La predicción del profesor Badiola puede que se haya cumplido, a la luz de los recientes fallecimientos provocados por esta enfermedad.
No, no estamos ante una crisis (mucho menos ante una epidemia), ni ante nada que sorprenda a las autoridades sanitarias, sino simplemente ante la consecuencia natural del desarrollo de una enfermedad cuyo proceso de incubación es extremadamente lento (oscila entre los 10 y los 30 años). Teniendo en cuenta que en España se retiraron del mercado todos los materiales específicos de riesgo (fundamentalmente ligados al sistema nervioso de la vacas) en 2001, y que en Europa los primeros controles se establecieron en 1995, será muy probable que mueran más personas hasta las proximidades del año 2030.
La variante humana del mal de las vacas locas, una versión pérfida de la enfermedad de Creutzfeldt Jacob transmitida por priones, es muy difícil de diagnosticar. Aunque se ha avanzado en el descubrimiento precoz de rasgos del mal en ganado vivo, en el caso de los seres humanos el único diagnóstico posible es post mortem, mediante autopsia. Además, se trata de un síndrome que presenta muchas variantes.
Según las autoridades sanitarias que han hablado ante los medios en las últimas semanas, "no existen casos sospechosos de españoles que estén afectados al día de hoy". Pero lo cierto es que, a buen seguro, debe de haberlos. No tiene ningún sentido que la casuística en la Península Ibérica sea de apenas cinco casos y en Francia haya registrados cerca de 25. Debemos, pues, prepararnos para que noticias como las de esta semana se repitan.Y, por lo tanto, debemos estar dispuestos a transmitir la información del modo más correcto.
Es indiscutible, por ejemplo, que las medidas sanitarias adoptadas en su momento en la UE han dado resultado, y que hoy no existe riesgo de contagio del mal. Es decir, que todas las personas que lo sufran habrán resultado contagiadas antes del año 2000.
¿Qué condiciones han de darse para el contagio? En primer lugar, ha de haberse comido carne en contacto con el material de riesgo (médula ósea, sesos, ganglios…) abundantemente y de manera continuada; y, en segundo lugar, se ha de poseer una variante del gen PRNP que sólo está presente en el 20% de la población. Estas dos condiciones hacen muy improbable la pertenencia a la población de riesgo: se calcula que sólo 1 de cada 10.000 habitantes podría haberlo estado.
Ése es el motivo por el que, realmente, las autoridades internacionales no aconsejan adoptar nuevas medidas de prevención ante el afloramiento de casos como los que han saltado a los medios estos días. Y, por supuesto, ése es el motivo por el que hoy no existe duda de que el consumo actual de carne es seguro.
Mientras tanto, la investigación sobre ésta y otras enfermedades producidas por priones avanza a paso de tortuga. Recordemos que los priones son proteínas normales que se encuentran en el interior de la célula y que, por motivos desconocidos, generan copias plegadas de manera defectuosa. Dichas copias se transmiten y se convierten en fatalmente dañinas.
Hace unos años, en el Howard Hugues Institute (HHI) de Estados Unidos se realizó un descubrimiento fundamental para entender mejor la naturaleza infectiva de estas proteínas incorrectamente plegadas. En experimentos realizados con priones de levadura se demostró cómo algunas mutaciones puntuales en éstos afectan a la forma en que se vuelven infecciosos para la planta. Al contrario de lo que ocurre con las bacterias o los virus (que son seres vivos), los priones son sólo proteínas aberrantes que se han plegado y desplegado de forma contraria a como sus hermanas sanas suelen hacerlo y que inducen esa aberración a sus compañeras.
En sus investigaciones, los investigadores del HHI utilizaron una forma de prión que induce cambios en el metabolismo de la levadura. En el laboratorio se descubrió que diferencias muy sutiles (incluso un cambio de temperatura) podrían provocar un cambio en la infectividad de la proteína. De ese modo, fueron capaces de crear mutaciones de priones y controlar su infectividad. Ese hallazgo abrió la puerta para que pudieran producirse nuevos avances en el tratamiento de enfermedades como la de las vacas locas, que, recordemos, es hoy por hoy incurable.
Esta misma semana hemos tenido noticia de unas declaraciones de Kurt Wüthrich (Premio Nobel de Química en 2002 por sus investigaciones sobre proteínas) al respecto de tales males. Según Wüthrich, no estamos lejos de descifrar la estructura real de esas proteínas priónicas, lo que conduciría a una primera batería de estrategias para detener su avance dentro del organismo. Sin embargo, la posible curación de estos síndromes es un empeño todavía muy lejano.
Se han producido avances en el uso de algunos fármacos que impiden la propagación de los priones en roedores, pero sólo si se administran conjuntamente con el agente infeccioso. Por otro lado, el estudio de algunas moléculas utilizadas para tratar la esquizofrenia o la malaria y que tienen la capacidad de traspasar la barrera hematoencefálica (es decir, el mecanismo de defensa de nuestro cerebro frente a agentes químicos extraños) ha abierto algunas líneas de investigación muy incipientes en el terreno de los fármacos antipriónicos. Pero el sueño de lograr un medicamento que pueda eliminar el mal de las personas ya infectadas está todavía, repito, muy lejos de poder realizarse.
No existe vacuna contra el mal de las vacas locas. Pero sí la hay contra uno de sus efectos secundarios: la histeria. Debemos prepararnos para volver a hablar de esta enfermedad en el futuro, y sólo las fuentes científicas autorizadas (ni los medios ni las Administraciones) emitirán los mensajes con rigor y la suficiente cautela. Ahí están ya, esperando a que les consultemos.
JORGE ALCALDE dirige y presenta en LDTV el programa VIVE LA CIENCIA.