Una de esas expresiones era, creo recordar, "ponme un vidrio". "Vidrio" era, en este caso, sinónimo de vaso, o de copa. La expresión, que yo sepa, se ha perdido; vaya con Dios. Pero la pena es que hay muchísima gente que, probablemente sin haber oído nunca lo del "vidrio", ha perdido –o ni siquiera ha adquirido– la sanísima y civilizada costumbre de beber en vaso o copa de vidrio o cristal. Y eso sí que es una lástima.
Pensemos, por ejemplo, en algo tan consustancial a nuestro verano como la cerveza. A quien de verdad le gusta la cerveza le gusta beberla en cristal, pero en el cristal de una buena copa con pie; una copa que permita la reconfortante y refrescante visión de "lo rubio" y "lo blanco", mejor si es fina y si el pie permite no calentar el cáliz con la mano.
Ésta sería la perfección. Pero hay otras muchas formas satisfactorias de disfrutar de una buena cerveza. La caña, por ejemplo. O el doble. Vasos de cristal, en los que van marcándose círculos de espuma a medida que uno va bebiendo: un trago, una marca. Gusta verlo. Tampoco es mal continente para una buena cerveza la clásica jarra de barro, tal vez de cerámica, aunque con éstas se pierda la que podríamos llamar "fase visual" de su degustación.
Vamos ahora con formas poco deseables, pero que a veces son inevitables, de beber cerveza. La primera, el vaso tubo, ya saben, alto pero estrecho, nada que ver con el doble. Es un horror, a poca nariz que uno tenga, pero de todos modos es preferible al vaso de plástico oficinesco o guatequero; sucede que, en estas ubicaciones, la única opción suele ser justamente el vaso de plástico, y, aunque también impida la fase visual y modifique el sabor, al añadir el del propio plástico, siempre será mejor que beberse la cerveza directamente desde la botella o desde la lata.
Lo de prescindir del vaso y beber de la botella, a morro, tuvo varios orígenes. Uno de ellos era, en los establecimientos de mala nota, evitarse problemas higiénicos; eran aquellos tiempos en que se decía que las enfermedades venéreas podían adquirirse "por un beso, por un vaso...". Entonces, evitado el vaso, evitado el riesgo... que en realidad no existía, naturalmente; otra cosa es que hubiese, en esos garitos, la higiene necesaria para disfrutar de una cerveza en un vaso razonablemente limpio.
Vinieron luego modas del otro lado del océano, que impulsaron a beber la cerveza a morro, incluso poniendo en el interior del cuello de la botella una rodajita de limón. Es obvio que cada cual puede hacer con su cerveza lo que quiera, pero no lo es menos que a quien bebe la cerveza directamente de la botella no es que le guste mucho la cerveza. Bebiéndola así se pierden todos los matices de aromas y sabores; lo único que se consigue es, sí, refrescarse; pero al beber así, la cerveza ni siquiera entra en contacto con todas las papilas gustativas: se va al centro y el fondo de la lengua.
Ahora que, para mí, hay todavía una razón más decisiva para evitar beber cerveza –o cualquier cosa; sí, el agua mineral también– directamente de la botella. No sé cómo explicarlo, pero bastará con que lo hagan delante de un espejo para que se den cuenta de lo que quiero decir: es la encarnación de la antielegancia. Quien sea capaz de beberse una cerveza a morro contemplándose al mismo tiempo en el espejo y no se sienta fatal será capaz de soportar cualquier insulto a su dignidad. La prueba del espejo es más dura que la del algodón, no lo duden. Claro que... hay gente pa to.
Pero, para nosotros, la cerveza, en copa de cristal, si de la botella viene. Por supuesto fría, que no helada, y con espuma: una cerveza sin espuma está como decapitada. En caña o doble si procede de grifo, deleitándonos con el espectáculo de una cerveza bien tirada. Lo demás... una falta de respeto a una bebida que es, según los expertos, la más antigua de todas las alcohólicas, bien apreciada por asirios, mesopotámicos y egipcios. Tantos milenios... ¿para acabar bebiéndola a morro?
