Hace unas décadas, los pronósticos de los catastrofistas coincidían en que íbamos hacia una nueva glaciación, así que poco importaba que la industria petrolera lanzara a la atmósfera alguna tonelada que otra de CO2. La oposición a las centrales nucleares era consecuente con ese estado de cosas. Pero una vez que Al Gore ha decidido que la Tierra está a punto de entrar en ebullición por culpa de los gases de efecto invernadero, resulta difícil conciliar el rechazo de los combustibles fósiles con la oposición a uno de los pocos sistemas de producción de energía que no contamina la atmósfera.
Y es que las centrales nucleares son el único sistema eficiente de producción de energía que no emite CO2, por más que les pese a los enemigos del desarrollo humano y a los fieles de la Iglesia de la Calentología, valga la redundancia. Es cierto que los molinillos de viento y las placas solares también producen algún que otro chispazo, pero todos sabemos que si tuviéramos que acondicionar la temperatura de nuestras viviendas con esas fuentes energéticas volveríamos a la manta paduana en invierno y al botijo en verano, porque sólo los políticos (mayormente los de izquierdas, que son los más trincones) podrían pagar semejantes facturas de consumo eléctrico. Por otra parte, las renovables son un invento de las petroleras y eléctricas, dueñas de las mayores empresas dedicadas a este negocio, para acaparar subvenciones y encarecer el producto de su línea principal de negocio. Y todo para que los políticos socialistas blasonen de tener un país la mar de sostenible. En la ruina, pero sostenible, que es de lo que se trata.
La fobia a lo nuclear es un atavismo setentero que Zapatero aún no ha superado, al contrario que otros compañeros de partido que, a punto de jubilarse y con un pie en el geriátrico, parecen haber adquirido cierto sentido común. Felipe González Márquez, por poner un ejemplo señero, se despacha contra la puerilidad zapateril cada vez que opina al respecto, y el cierre de la central de Santa María de la Garoña no iba a ser la excepción. Ahí lo tienen, un líder socialista pidiendo más inversiones en energía nuclear, como otros muchos políticos sensatos que anteponen el interés común a sus fobias juveniles, caso extraño pero que se da ocasionalmente, como estamos viendo en este asunto.
Pero es que lo antinuclear, en lo que respecta a España, tiene a su vez un componente patético que nos convierte de nuevo en el hazmerreír del vecindario, que desde que llegó Zapatero no hace prácticamente otra cosa que partirse a nuestra costa. Empezando por los franceses, nuestros eternos enemigos, que nos venden energía nuclear y nos colocan las centrales bien pegaditas a los Pirineos por si las moscas. ¿Acaso supone Zapatero que la radiactividad frenará en seco al llegar a la Junquera o a Irún? Probablemente sí, porque de este hombre uno puede esperar cualquier cosa. Además, recuerden su famosa frase a Sarkozy: "Pídeme lo que quieras"; demanda que ningún gobernante, y más si es francés, echará jamás en saco roto.
En todo caso, el nivel de seguridad de la producción de electricidad de origen nuclear es tan elevado que, salvo en Chernobyl, una central gestionada por funcionarios soviéticos, no se tiene noticia de que se haya producido un accidente que haya desembocado en catástrofe.
Y como el gobierno de Zapatero tiene en la hipocresía el elemento transversal de su acción política, esta semana descubrimos que va a vender a los chinos material y tecnología para construir centrales nucleares, mientras que de puertas adentro sigue con su discurso retrógrado, absurdo y antieconómico.
La única posibilidad de que el gobierno de España acepte la evidencia de que nuestra economía necesita la energía eléctrica de origen nuclear es que haya un fuerte sentimiento popular en esa dirección. En cuanto le encarguen a Leire Pajín una campaña en contra de las centrales nucleares, asunto solucionado.
Y es que las centrales nucleares son el único sistema eficiente de producción de energía que no emite CO2, por más que les pese a los enemigos del desarrollo humano y a los fieles de la Iglesia de la Calentología, valga la redundancia. Es cierto que los molinillos de viento y las placas solares también producen algún que otro chispazo, pero todos sabemos que si tuviéramos que acondicionar la temperatura de nuestras viviendas con esas fuentes energéticas volveríamos a la manta paduana en invierno y al botijo en verano, porque sólo los políticos (mayormente los de izquierdas, que son los más trincones) podrían pagar semejantes facturas de consumo eléctrico. Por otra parte, las renovables son un invento de las petroleras y eléctricas, dueñas de las mayores empresas dedicadas a este negocio, para acaparar subvenciones y encarecer el producto de su línea principal de negocio. Y todo para que los políticos socialistas blasonen de tener un país la mar de sostenible. En la ruina, pero sostenible, que es de lo que se trata.
La fobia a lo nuclear es un atavismo setentero que Zapatero aún no ha superado, al contrario que otros compañeros de partido que, a punto de jubilarse y con un pie en el geriátrico, parecen haber adquirido cierto sentido común. Felipe González Márquez, por poner un ejemplo señero, se despacha contra la puerilidad zapateril cada vez que opina al respecto, y el cierre de la central de Santa María de la Garoña no iba a ser la excepción. Ahí lo tienen, un líder socialista pidiendo más inversiones en energía nuclear, como otros muchos políticos sensatos que anteponen el interés común a sus fobias juveniles, caso extraño pero que se da ocasionalmente, como estamos viendo en este asunto.
Pero es que lo antinuclear, en lo que respecta a España, tiene a su vez un componente patético que nos convierte de nuevo en el hazmerreír del vecindario, que desde que llegó Zapatero no hace prácticamente otra cosa que partirse a nuestra costa. Empezando por los franceses, nuestros eternos enemigos, que nos venden energía nuclear y nos colocan las centrales bien pegaditas a los Pirineos por si las moscas. ¿Acaso supone Zapatero que la radiactividad frenará en seco al llegar a la Junquera o a Irún? Probablemente sí, porque de este hombre uno puede esperar cualquier cosa. Además, recuerden su famosa frase a Sarkozy: "Pídeme lo que quieras"; demanda que ningún gobernante, y más si es francés, echará jamás en saco roto.
En todo caso, el nivel de seguridad de la producción de electricidad de origen nuclear es tan elevado que, salvo en Chernobyl, una central gestionada por funcionarios soviéticos, no se tiene noticia de que se haya producido un accidente que haya desembocado en catástrofe.
Y como el gobierno de Zapatero tiene en la hipocresía el elemento transversal de su acción política, esta semana descubrimos que va a vender a los chinos material y tecnología para construir centrales nucleares, mientras que de puertas adentro sigue con su discurso retrógrado, absurdo y antieconómico.
La única posibilidad de que el gobierno de España acepte la evidencia de que nuestra economía necesita la energía eléctrica de origen nuclear es que haya un fuerte sentimiento popular en esa dirección. En cuanto le encarguen a Leire Pajín una campaña en contra de las centrales nucleares, asunto solucionado.