En la primavera de 1936 recibió la visita de un amigo suyo, el capitán Lastra, de la guarnición de Pamplona, a quien el general Emilio Mola, recién nombrado gobernador militar de Navarra, había encargado la búsqueda de una persona de absoluta confianza, bien introducido en la sociedad navarra y con amplia capacidad de movimientos. Maíz se entrevistó con Mola y aceptó convertirse en ayudante civil del general, tras compartir su proyecto de sublevación contra el régimen republicano. Su condición de hombre de negocios le permitía viajar con frecuencia sin levantar sospechas.
Maíz, profundamente católico pero sin adscripción política alguna, acabó por ganarse la plena confianza del general. Le servía de conductor en sus viajes clandestinos, se ocupaba de su secretaría personal, organizaba su archivo y recibía sus confidencias y preocupaciones. Maíz estuvo, pues, pegado a Mola desde su llegada a Pamplona, en marzo de 1936, hasta la muerte del general en un misterioso "accidente" de aviación ocurrido el 3 de junio de 1937, tres semanas antes de la entrada victoriosa de sus tropas en Bilbao. Tras el fallecimiento del general, Maíz se reintegró a sus actividades privadas.
En 1952 publicó Alzamiento en España, donde relató lo que pudo de la etapa preparatoria de la sublevación, ya que en ese momento nadie podía empañar la gloria de Franco como conductor del movimiento. A pesar de ello, Maíz deja constancia del papel desempeñado por Mola como "Director" de la conspiración contra el caos republicano.
Tras el fallecimiento del general Franco, Maíz publicó, en 1976, un segundo libro, titulado Mola, aquel hombre, que durante varias semanas estuvo en el primer puesto de la lista de libros más vendidos. En él publica datos desconocidos hasta entonces. Tras su éxito editorial, decidió escribir un tercer libro, que describiera su vivencia personal junto a Mola desde el día del comienzo de la guerra hasta la muerte de éste. Apenas había acabado de escribir este tercer libro, que tituló Guerra y muerte del general Mola, cuando falleció, en Pamplona y el 19 de septiembre de 1980. El manuscrito quedó inédito hasta que, hace un par de años, su hija Teresa decidió rescatarlo del olvido e hizo gestiones para su publicación.
Tras algún intento infructuoso, Teresa Maíz se entrevistó conmigo, hace un año aproximadamente. Me entregó el manuscrito de su padre y me pidió que le ayudara a publicarlo. Procedí a su lectura y me pareció un relato fascinante, aunque le sugerí –y aceptó– que se publicara con un título más representativo de su contenido: Mola frente a Franco. Me pidió entonces que le hiciera el favor de redactar el prólogo. Dudé al principio, y al final llegué a la conclusión de que, mejor que un prólogo, sería más útil insertar una "introducción histórica", a la que titulé "La España de la Guerra Civil", para una mejor comprensión por parte de las actuales generaciones del contenido de la obra.
No es el de Maíz un libro de historia de la Guerra Civil, sino el testimonio de un personaje que estuvo a la sombra de Mola hasta el día de su muerte y que cuenta todo aquello que hizo, vio, oyó y leyó junto al general en aquellos trágicos momentos. Es la visión personal de un testigo y colaborador que no oculta su admiración por el general y que no comparte el giro de los acontecimientos, muy diferentes a los que se habían previsto en la fase de la conspiración.
A estas alturas, muchos de los episodios que contiene el libro de Maíz –y que en 1980 permanecían todavía inéditos– han sido divulgados por los historiadores que se han ocupado de la Guerra Civil, pero el relato de los graves desencuentros de Mola con Franco le confiere un especial interés histórico.
Los desencuentros con Franco
Mola había organizado un golpe militar relámpago para derribar al Gobierno y acabar con el caos existente. El poder lo asumiría un directorio militar provisional, presidido por el general Sanjurjo, que sería sustituido por un gobierno civil tan pronto como se restableciera el orden y pudiera consultarse al pueblo sobre la forma de gobierno. Hecho esto, el Ejército retornaría a los cuarteles.
