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CIENCIA

Médicos con poco tacto

Presten atención a esta escena del futuro previsible: sobre la mesa de operaciones, un paciente tranquilo y relajado espera a que le operen por segunda vez para tratar un feo tumor en el hígado. Enseguida entra el cirujano, que se dirige con soltura hacia el instrumental quirúrgico, que no consta de pinzas y bisturís, sino de una consola de ordenador.

Presten atención a esta escena del futuro previsible: sobre la mesa de operaciones, un paciente tranquilo y relajado espera a que le operen por segunda vez para tratar un feo tumor en el hígado. Enseguida entra el cirujano, que se dirige con soltura hacia el instrumental quirúrgico, que no consta de pinzas y bisturís, sino de una consola de ordenador.
De manera precisa y rápida, un pequeño robot, que no se parece en nada a los de las películas (no tiene rostro ni forma de androide, sino sólo un par de brazos finísimamente articulados), manipula una larga y delgada aguja llena de productos de quimioterapia; luego punza el abdomen del enfermo y busca, a través de vasos y tejidos, el mejor camino para llegar a destino: el tumor.
 
Mientras el cirujano jefe se retira de la pantalla y permanece vigilante con los brazos cruzados, el robot localiza la diana e inyecta el medicamento directamente en el nudo de células malignas. Para ello se habrá servido de las toneladas de información digital almacenadas en el servidor de la sala de operaciones, donde se encuentra la historia clínica del paciente, así como el mapeo en tres dimensiones del interior de su cuerpo y cualquier dato que pueda ser necesario. Las decisiones, por supuesto, las tomará el robot bajo la atenta mirada del ser humano que lo ha puesto en marcha.
 
Sí, es cierto que el tono general de esta historia suena más a ciencia ficción que a una proyección real del futuro de la medicina. Pero muchos expertos opinan que intervenciones como ésta son una realidad inaplazable. Uno de ellos es el urólogo del Hospital Johns Hopkins Louis R. Kavoussi, un hombre acostumbrado a sajar abdómenes con sus propias manos y que hoy está convencido de que, en menos de una década, imágenes como la relatada serán cotidianas: "Haremos clic en el tumor y un robot semiautónomo hará el resto. El cirujano simplemente se limitará a comprobar que todo marcha correctamente".
 
Hasta tal punto el avance de la tecnología es una pieza clave en el desarrollo de la cirugía –atrás quedan esas primeras herramientas empleadas en labores de amputación–, que podemos asociar perfecta e íntimamente las palabras cirujano e ingeniero. Por supuesto, Estados Unidos es el principal abanderado de esta revolución médica. Allí abundan las aventuras pioneras, como la del ERC CISST, una institución cuyo larguísimo nombre: Engineering Research Center for Computer Integrated Surgical Systems and Technoology, da idea del cariz que están tomando los últimos acontecimientos médicos. En su seno trabajan codo con codo médicos, ingenieros, expertos en desarrollo informático, prospectivistas…
 
Es cierto que, a pesar de tales esfuerzos, los bisturís automáticos o los robots cirujanos siguen estando fuera de nuestro alcance: son prohibitivamente caros, poco versátiles y aún necesitan de un largo proceso de experimentación y depuración. Pero las experiencias hasta ahora realizadas no dejan de ser sorprendentes.
 
En octubre de 2005, el cirujano Humberto Villavicencio, jefe del Servicio de Urología de la Fundación Puigvert (Barcelona), operó de próstata a un hombre de 63 años sin ponerle la mano encima. Era una de las primeras veces que se utilizaba en España el sistema Da Vinci de cirugía robotizada, diseñado por la NASA. El doctor Villavicencio asistió a su paciente cómodamente instalado ante una consola ergonómica, semejante a una máquina recreativa, que se encontraba a un par de metros de la mesa de operaciones. Dirigía los movimientos de cuatro brazos robóticos, cuyas varillas se introducían a través de orificios de apenas ocho milímetros. Anestesista, ayudante e instrumentista trabajaron en sus puestos habituales, y observaron por un monitor los detalles de la intervención.
 
El artilugio en cuestión fue diseñado por la NASA para poder operar desde la distancia a astronautas heridos o enfermos. Entre el conjunto de aparatos con que cuenta destacan dos cámaras de alta resolución que permiten al cirujano tener un campo visual en tres dimensiones y ampliado de la zona de intervención. De hecho, la posibilidad de ver los órganos y tejidos en 3D es la principal virtud de este sistema.
 
A distancia, el cirujano no puede servirse de sus manos. Sus movimientos son fría y asépticamente recogidos por mandos de acción que carecen del tacto y la textura del cuerpo del paciente. Rugosidades, protuberancias, temperaturas, endurecimientos o blandeces, esas increíbles armas intuitivas que el buen cirujano llega a desplegar sobre la mesa de operaciones, pierden su razón de ser, desaparecen. En el entorno de la cirugía virtual manda la información digitalizada: la definición y precisión de las imágenes en 3D suple en parte al sentido del tacto. Hoy basta con ver lo que antes se palpaba.
 
Los beneficios clínicos del uso de estas tecnologías son indiscutibles: las operaciones de próstata se pueden acortar a unas dos horas, y tanto la pérdida de sangre como el riesgo de infecciones son mínimos. La estancia hospitalaria se reduce a poco más de 24 horas, y la recuperación postoperatoria también es más rápida. Y un aspecto importante, tratándose de cáncer: algunos estudios indican que, con el robot, el margen positivo del tumor residual es muy inferior (9%) respecto al promedio de la laparoscopia (20%). También reduce la posibilidad de que el paciente sufra impotencia por afectación de los nervios eréctiles o incontinencia.
 
Más allá de la revolución de los datos médicos está la auténtica revolución psicológica que supone para los profesionales de la medicina afrontar el hecho quirúrgico desde una nueva perspectiva. La cirugía sin tocar al paciente es, sin duda, un salto al vacío similar al que representaron en su momento la anestesia y la asepsia. ¿Cuántos conceptos, cuántas estructuras mentales, cuántos protocolos no habrán de ser revisados cuando el tacto deje de ser un valor añadido?
 
 
JORGE ALCALDE, director del programa de LIBERTAD DIGITAL TV VIVE LA CIENCIA.
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