Me había propuesto hablar de la ignorancia supina de esta señora, que por lo visto nos gobierna, y representa a España en el extranjero, y que ni siquiera sabe que en muchos países musulmanes los hombres tienen legalmente derecho a tener cuatro esposas. Esta limitación, bastante reciente, no vale para los príncipes saudíes, por ejemplo, y recuerdo que cuando el rey de Arabia Saudí llegaba a su humilde chalé de Marbella, con sus doscientas esposas y su séquito de dos mil personas, nadie se horrorizaba, ni siquiera la feminista Fernández de la Vega.
Me había propuesto, a partir de esa anécdota grotesca, escribir un comentario, no sobre el "choque entre civilizaciones", sino sobre la guerra entre civilización y barbarie; a menos que nuestra vicepresidenta, como su señorito, considere que la situación legal, laboral, familiar y sexual de la mujer en la mayoría de los países musulmanes no es bárbara, sino, simplemente, algo propio de una civilización diferente. En tal caso, ¿por qué se horroriza?
Me había propuesto hablar de estas cosas, pero la actualidad irrumpió en mi casa el jueves a las siete de la mañana, como la policía en ciertos países y períodos, y me obligó a hablar del nuevo atentado de ETA, que actualiza, por así decir, el debate, o crisis, como dicen algunos, en el PP, protagonizado precisamente por dos mujeres: Esperanza Aguirre y María San Gil. Si cito a Esperanza primero es porque ella fue quien abrió el melón; pero el más violento portazo ha sido cosa de María San Gil.
Yo no soy del Partido Popular, y desconozco muchos de los intríngulis y meandros de este partido. Seré muy cauto, pero no por exagerada prudencia, sino por ignorancia. Ahora bien, basta con leer la prensa para percatarse de que en dicha formación hay por lo menos dos concepciones de la política española y del propio PP. Ya era hora. El País, que leo no por masoquismo sino para buscar argumentos de polémica, califica a los unos de "moderados" y a los otros de "duros". Podría hablarse también de "duros" y "blandos", o de "oportunistas" y "empecinados"; pero no entremos en esos malabarismos y sigamos adelante.
Dos cosas me han llamado la atención: la campaña a favor de Rajoy en El País, con artículos como el de Miguel Ángel Aguilar (todo un poema), y la creciente influencia en el entorno de Mariano Rajoy del socialburócrata José María Lassalle, de cuyo célebre artículo en el diario de Prisa ya me ocupé; pero se me olvidó citar esta frase, en la que carga implícitamente contra Esperanza Aguirre:
(...) Rajoy está lejos de sintonizar con las ideas socialdemócratas ya que éstas –y si no que me corrija la presidenta de Madrid– nacieron como una democratización de la izquierda tras su renuncia a la lucha de clases y al marxismo.
Si se lee bien, dice que Rajoy no puede "sintonizar" con la socialdemocracia porque ésta ha abandonado la lucha de clases y el marxismo. Según Lassalle, Rajoy sería más leninista que Zapatero. Es lo que dice, pero evidentemente no es lo que quiere decir; lo que quiere decir es que el PSOE, habiendo abandonado la lucha de clases y el marxismo, se ha puesto corbata y se ha convertido en una persona decente, a la que se puede invitar a cenar y a algunas cositas más.
Pero es que resulta que nadie dice que el PSOE sea más terrorista que ETA, o más caballerista que el Lenin Español. De lo que se trata, hoy, en España, y en el debate en el seno del PP, no única, pero esencialmente, es del problema de los llamados nacionalismos periféricos y de la guerra contra ETA. Es, evidentemente, lo que más preocupa a María San Gil, y a muchos españoles.
Cuando un socialista analfabeto se convierte en consejero predilecto del líder de un partido de derechas, o de centro, o como se califique el PP, cualquier catástrofe es probable. Antes de dar cursos de izquierdismo al PP, el señor Lassalle debería estudiar algo y, por ejemplo, enterarse de que la lucha de clases no empieza y termina cuando lo deciden los jefes de los partidos comunistas o socialistas: la lucha de clases, no en el sentido marxista, sino en el de la voluntad de los de abajo de lograr mejores condiciones de vida, existía antes de Marx, y existirá después de Lassalle. A éste, para que se empape, le recordaré que el marxismo siempre –o sea, desde finales del siglo XIX– estuvo dividido en dos corrientes principales, la democrática y la totalitaria, o la reformista y la revolucionaria, según algunos.
Pero ¿qué interés puede tener el informar de éstas y otras muchas cosas a un cretino? Lo que sí es interesante es que ese cretino se haya, por lo visto, convertido en el ideólogo de Rajoy.
Desde fuera, observo que Mariano Rajoy, que es un buen parlamentario, tiene algunos defectos. Para empezar, es tan perezoso –lo cual podría ser útil para un poeta– que retrasa continuamente sus decisiones. Otro defecto del gallego, mucho más grave en un político, es que no tiene ideas personales, no tiene, digamos, un proyecto de Estado; lo cual, desde luego, le permitiría ser un eterno jefe de la oposición...