Pero la guerra de Mola fue un fracaso rotundo. Las cosas no salieron como preveía, y lo que iba a ser un golpe fulminante se convirtió en una larga y cruenta guerra civil. También fracasó en el terreno político, pues fue incapaz de impedir que el general Franco, además de la jefatura del Ejército, asumiera el poder civil como jefe del Estado (cuando sólo había sido nombrado jefe del Gobierno del Estado español) y Jefe Nacional del nuevo partido Falange Española Tradicionalista y de las JONS, para erigirse en "caudillo" de España vitalicio, al estilo del Führer alemán, Adolfo Hitler, y el Duce italiano, Benito Mussolini.
Maíz atribuye el fracaso de los planes de Mola al retraso de Franco en ponerse al frente del Ejército de Marruecos. No llegó hasta el día 19, cuando la cita era para el 17. En esos dos días el Gobierno republicano había conseguido el control de la escuadra y bloqueado los puertos de Ceuta y Melilla. Esto hizo que el paso de las tropas a la Península se demorase hasta la primera quincena de agosto. Para cuando las avanzadillas del ejército sublevado llegaron a las proximidades de la Ciudad Universitaria de Madrid, entraban en la capital las Brigadas Internacionales. Todos los intentos de tomar Madrid fueron infructuosos.
El relato de Maíz de los desencuentros de Mola con Franco es apasionante. Mola muere el 3 de junio de 1937, sin ver la entrada victoriosa de sus tropas en Bilbao, que se produjo dieciséis días después. Es evidente que la toma de Bilbao lo hubiera convertido en un Zumalacárregui triunfante y hubiera robustecido su gran prestigio en la España nacional. Ello le hubiera permitido, quizás, hacer frente con éxito a la instauración de la dictadura de Franco. Eso, al menos, se desprende del relato de Maíz, aunque la apuesta por el Generalísimo de la Alemania de Hitler podría haber supuesto un grave obstáculo.
Una de las aportaciones del libro es la confirmación de la indignación de Mola cuando tuvo conocimiento del bombardeo de Guernica por aparatos de la Legión Cóndor alemana. Exigió la apertura de una investigación sobre lo ocurrido, con gran enfado de los alemanes, que no llegó a buen término.
El 2 de septiembre, víspera de su trágica muerte, Mola mantuvo una tensa conversación telefónica con Franco, a quien dijo antes de colgar: "Yo no paso por eso". No sabemos qué es lo que había colmado la paciencia del general. Mola anotaba sus impresiones en un diario, pero, según Maíz, fue sustraído, pocas horas después de que aquél muriera, de su despacho en Vitoria, cuya mesa fue descerrajada, por un grupo de militares enviados por el cuartel general de Franco. Su recuperación podría dar luz sobre los desencuentros de Mola con el Caudillo y sobre esas enigmáticas palabras.
Maíz no cree en la versión oficial de que el accidente ocurrió por la niebla, entre otras cosas porque se demostró que aquel día el tiempo era excelente. Pero tampoco se inclina por ninguna hipótesis sobre la autoría del derribo del avión.
La introducción histórica
Hago por último referencia a mi "introducción histórica", que abarca desde la caída de la monarquía de Alfonso XIII, el 14 de abril de 1931, hasta el comienzo de la Guerra Civil, el 19 de julio de 1936. Hay una especial referencia al papel desempeñado por el carlismo navarro, cuya participación permite a Mola resistir en el norte hasta la llegada del Ejército de África. En cualquier caso, resulta paradójico constatar cómo el carlismo entró finalmente victorioso en Madrid pero perdió la paz y acabó por diluirse en un régimen totalitario que en la práctica se situó en los antípodas de su pensamiento político.
