Además de tierno, el asunto es preocupante, porque cuando un progresista se pone a dar ejemplo... siempre acaba utilizando a los demás como sujeto de sus experimentos; así que si Zapatero habla de congelar su sueldo, podemos estar seguros de que el nuestro va a quedar criogenizado.
Comencemos por reiterar una obviedad: los políticos no perciben un salario. Si atendemos a la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, salario quiere decir "paga o remuneración regular y, en especial, cantidad de dinero con que se retribuye a los trabajadores por cuenta ajena". Los políticos no son, evidentemente, trabajadores por cuenta ajena; es más, la mayoría de ellos, al menos los de mayor preeminencia, no lo han sido en un solo momento de su vida, por lo que la única justificación parcial para se llame sueldo o salario a lo que se embolsan cada mes es que lo hacen de forma regular.
En realidad, los cargos públicos son, en todo caso, comisionistas que se quedan con una parte del dinero que expropian a los que pagamos impuestos. No tienen contrato laboral, ni horarios, ni obligaciones contractuales; ni se les exige un rendimiento determinable mediante controles de productividad, ni se les puede despedir... salvo que el líder del órgano democrático de turno considere que ya no le es útil para su principal objetivo (ganar las siguientes elecciones, es decir, blindar a toda la camada cuatro años más) y lo sustituya por otro más acorde a este fin. Así que sólo haciendo un gran esfuerzo imaginativo podemos considerar un sueldo lo que los políticos trincan cada mes.
Tampoco pagan impuestos. No me refiero al hecho de que las sutiles operaciones de ingeniería financiera urdidas en la comisión parlamentaria correspondiente –para el caso de los culiparlantes– les sitúen en una franja impositiva muy inferior a la que padece el resto de los mortales con ingresos similares, sino al hecho, también evidente, de que ningún político ha pagado un euro en concepto de impuestos jamás en su vida. Basta una simple reflexión sobre el origen del dinero que perciben para darse cuenta de que no contribuyen al erario público. Al contrario, son una carga más para los contribuyentes.
Por tanto, los políticos en ejercicio no pueden dar lecciones de moral ni decir que se aprietan el cinturón para mejorar las cuentas del estado, puesto que, por más agujeros que tenga la cincha del susodicho, sus propietarios no contribuyen a aliviar el gasto público, sino que lo incrementan.
Ahora bien, no resulta extraño que Zapatero y sus apóstoles mientan con desparpajo sobre este asunto, puesto que la esencia de la política española desde el 11 de marzo de 2004 está basada en el engaño masivo, con excelentes resultados para el socialismo en el poder. Así, mientras el gobierno blasona de falsa austeridad y congela las comisiones que trincan los altos cargos (lo que Zapatero llama "sueldos"), los Testigos de Ferraz acuden a todas las tribunas mediáticas a defender la bondad de la subida de impuestos decretada por el Líder, utilizando para ello las mismas perversiones del lenguaje. Ayuda a que tengan éxito la ignorancia del consumidor medio del telediario de la primera cadena.
Sin ir más lejos, Leire Pajín decía hace unos días que la subida de impuestos indirectos del gobierno no iba a afectar a los productos de primera necesidad, como los alimentos. Las hortalizas –venía a explicar de forma gráfica El Pasmo Benidormí– seguirán costando exactamente lo mismo que hasta ahora; lo cual es muy cierto en el caso de los consumidores que cultiven calabacines en el balcón de su propia casa, pero altamente improbable para los que se surten de ellos en el supermercado, porque el transportista va a pagar más caro el combustible y el dueño del súper, todos los costes derivados de introducir la mercancía en el mercado. Este sencillo razonamiento es lo que los socialistas no explican... ni sus votantes les preguntan, porque en el mundo de fantasía de los progresistas todo funciona según sus premisas ideológicas y nada tiene consecuencias.
