Suicidarse es una cuestión trascendente. La fundamental para la filosofía, según Albert Camus. Cada vez más gente se suicida, al menos en las sociedades avanzadas. De hecho, el suicidio es ya una de las primeras causas de muerte entre los jóvenes, junto con los accidentes automovilísticos. Por otra parte, la desaparición de millones de abejas es –como la repentina invasión de topillos que padeció Castilla y León el verano pasado– uno de esos extraños fenómenos naturales que los medios de comunicación convierten en uno de los síntomas del apocalipsis, aunque luego se olvidan de contarnos su resolución (las buenas noticias no venden, salvo en la prensa deportiva).
El guionista Shyamalan se enfrentaba al problema de contar su historia de terror, la epidemia de suicidios, a través de una anécdota amorosa, la clásica chico-busca-chica. Como modelo podían servir Los pájaros de Hitchcock o La invasión de los ladrones de cuerpos de Siegel. Por otra parte, Night el director tenía ante sí el desafío de rodar decenas de suicidios sin caer en el tremendismo.
Tanto el problema como el desafío han sido transformados por el talento del director-guionista en una solución visual elegante, turbadoramente bella, provocativamente abierta. Si el Zaratustra de Nietzsche decía odiar a los lectores ociosos, el indio-americano Night Shyamalan precisa de espectadores atentos a los detalles, capaces de leer entre imágenes y de abrirse a lo misterioso.
Las dos primeras secuencias de suicidios colectivos son de las que enamoran. En el neoyorquino Central Park, de repente el tiempo parece congelarse y los paseantes se quedan pensativos y titubeantes antes de, por ejemplo, clavarse una pinza para el pelo en la yugular. Por lo que hace a la lluvia de obreros precipitándose al cemento, habrá hecho desmayarse a algún espectador de profesión inspector (de trabajo).
Mientras, en su aula, el profesor de ciencias Elliot Moore (Mark Whalberg) explica a sus alumnos la dinámica del método científico:
¿Cuáles son las reglas de la investigación científica? Identificar el período de incubación, hacer los experimentos, observación detallada e interpretación de la información científica.
Pero sobre todo les advierte de que descubrir la verdad es un proceso duro, difícil y doloroso, y de que nunca es alcanzable del todo. Aunque más optimista que Hamlet, del mismo modo considera que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña la ciencia:
La ciencia puede llegar a una teoría en los libros, pero al final es sólo una teoría… No nos queremos dar cuenta de que hay fuerzas que están más allá de nuestro entendimiento.
En ese momento le llega la noticia de la plaga de suicidios y comienza una huida acompañado de su mujer (Zooey Deschanel), con la que tiene serios problemas, y de otra pareja que viaja con su hija. Una huida hacia ninguna parte, porque la amenaza es difusa, las señales equívocas y las pasiones nublan la razón. ¿Ataque terrorista, autodefensa de la madrastra Naturaleza? A años luz de las tópicas películas apocalípticas, aquí no hay efectos especiales, porque el peligro proviene de nuestro conocimiento limitado y nuestra querencia por los atajos para llegar a alcanzar una respuesta. Cualquier respuesta, aunque sea simplona y estúpida.
Mientras a su alrededor se suceden coreografías fascinantes de suicidios, desde el más obvio pistoletazo en la sien hasta un sacrificio de pesadilla bajo un cortacésped, el profesor de ciencias se agarra a su método científico como a un clavo ardiendo pidiendo un segundo para pensar:
– ¿Qué hacemos? Tenemos que hacer algo.– Déjenme pensar.– ¡Dios!– Necesito un segundo.– No estamos cerca de la carretera.– No podemos quedarnos aquí tan tranquilos.– Denme un segundo.– Denme un segundo.– No vamos a ser uno de esos idiotas... que no tienen agallas para hacer algo. No somos idiotas.– Denme un segundo.– Se están disparando.– Por favor, ¿qué vamos a hacer?– Necesito un segundo. ¿Por qué nadie me puede dar un maldito segundo?
La road movie se desarrolla a través de los bucólicos pero amenazantes prados de Filadelfia. Nunca una brisa agitando las copas de unos árboles sonó tan terrorífica. Night Shyamalan ha conseguido plasmar en imágenes la cita de Canetti: "La armonía pitagórica de las esferas se ha vuelto una violencia de las esferas". Como si Cormac McCarthy reescribiera un cuento de los hermanos Grimm, el núcleo familiar formado por el profesor, su mujer y la hija finalmente adoptada presionados por las circunstancias (exacto, más suicidios) va afrontando ejercicios de supervivencia que ponen a prueba la fuerza de su carácter y de los sentimientos que los unen. Se enfrentarán a una familia que ha hecho de su casa un búnker y rechaza con violencia criminal la aplicación de las normas más básicas de hospitalidad. O llegarán a la casa de una vieja en mitad del bosque que se transformará llevada por la locura de hada buena en la más terrible de las brujas.
El humor de Night Shyamalan es sutil e inteligente. Es capaz de introducir una broma sobre los celos que están corroyendo a la pareja protagonista cuando la muerte puede aparecer en cualquier momento para cortar de raíz cualquier sonrisa. O convierte a un objeto inanimado, un anillo que cambia de color dependiendo del estado emocional de quien lo porte, en un hilo de Ariadna de los sentimientos escondidos de los personajes.
Tan impactante como El sexto sentido, heterodoxa como El protegido, llena de simbolismo como El bosque, reflexiva como Señales y construida al estilo de la fábula moral de La joven del agua, me atrevería a decir que El incidente supera a todas ellas en su trazado de múltiples líneas de fuga, en las que un doble final, esperanzador y nihilista, contrapone la esperanza del nacimiento de un niño con la dinámica habitual del apocalipsis colectivo como la visión de un vaso medio lleno o medio vacío.
EL INCIDENTE. Guión y dirección: M. Night Shyamalan. Intérpretes: Mark Wahlberg, Zooey Deschanel, John Leguizamo, Betty Buckley, Spencer Breslin y Ashlyn Sanchez. Calificación: Turbadora (9/10).
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