En la descripción de la situación durante la II República he pretendido ser objetivo. Mi conclusión es que en aquella España convulsa, atormentada y caótica nadie luchaba por la democracia. Los unos porque defendían la religión, querían imponer el orden a toda costa –y algunos pretendían el mantenimiento de privilegios sociales irritantes–; los otros, porque, salvo unos pocos republicanos moderados, pretendían imponer la dictadura del proletariado. La sublevación de octubre de 1934, protagonizada por el Partido Socialista, contra el Gobierno de la República y el intento separatista de la Generalidad de Cataluña, presidida por Luis Companys, si no son el comienzo de la Guerra Civil, cuando menos constituyen el preludio de la tragedia que se avecinaba. Nadie defendía los principios y valores de la democracia liberal. Por otra parte, no ha de olvidarse el grave daño que a la convivencia hizo el laicismo furibundamente anticlerical de la II República, plasmado en la propia Constitución de 1931, que dio lugar a una sañuda persecución de la Iglesia.
Antes de entrar en el relato de los hechos históricos de la España de la Guerra Civil, dejo constancia de mi condena más radical y absoluta de los crímenes de la contienda y de la represión registrada durante la dictadura. Tuve el honor de redactar una resolución de la Comisión Constitucional del Congreso que obtuvo el voto unánime de todos los grupos parlamentarios (20 de noviembre de 2002) y en la que se afirmaba: "Nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y a la dignidad de todos los ciudadanos, lo que merece la condena y repulsa de nuestra sociedad democrática". Asimismo, se hablaba del deber de nuestra sociedad democrática de "proceder al reconocimiento moral de todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la guerra civil, así como de cuantos padecieron más tarde la represión franquista". Y se añadía: "Cualquier iniciativa promovida por las familias de los afectados que se lleve a cabo en tal sentido, sobre todo en el ámbito local, deberá evitar que sirva para reavivar viejas heridas o remover el rescoldo de la guerra civil".
En la introducción al libro de Maíz aludo también a los crímenes infames que se cometieron en Navarra, sobre todo durante los tres primeros meses de la guerra. La controversia sobre el número de fusilados no puede desviar la atención sobre la tremenda gravedad de los hechos, sin que quepa alegar que en el bando republicano también se cometieron atrocidades sin cuento, como el exterminio de casi 7.000 sacerdotes diocesanos, religiosos y religiosas, o la matanza de Paracuellos. "Los crímenes hechos en nombre de la revolución proletaria –escribo–, por muchos agravantes que tengan, son tan execrables como los fusilamientos de los adversarios políticos perpetrados por quienes decían luchar por Dios y por la Patria. ¿Qué locura se había apoderado del pueblo español para llegar a estos extremos?". Lo cierto es que los ideales revolucionarios de unos y el espíritu de Cruzada de otros quedaron manchados por crímenes execrables cuya constatación nos debe avergonzar como españoles.
Al hilo, pues, del libro de Maíz, formulo una última consideración. La Guerra Civil fue un trágico fracaso colectivo del pueblo español. Decir que fue una rebelión de los fascistas contra los demócratas es simplificar las cosas y falsear la realidad, porque en la España de 1936 la democracia y los demócratas brillaban por su ausencia. Los voluntarios navarros no se sublevaron para instaurar la dictadura de Franco, sino para defender la religión y el orden. Del mismo modo, los milicianos del Frente Popular no luchaban por la democracia, sino por el triunfo del socialismo totalitario y marxista, con el que creían poder acabar con la injusticia social. Por eso los españoles de hoy debemos defender el gran valor de la Constitución de 1978, que representó el fin de las dos Españas y el comienzo de un nuevo régimen en el que todos los españoles tienen plena cabida, cualquiera que sea su concepción del mundo y el proyecto político que asuman, siempre que no traten de imponer sus ideas por medio de la violencia.
La Constitución de 1978 fue el triunfo de la libertad y del espíritu de concordia. Por eso, la recuperación o conservación de la memoria histórica debe ser cosa de historiadores, no de políticos, y no debiera esgrimirse para reabrir el foso de la incomprensión y de la intolerancia. Aprendamos las lecciones de la historia, y neguémonos a repetirla.