Leire, secretaria de Organización del PSOE, es una de las altas cargas que aceptarán gustosamente, como buenas bolcheviques, tener que pasar calamidades para llegar a fin de mes cuando Z. les congele el –cursivas– salario. Como ella hay treinta mil, oiga.
Comencemos por reiterar una obviedad: los políticos no perciben un salario. Si atendemos a la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, salario quiere decir "paga o remuneración regular y, en especial, cantidad de dinero con que se retribuye a los trabajadores por cuenta ajena". Los políticos no son, evidentemente, trabajadores por cuenta ajena; es más, la mayoría de ellos, al menos los de mayor preeminencia, no lo han sido en un solo momento de su vida, por lo que la única justificación parcial para se llame sueldo o salario a lo que se embolsan cada mes es que lo hacen de forma regular.
En realidad, los cargos públicos son, en todo caso, comisionistas que se quedan con una parte del dinero que expropian a los que pagamos impuestos. No tienen contrato laboral, ni horarios, ni obligaciones contractuales; ni se les exige un rendimiento determinable mediante controles de productividad, ni se les puede despedir... salvo que el líder del órgano democrático de turno considere que ya no le es útil para su principal objetivo (ganar las siguientes elecciones, es decir, blindar a toda la camada cuatro años más) y lo sustituya por otro más acorde a este fin. Así que sólo haciendo un gran esfuerzo imaginativo podemos considerar un sueldo lo que los políticos trincan cada mes.
Tampoco pagan impuestos. No me refiero al hecho de que las sutiles operaciones de ingeniería financiera urdidas en la comisión parlamentaria correspondiente –para el caso de los culiparlantes– les sitúen en una franja impositiva muy inferior a la que padece el resto de los mortales con ingresos similares, sino al hecho, también evidente, de que ningún político ha pagado un euro en concepto de impuestos jamás en su vida. Basta una simple reflexión sobre el origen del dinero que perciben para darse cuenta de que no contribuyen al erario público. Al contrario, son una carga más para los contribuyentes.
Por tanto, los políticos en ejercicio no pueden dar lecciones de moral ni decir que se aprietan el cinturón para mejorar las cuentas del estado, puesto que, por más agujeros que tenga la cincha del susodicho, sus propietarios no contribuyen a aliviar el gasto público, sino que lo incrementan.
Ahora bien, no resulta extraño que Zapatero y sus apóstoles mientan con desparpajo sobre este asunto, puesto que la esencia de la política española desde el 11 de marzo de 2004 está basada en el engaño masivo, con excelentes resultados para el socialismo en el poder. Así, mientras el gobierno blasona de falsa austeridad y congela las comisiones que trincan los altos cargos (lo que Zapatero llama "sueldos"), los Testigos de Ferraz acuden a todas las tribunas mediáticas a defender la bondad de la subida de impuestos decretada por el Líder, utilizando para ello las mismas perversiones del lenguaje. Ayuda a que tengan éxito la ignorancia del consumidor medio del telediario de la primera cadena.
Sin ir más lejos, Leire Pajín decía hace unos días que la subida de impuestos indirectos del gobierno no iba a afectar a los productos de primera necesidad, como los alimentos. Las hortalizas –venía a explicar de forma gráfica El Pasmo Benidormí– seguirán costando exactamente lo mismo que hasta ahora; lo cual es muy cierto en el caso de los consumidores que cultiven calabacines en el balcón de su propia casa, pero altamente improbable para los que se surten de ellos en el supermercado, porque el transportista va a pagar más caro el combustible y el dueño del súper, todos los costes derivados de introducir la mercancía en el mercado. Este sencillo razonamiento es lo que los socialistas no explican... ni sus votantes les preguntan, porque en el mundo de fantasía de los progresistas todo funciona según sus premisas ideológicas y nada tiene consecuencias.
Leire, secretaria de Organización del PSOE, es una de las altas cargas que aceptarán gustosamente, como buenas bolcheviques, tener que pasar calamidades para llegar a fin de mes cuando Z. les congele el –cursivas– salario. Como ella hay treinta mil, oiga.