Como es lógico, el informe ha saltado a todas las primeras páginas de la prensa mundial, y no en pocas ocasiones lo ha hecho con aseveraciones de este calibre:
La OMS confirma que los teléfonos móviles pueden provocar cáncer.
En realidad, la OMS no ha confirmado nada. Lo que ha hecho es reunir a un grupo de expertos para analizar las investigaciones sobre la relación entre móviles y cáncer hasta la fecha –algunas de ellas muy antiguas, por cierto–. Es decir, han elaborado un informe sobre el estado de conocimiento actual, pero no han incluido información nueva, no han descubierto relación novedosa alguna ni han añadido datos que no se conocieran.
Después de largas deliberaciones, los sabios de la OMS escriben –en uno de sus párrafos de conclusiones– lo siguiente:
Las pruebas han sido revisadas críticamente y se han evaluado, en general, como limitadas para el caso de glioma y neuroma acústico e inadecuadas para el resto de cánceres.
¿Qué quiere eso decir? Para el organismo que supuestamente vela por nuestra salud global, una evidencia limitada es aquella que presenta
algún grado de asociación entre el agente causal y el cáncer, aunque no pueda descartarse el azar, el sesgo o el error.
Y una prueba inadecuada significa que
no hay estudios de suficiente calidad o potencia estadística como para llegar a una conclusión.
No sé ustedes, pero si mi hijo me llega a casa con un informe en el que se dice que su trabajo es limitado o inadecuado... pues no me parece que le han dado un sobresaliente. Sin embargo, eso es lo que han comprado muchos medios de comunicación. El informe de la OMS, para ellos, parece avalar la relación entre teléfonos y cáncer.
La respuesta de buena parte de la comunidad médica al informe de la OMS ha sido de profundo escepticismo. Numerosos oncólogos han reconocido que no existe un aumento significativo de los gliomas en los últimos años, en Estados Unidos o Europa (donde más minuciosamente se estudia este tipo de enfermedades). Ese dato, por sí solo, parecería suficiente para descartar la relación significativa entre teléfono y glioma. Sin embargo, otros analistas aconsejan prudencia, ya que aún no contamos con perspectiva histórica suficiente para conocer si estos cánceres han aumentado o no desde que se utiliza de manera masiva el celular.
La principal crítica recibida por la OMS ha sido la vaguedad de sus conclusiones. En su informe no se dice nada sobre los mecanismos biológicos que supuestamente explicarían la relación entre la radiación de microondas del teléfono y la carcinogénesis. Es decir, no tenemos de idea de por qué las radiaciones son dañinas (si es que lo son). Hace unos meses, un reputado oncólogo español me confesaba: "Cualquier cosa podría ser sospechosa de producir cáncer, porque desconocemos aún demasiado sobre las causas del cáncer". Sabemos bien cómo actúa la infección, el traumatismo... pero no tenemos claro el modo por el cual una célula se convierte en tumor. No, al menos, en todos los casos.
Por ejemplo, la ciencia ha establecido con certeza el modo en que las radiaciones ionizantes provocan mutaciones malignas en las células de la piel o la manera en la que el virus del papiloma humano afecta a las células del cuello del útero de las mujeres. Por eso podemos decir sin miedo a equivocarnos que el sol y el virus del papiloma son factores potencialmente cancerígenos. Pero nadie ha descubierto aún cuál sería la razón por la que las radiaciones no ionizantes pueden causar una mutación. Las alteraciones moleculares descubiertas en algunos procesos (como el metabolismo de la glucosa) no parecen causa suficiente.
Dicho de otro modo. En el caso de que la OMS creyera que realmente los móviles producen cáncer, sería incapaz de explicarnos por qué. Y este dato es fundamental para tomar medidas de precaución, si fueran necesarias.
Por cierto, que este es otro de los puntos débiles del informe: no incluye guía de precauciones. Es decir, tira la piedra y esconde la mano.
El propio organismo ha reconocido la endeblez de las pruebas que aporta, pero se escuda en una curiosa excusa: ha querido avanzar las conclusiones de su estudio antes de ofrecer, próximamente, una información más detallada y novedosa que está preparando, y que se basa en estudios que serán publicados en la revista The Lancet.
Ante ese anuncio sólo caben dos posibilidades: que la OMS sepa más de lo que cuenta y que dentro de unas semanas nos revele un informe más concluyente y definitivo, o que la publicación que se espera sea tan endeble como la de esta semana. Ninguna de las dos posibilidades deja bien parada a la organización. Si sabe algo más, ¿por qué no lo comunica ahora? Si es de suficiente envergadura y quiere ser prudente, ¿por qué se desmarca con este aperitivo tan poco discreto? Y si no tiene realmente nada serio entre manos, ¿a qué viene este revuelo injustificado?
Sólo en una cosa están de acuerdo la mayoría de los expertos: cualquier investigación añadida, cualquier dato nuevo será bienvenido. Es necesario seguir investigando. Pero el ruido mediático que ha creado la OMS no ayuda, en absoluto.
Después de los errores cometidos con la gripe A, las sospechas de oscuros intereses en la industria farmacéutica y los fracasos en la información sobre ciertas enfermedades como la polio, parece claro que el principal cáncer de la OMS no se lo provocan los teléfonos, sino su nefasta política de comunicación.