– Mira las etiquetas de las maletas. Cuando veas alguna con estas letras es que está a punto de salir... Yo qué sé, no llevo las gafas, póntelas tú.
Pero como es tan despistado, capaz es de salir el último. Y además se pone a hablar con todo el mundo; le estará contando a algún turista dónde ir... Este hombre cada día es más inútil; no se entera de nada, y yo no voy a ponerme las gafas de cerca ahora, faltaría más...
– Ponte delante... Mejor detrás... No, no te muevas, que luego no te ve. Me estás poniendo nerviosa.
En cuanto lo vea le voy a apretujar bien fuerte, le guste o no. Ya estoy harta, para eso es mío, ¿no? Menos mal que ahora es más cariñoso, porque menudos años que me dio. Y le voy a hacer todas las preguntas del mundo antes de que se canse. Que hable y me lo cuente todo, porque se piensa que con plantarme el regalo lo arregla, y yo quiero saber, quiero que me diga lo que hace... No creo que sea tan difícil contarme lo que hace un día normal, a qué hora se levanta, lo que come, cómo son sus amigos... En cuanto tenga ordenador me pongo a buscar todos los sitios y ver las fotos. Porque ésta es otra, le pido postales y no me trae casi ninguna. Se pone a hablar como un loco de camino a casa, luego se duerme, y al tercer día se acabó la historia. Y yo me voy enterando a retazos, y me hago un lío.
– ¿Por qué no entras y le preguntas a la Guardia Civil?... Bueno, tú se lo pides con educación, no así, como si estuvieras en el bar.
El año pasado apenas hubo turrón y se quedó con ganas, así que este año he comprado un montón, y además jamón serrano, escarola, tomates, salmón ahumado y atún del bueno, para que se haga bocadillos y ensaladas, que es lo que más le gusta. No sé si me falta alguna cosa, pero creo que está todo; y si no, lo compro corriendo. Y si algo se pone malo, pues nada. Es una vez al año...
Cuántos años así, él y la otra. Quién me lo iba a decir a mí, que me saldrían viajeros. Pero por lo menos regresan, y yo cada vez un poquito más sola, en mi habitación, pensando en ellos, recordándolo todo, despertándome a medianoche pensando que están aquí, oliéndolos...
Tú también los quieres, ¿verdad, papá? Si estuvieras aquí y vieras lo que estoy viendo... No me lo puedo creer, tan mayores ya y tan niños a la vez. Cierro los ojos y lo veo tan pequeño... A veces se me nota y se enfada: "¡Vale ya mamá, por Dios!". No sabe lo que me costó que naciera.
Lo mal que lo pasé, sólo quería estar con él. ¡Qué angustia! No tenía ni idea de qué hacer, las monjas me decían cosas pero yo no me enteraba de nada, apretaba y apretaba pero no salía, y creía que me iba a morir.
– Perdona, ¿de qué vuelo vienes?...
Ya estará a punto de salir. Esta vez no voy a llorar, porque la última se quedó como asustado, sin moverse. Se traga las emociones, como yo antes, y eso es muy malo. Es una cosa que ha sacado de mí, pero yo ya no soy así, y ya va siendo hora de que lo comprenda. Reprimiéndose no va a ninguna parte, y lo único que pasa es que te pones enfermo o te entra una depresión, por no exteriorizar.
¡Cuántos años! Recuerdo cuando no quería ir al colegio y se hacía el enfermo. Me partía de risa en la cocina mientras le preparaba desayuno. Y luego en la facultad, cuando le dio por beberse un martini y fumarse medio porro después de comer. Después llegaba a casa con los ojos rojos, y yo le decía: "Estás agotado", y él, claro: "Sí, ¡qué cansado! Voy a llevarme una bandeja a la cama". ¡Menudo golfo! Y un día llegó mareado y me lo contó, y yo haciéndome la sorprendida, como siempre. Si algún día se enterase de todas las cosas que sé y que nunca le he dicho... No me lo perdonaría, pero debería saberlo, para que no me tome por tonta.
– ¡Uy!.. No, no es él.
Se está poniendo guapo, pero con cara de libro, como sus amigos. Cuando fui a buscar a su amigo el de Barcelona el mes pasado, me di cuenta al momento: guapo, lleno de maletas y con cara de libro: tiene que ser él.
Casi me pilla cuando me llamó para recordarme que el otro llegaba, pero no sospechó nada. Cuando me contó que había tenido un sueño y que me había visto en una camilla en el pasillo de un hospital, toda tapada con una sábana blanca, casi se me corta la respiración, pero ni se enteró. Ahora me pondrá verde, pero él no va a parar su vida, sus sueños, por la mía. Además, tampoco se me nota tanto. Me he puesto hombreras en el jersey y llevo un abrigo grande, y como de todas formas casi no me abraza, pues tampoco es para tanto. Con levantarme temprano, para que no entre en el baño y me pille medio desnuda o duchándome, basta. Y mucho maquillaje y el cardado de la peluquería, que me tapa la calvita que me está saliendo en la coronilla.
Bueno, voy a ver si me tranquilizo y miro a las otras, que hay que ver lo nerviosas que están. Esos dos hermanos que se abrazan tanto, ¡qué ternura! Y a ese señor parece que le va a dar algo delante del niño. Luego dicen que los hombres no tienen instinto maternal. O lo que sea, pero tienen algo, sólo que les da vergüenza sacarlo. Pero nosotras les llevamos ventaja, nosotras sabemos cómo son, qué piensan, no tenemos que preguntarles aunque lo hagamos ("¡Qué pesada eres, mamá!"... Yo no soy pesada). En fin, que ya va siendo hora de que se entere él también de lo que pienso, porque ya es un hombre; pero tan joven...
La Virgen, la madre, eso es la Navidad. El ciclo biológico, como dicen las feministas, la naturaleza, el hijo, el sacrificio, las obligaciones. No le gusta que diga: "Es mi obligación"; pero es mi obligación, y además quiero.
¡Qué cansada estoy! Si el médico se entera de todo lo que he hecho se enfada, pero es un secreto entre tú y yo. Dame estos días para estar bien, con fuerzas, y cuando se vaya que sea lo que tú quieras, pero tengo que verlos ahí, con su sueño cumplido, con su vida, no me puedo ir ahora, porque...
– ¿Mamá?
A las que estos días aguardan en aeropuertos y estaciones de todo el mundo. A la que me esperó y a la que ahora lo hace por el suyo. Es a través de ella que veo, y tal vez comienzo a comprender. ¡Feliz Navidad!