Pensemos, por ejemplo, en algo tan consustancial a nuestro verano como la cerveza. A quien de verdad le gusta la cerveza le gusta beberla en cristal, pero en el cristal de una buena copa con pie; una copa que permita la reconfortante y refrescante visión de "lo rubio" y "lo blanco", mejor si es fina y si el pie permite no calentar el cáliz con la mano.
Ésta sería la perfección. Pero hay otras muchas formas satisfactorias de disfrutar de una buena cerveza. La caña, por ejemplo. O el doble. Vasos de cristal, en los que van marcándose círculos de espuma a medida que uno va bebiendo: un trago, una marca. Gusta verlo. Tampoco es mal continente para una buena cerveza la clásica jarra de barro, tal vez de cerámica, aunque con éstas se pierda la que podríamos llamar "fase visual" de su degustación.
Vamos ahora con formas poco deseables, pero que a veces son inevitables, de beber cerveza. La primera, el vaso tubo, ya saben, alto pero estrecho, nada que ver con el doble. Es un horror, a poca nariz que uno tenga, pero de todos modos es preferible al vaso de plástico oficinesco o guatequero; sucede que, en estas ubicaciones, la única opción suele ser justamente el vaso de plástico, y, aunque también impida la fase visual y modifique el sabor, al añadir el del propio plástico, siempre será mejor que beberse la cerveza directamente desde la botella o desde la lata.
Lo de prescindir del vaso y beber de la botella, a morro, tuvo varios orígenes. Uno de ellos era, en los establecimientos de mala nota, evitarse problemas higiénicos; eran aquellos tiempos en que se decía que las enfermedades venéreas podían adquirirse "por un beso, por un vaso...". Entonces, evitado el vaso, evitado el riesgo... que en realidad no existía, naturalmente; otra cosa es que hubiese, en esos garitos, la higiene necesaria para disfrutar de una cerveza en un vaso razonablemente limpio.
Vinieron luego modas del otro lado del océano, que impulsaron a beber la cerveza a morro, incluso poniendo en el interior del cuello de la botella una rodajita de limón. Es obvio que cada cual puede hacer con su cerveza lo que quiera, pero no lo es menos que a quien bebe la cerveza directamente de la botella no es que le guste mucho la cerveza. Bebiéndola así se pierden todos los matices de aromas y sabores; lo único que se consigue es, sí, refrescarse; pero al beber así, la cerveza ni siquiera entra en contacto con todas las papilas gustativas: se va al centro y el fondo de la lengua.
Ahora que, para mí, hay todavía una razón más decisiva para evitar beber cerveza –o cualquier cosa; sí, el agua mineral también– directamente de la botella. No sé cómo explicarlo, pero bastará con que lo hagan delante de un espejo para que se den cuenta de lo que quiero decir: es la encarnación de la antielegancia. Quien sea capaz de beberse una cerveza a morro contemplándose al mismo tiempo en el espejo y no se sienta fatal será capaz de soportar cualquier insulto a su dignidad. La prueba del espejo es más dura que la del algodón, no lo duden. Claro que... hay gente pa to.
Pero, para nosotros, la cerveza, en copa de cristal, si de la botella viene. Por supuesto fría, que no helada, y con espuma: una cerveza sin espuma está como decapitada. En caña o doble si procede de grifo, deleitándonos con el espectáculo de una cerveza bien tirada. Lo demás... una falta de respeto a una bebida que es, según los expertos, la más antigua de todas las alcohólicas, bien apreciada por asirios, mesopotámicos y egipcios. Tantos milenios... ¿para acabar bebiéndola a morro?
En cambio, bebida como mandan los cánones, hay que ver qué bien sienta una cervecita a la hora del aperitivo... ¡Ahí va, lo que acabo de decir! En qué estaría pensando para olvidar que, desde este mes, no se puede decir sin delinquir que una cervecita "sienta bien". Qué país, Miquelarena.
© EFE