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CRÓNICA NEGRA

¡Mon Dieu, otro asesino en serie!

Un anciano santurrón, monsieur que divertía sus ocios haciendo de transformista, ha resultado ser sospechoso, oui, de casi una veintena de asesinatos. El modus operandi del criminal era siempre el mismo: mataba a sus víctimas –todas ellas homosexuales– de un fuerte golpe en la cabeza y posteriormente les asestaba un sinfín de cuchilladas.

Un anciano santurrón, monsieur que divertía sus ocios haciendo de transformista, ha resultado ser sospechoso, oui, de casi una veintena de asesinatos. El modus operandi del criminal era siempre el mismo: mataba a sus víctimas –todas ellas homosexuales– de un fuerte golpe en la cabeza y posteriormente les asestaba un sinfín de cuchilladas.
El sospechoso, nuevo serial killer, esta vez europeo, francés como las tortillas, s'il vous plait, lleno de glamour y encanto, parecía un hombre bueno, comprensivo, representante del tercer sexo y de la tercera edad; una aparente víctima de la incomprensión, un resistente cívico contra el desvarío. Mais non. Bajo este disfraz, presuntamente, se movía el monstruo, al parecer descubierto por la heroica testarudez de un policía que se ha pasado más de una década cruzando datos en las comisarías.
 
Asesinos en serie hay en todos los países; pero en los Estados Unidos se les busca y en el resto del mundo se les encuentra.
 
Este sexagenario, sobrevenido parvenu en la localidad alsaciana de Mulhouse, es el presunto responsable de al menos 18 crímenes cometidos entre 1980 y 2002. Estaba especializado en homosexuales, como los carniceros de Milkwaukee y Hannover (y, como este último, tendría un cómplice). Sabemos de otros serial killers expertos en matar ancianas, o señores de mediana edad; y los ha habido con gustos mixtos, como el Estrangulador de Boston, que durante una época mató ancianas y en otra fue a por mujeres jóvenes.
 
Nicolás Panard, que así se llama el sospechoso, actuaba travestido en cabarés que ya echaron el cierre, como Le Palace o Le Fantasio, donde pudo entrar en contacto con esos pobres desprevenidos que acabaron como acabaron. Una de las grandes sorpresas de este caso es, precisamente, que un hombre jovial y extravertido como él pueda estar detrás de crímenes de tan extrema crueldad.
 
Panard había perdido figura y echado vientre de bebedor de cerveza. Se había quedado sin pelo, y tiene más pinta de excursionista del Imserso que de lúbrico artista de la ambigüedad. Todo esto parecía ponerle a salvo, pero no: ahí estaba la inteligencia rastreadora de un gran analista criminal.
 
Los hechos que se le atribuyen tuvieron lugar en el norte de Francia: once en Mulhouse y alrededores, cuatro en el Franco Condado y tres en la región de París: no sería propio de un delincuente múltiple genuinamente gabacho no matar, aunque sea un poco, a la sombra de la Torre Eiffel.
 
Hasta ahora, estos cruentos asesinatos que se consideraban imposibles de resolver dormían el sueño de los justos en los archivos. Nadie había establecido una conexión entre los distintos casos. Hasta que un flic excepcional, apoyándose en la fiscalía de Montbéliard, reunió los suficientes mimbres para componer el cesto en que ha quedado atrapado el espíritu burlón del travesti.
 
He aquí una lección inolvidable para todas las policías de Europa, que amontonan casos sin resolver con víctimas que podrían presentar concomitancias desesperantes, heridas inferidas por una misma mano, rastros de delincuentes capaces de ganarle la partida a la Gendarmerie hasta que les sale al paso un poli con una voluntad de hierro y una determinación sobrehumanas.
 
Estamos ante un ejemplar de una raza que el día de mañana se extenderá por todos los países civilizados: la del investigador capaz de imaginar tanto los detalles de un crimen como la identidad del criminal y emplear el cerebro, además, para acometer con éxito la captura de éste. En el futuro se acortarán los tiempos, se aplicará la experiencia y el conocimiento. Hoy, los funcionarios incansables, imposibles de clasificar, son la excepción; salvo en los Estados Unidos.
 
Nuestro gendarme raro entre los raros extrajo oro de un programa informático  que alimentó con los datos de un crimen perpetrado en 1991 y que relacionó con otros desperdigados por ahí. Las víctimas eran homosexuales, habían recibido un golpe en la cabeza y luego habían sido acuchilladas. Los cadáveres habían sido abandonados semidesnudos y con el rostro cubierto.
 
Panard, que se encuentra bajo custodia policial, niega las imputaciones que se han vertido contra él. Sus captores, en cmabio, piensan que cuentan con suficientes elementos para procesarle. De hecho, van un punto más allá y sostienen que cometió los crímenes con la ayuda de un socio que hoy cumple condena por otro asesinato: Slim Fezzani, de 43 años y de origen tunecino.
 
A falta de que se pronuncie la justicia, la policía francesa proclama que ha echado el guante a un nuevo matador. De ser finalmente así, lo esencial sería el desenmascaramiento de un camaléón que vivía confundido en el paisaje, algo habitual en la sociedad contemporánea, que apenas hace algún esfuerzo por defenderse. Aquí sólo se pone las pilas un puñado de héroes solitarios.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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