Aunque hace años que comenzó la llamada Operación Fénix, consistente en recolectar ADN de familiares de desaparecidos para someter los restos encontrados a análisis y obtener la mayor cantidad posible de identificaciones positivas, lo cierto es que aún no se ha desvelado ninguno de los grandes enigmas. Ahora bien, lo cierto es que tampoco se esperaba que fuera el todopoderoso ADN el que identificara al joven de Boisaca.
Era éste un desconocido que surgió de repente en las vías del tren el 5 de mayo de 1988. El maquinista acertó a verle caminando de espaldas al convoy, agitando los brazos en medio de la noche. Hizo uso de los medios acústicos para avisarle, pero lo único que consiguió fue que el individuo volviera la cabeza y le mirara fijo en el último segundo. El expreso le arrolló, le partió en dos, le deformó horriblemente.
Durante veinte años aquel cadáver, del que se hizo la reseña necrodactilar, permaneció en la mayor oscuridad. Los especialistas en el mundo del misterio llegaron a compararlo con las supuestas apariciones espontáneas de viajeros en el tiempo. Para algunos incluso podría tratarse de un fantasma o un extraterrestre. Y la realidad es que todo eso ha sido este chico de poco más de veinte años, por un inexplicable fallo en el procedimiento que debería haber permitido que sus huellas dactilares fueran identificadas en el momento mismo de su muerte.
La indignación ha sacudido a los familiares de desaparecidos, porque este singular acontecimiento demuestra las carencias de la búsqueda en nuestro país. Pasados los primeros momentos de una ausencia, tras las ruidosas demostraciones de solidaridad y los preceptivos peinados de terreno, parece apagarse toda iniciativa, toda acción. A partir de entonces todo queda al albur de una llamada o un aviso. O sea, que no se busca a los desaparecido, sino que se espera a que alguien los encuentre.
Los gobiernos no han estado acertados a la hora de enfrentar la tragedia de los desaparecidos, pero el presidente que hoy nos gobierna, el que unificó los dos cuerpos policiales, Policía Nacional y Guardia Civil, interconectando sus bancos de datos, ha dado muestras de ser más torpe que ninguno, si cabe. Tras hacer lo más difícil, los resultados no han desembocado, precisamente, en un espectacular rosario de hallazgos, sino en un silencio atronador, lleno de fallas.
Veamos. ¿Cómo es posible que, una vez trasvasados los archivos policiales, no surja la identificación de este chico, que tenía su DNI, que hizo el servicio militar, que supuestamente era hijo de una farmacéutica que en la actualidad vive en Majadahonda? El hallazgo ha sido posible, una vez más, gracias al incansable esfuerzo de los familiares. Veinte años después, que no es nada, la madre recurrió a un periodista que volvió a publicar la preocupación de la familia y las circunstancias del caso. Al parecer, alguien del entorno acertó a relacionar la fuga del chico, que hacía poco había terminado la mili, con el atropello de las Rías Altas. La policía, esta vez sí, comparó las huellas dactilares del muerto con las del desaparecido y llegó a la conclusión de que se trataba de la misma persona.
El joven habría hecho un extraño viaje para convertirse en el Caminante de Boisaca. Salió de su casa, en Cataluña, volvió a Galicia, donde había hecho el servicio militar, y acabó perdido en una zona boscosa. Iba vestido con ropas holgadas, que parecían de otro. En el bolsillo llevaba más de quince mil pesetas. Su rostro quedó aplastado, y los investigadores pusieron el acento en las cosas más sorprendentes: unas orejas rotadas hacia delante y, según decían, sin circunvoluciones. También en sus dientes afilados. Hoy no podemos estar seguros de nada de esto debido al error en la necrorreseña, que impidió en un primer momento relacionar la denuncia de Castelldefels con una víctima sin nombre en Compostela.
Nos tememos que los políticos, que llevan tan mal esto de las desapariciones, aunque en realidad no buscan a los desaparecidos, de vez en cuando, como acaba de suceder, los encuentran. Como el de Boisaca, que por cierto estaba ahí, encima de la mesa de los enigmas, formando parte del rompecabezas mundial.
El joven de Boisaca fue, por lo que sabemos, un chico que había tenido una mili traumática, de aquellas del postfranquismo, llenas de suicidas y depresivos. Al maquinista le pareció que el extraño viajero del tiempo que había surgido justo debajo de las ruedas de su locomotora podría ser un suicida, pero a día de hoy no podemos estar seguros. Sólo y hasta donde es posible, después de dos décadas, nos creemos que se le ha puesto nombre gracias a la dactiloscopia, tan renuente durante cuatro lustros. Con este trago, estamos ante un momento excepcional para revisar e impulsar la política de búsqueda de desaparecidos.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.