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CHUECADILLY CIRCUS

Memorias indianas: de Morella a Baracoa

En 1945, una avioneta se estrella contra un rascacielos neoyorquino. Los servicios de rescate encuentran los cuerpos inertes de un hombre y una mujer abrazados en el interior de un armario. Se trata de José Querol, natural de Baracoa (Cuba), y una amante no identificada. Sesenta años después, Juan Milián, vecino de la localidad castellonense de Morella, visita Baracoa atraído por su hospitalidad y buen clima.

En 1945, una avioneta se estrella contra un rascacielos neoyorquino. Los servicios de rescate encuentran los cuerpos inertes de un hombre y una mujer abrazados en el interior de un armario. Se trata de José Querol, natural de Baracoa (Cuba), y una amante no identificada. Sesenta años después, Juan Milián, vecino de la localidad castellonense de Morella, visita Baracoa atraído por su hospitalidad y buen clima.
Mientras pasean por las calles del centro de la ciudad, Juan y su madre son abordados por un misterioso personaje que se presenta como el historiador del pueblo.

–¿Tienen familia aquí?
–No, aunque un hermano de mi tatarabuelo vivió en esta ciudad. Se dedicaba al comercio de cacao entre Cuba y Morella, donde sus padres tenían una tienda de ultramarinos. Los llamaban Los Chocolateros.
–¿Cómo se apellidaba?
–Querol.

Horas después, el historiador vuelve a encontrar a los españoles en un bar cercano a la estatua de Colón.

–Su antepasado no se mudó a Santiago, sino que se quedó aquí. Vayan a esta dirección y pregunten por sus antepasados.
A la mañana siguiente, Juan llama a la puerta de una vieja casa situada a dos manzanas del malecón. La pintura de la pared parece desconcharse con cada vibración procedente del interior. Hace calor aunque el cielo negro amenaza con una tormenta descomunal. El viento arrastra veloz una extraña mezcla de aromas de flores y olor a fritanga. Un hombre se asoma por una gran ventana desvencijada y pregunta: "¿Quién es?".
–So.. somos.. los Querol, de Morella, España –balbucea la madre de Juan. De inmediato, sus ojos se llenan de lágrimas.
–Juan, ese hombre es igual que mi abuelo. ¿No te acuerdas?
Pasada la conmoción, el anciano, visiblemente emocionado, invita a los recién llegados a pasar al interior de la casa. Su mujer, que los contempla como si procedieran de otro planeta, les ofrece zumo de piña y café recién hecho.
–No es mucho, pero es todo bueno.
En efecto, José Querol, que hizo fortuna enviando cacao y otras delicias a la tienda de su hermano (en la casa de Morella hay unas grandes cestas iguales a las que todavía se hacen en Baracoa, y que el viejo usa para recoger la fruta que cae de los árboles del jardín trasero), se quedó en el pueblo, donde engendró nada menos que 12 hijos. En 1898, la mitad de ellos luchó con los independentistas. La otra mitad continuó fiel a España hasta el final.

En 1959 la familia se divide de nuevo. Los que apoyan a los barbudos de Sierra Maestra alcanzan puestos importantes en la ciudad y en la provincia. Los otros parten hacia los Estados Unidos para reunirse con su tío José, quien durante la Segunda Guerra Mundial se había establecido en Nueva York, desde donde envía largas cartas de amor a su mujer. Un buen día la correspondencia se interrumpe. A finales de la década de 1970, uno de los Querol exiliados que regresa a la isla aprovechando el descongelamiento de las relaciones entre Castro y el Gobierno norteamericano informa a los hijos de José de la triste suerte corrida por su padre en la Gran Manzana.

Quien haya estado en América sabe que el realismo mágico no lo inventó García Márquez, sino los indianos, esos españoles que partieron a las nuevas repúblicas en busca de fortuna. Algunos la consiguieron. Otros, como la bisabuela de Fernando, un amigo de Juan Milián, perecieron en extrañas circunstancias. Una picadura de serpiente durante la noche, un secuestro nunca aclarado en la sierra (cerca de aquí hay un poblado de indios rubios), un atropello en las calles de la ciudad de Buenos Aires ("Los gallegos que desembarcaban eran un auténtico peligro para la seguridad vial")... Qué les puedo contar yo que no hayan imaginado otros.

Estas y otras historias se entremezclaban con los comentarios acerca de la presentación del libro-reportaje habanero del periodista Antonio José Chinchetru, celebrada pocas horas antes en la Fundación Hispano-Cubana. En agosto hará dos años que Chin y yo aterrizamos en La Habana animados por Matías Jove, Rafael Rubio y otros amigos de la libertad. Nada de lo que Antonio José contó entonces –la vida de algunos miembros de la resistencia democrática, el racismo, la homofobia, la complacencia de algunos peregrinos izquierdistas– ha perdido actualidad. Lo que algunos tomaron como exageración ha sido confirmado por quienes después visitaron la isla o pudieron salir de ella, como José Gabriel Ramón Castillo (Pepín) o Alejandro González Raga, que acudieron al acto junto a Raúl Rivero.

Raymond Sabbah, su esposa Edna y la madre y la hermana del autor aportaron los toques de glamour y elegancia indispensables en este tipo de acontecimientos. Mari White, la pintora Anka Moldovan, la poeta Jéssica Zorogastúa, la traductora Natalia Bellusova regalaron a los presentes su belleza, talento y simpatía.

También estuvieron Pablo Casado, presidente de las Nuevas Generaciones del PP de Madrid, Percival Manglano, quien además de político es el simpático batería del grupo Reboyo y los Rebolletes, y su jefe, el consejero madrileño de Inmigración, Javier Fernández-Lasquetty, que participó en la brillante mesa de debate con Carlos Rodríguez Braun y Guillermo Gortázar.

No faltaron José Carlos Rodríguez, Emilio J. González, Víctor Llano, Paco Capella (se queja de que en las fotos sale igualito que Miguel Sebastián), José Antonio Baonza y otros amigos y compañeros de Chin en LD y el Juan de Mariana. Diferencias aparte, todos ellos son radicalmente libres, tal como reza el lema de Episteme, la editorial que publicó Bajo el signo de Fidel. Bondad, honradez y altivez del genio, esas cualidades que se dice suelen ser las más lloradas por los ángeles, son algunas de las virtudes que adornan a Chin, capaz de reunir la mayor concentración de genio por metro cuadrado que se recuerda en mucho tiempo.

En Barcelona, el Maestrazgo y Nueva York, los descendientes del chocolatero de Morella sueñan con esa Cuba libre con la que mantienen un pacto de sangre, la derramada por tantos hombres que lucharon por un futuro mejor para su tierra. Dichosos los que nunca perderán la esperanza.


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