dos solos y aquello que se sepa vendrá de la boca de la presunta homicida.
El caso es que a todo esto se suman media docena de casos dudosos, uno ocurrido el día veintiséis, pasada la Navidad, con ahorcado y estrangulada, y aun con un poco más de crisis es posible que no bajen de 80 los crímenes de violencia de género, crímenes machistas de la puerca de tu madre, mientras en la cárcel de A Lama se piensan si hay que cambiar algo de estrategia o a alguien de la dirección.
Aunque... fuera alarmismos: quizá todo va a pedir de boca, como le gustaría a Gallizo.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.