El tripartito no es un zoco, aunque por el jolgorio que provoca constantemente lo parezca, así que no admite que a su producto se le pueda practicar la más mínima merma, toda vez que el noble pueblo catalán, si bien en un porcentaje expreso bastante exiguo, quedó bastante contento con el resultado final del proceso de fabricación.
Y es raro todo este asunto porque la burguesía catalana ha tenido siempre muy buen tino a la hora de colocar su mercancía a un precio imbatible, es cierto que mayormente porque desde el siglo XIX los gobernantes castellanos tuvieron la precaución de aplicar los aranceles oportunos para que no tuvieran que soportar a la odiosa competencia; pero incluso después de morir Franco y entrar en la Unión Europea, los productos catalanes han tenido siempre muy buena salida.
Menos el estatuto, vaya por Dios. El fruto más acabado de la sociedad catalana, liderada por políticos de la talla de Montilla, Carod Rovira o Puigcercós, no hay manera de que encuentre comprador en "el resto del estado" sin meterle la tijera al precio fijado por sus productores.
Zapatero parece aterrorizado ante la mera posibilidad de que las partes no lleguen a un acuerdo, así que ha decidido convertirse en mediador, para pasmo envidioso de los profesionales del celestineo, que en el Oasis se cuentan por miles: con gran disciplina, casi todos se limitan a trincar el 4 por ciento.
Lo que ocurre es que "el resto del estado español" está ya un poquito hasta las narices de quedarse con todo lo que le viene de Cataluña sin tener siquiera derecho al pataleo. Zapatero prometió a sus socios catalanes que, a cambio de que le situaran en La Moncloa, él haría que se aprobara, sin tocar una coma, el estatuto que saliera del parlamento autonómico, pero ni siquiera los esfuerzos denodados de su vicepresidenta con la madre superiora del Tribunal (anti)Constitucional han conseguido que los magistrados se abstengan de matizar, siquiera de forma leve, las mayores burradas de un texto que las colecciona.
Zapatero ya cobró su parte del trato alzándose con la victoria electoral gracias a los veinticinco diputados prestados por el PSC, pero ¿y el resto de los españoles? A nosotros, lejos de dejarnos algún beneficio, el nuevo estatuto nos perjudica bastante, y no hay cosa más idiota en este mundo que pagar para que te abofeteen, salvo quizás votar a un partido que yo me sé.
Mucho tendrá que trabajar ZP para que los ciudadanos "del resto del estado" compremos el estatuto catalán al precio que las lumbreras que lo redactaron fijaron de antemano, porque el sentimiento de que nos están estafando está cada vez más extendido, y puede llegar el caso de que decidamos no tener más tratos con unos señores que se empeñan en colocar su mercancía por mandato imperativo.
Si ni siquiera respetan el sagrado periodo de rebajas, es que carecen de cualquier escrúpulo; y así es imposible hacer negocios.