Pues bien, tampoco ahora saldrá de la cárcel: el estado de California le ha vuelto a denegar la libertad condicional. Con sus fulgores satánicos, un poco de filosofía de Jack Kerouac y la música de los Beatles, sigue en su celda asombrando al mundo. ¿Por qué es tan odiado?
Lo más curioso es que no tiene literalmente las manos manchadas de sangre. Es todavía peor: manipulaba las mentes. Lograba que un grupo de jóvenes viciosos perpetraran los crímenes por él. Pertenece, por tanto, a una modalidad de asesino muy de moda: el instigador.
En sus inicios quiso ser una estrella del rock. Conoció a Terry Melcher, hijo de Doris Day y productor musical, con el que se proponía lanzar sus discos. Melcher vivía en Benedict Canyon, en el 10.050 de Cielo Drive. Pero la última vez que Manson fue a visitarlo se había marchado para un largo viaje y le había alquilado la casa a Sharon Tate, actriz, sex symbol y esposa del director de cine Roman Polanski. Por entonces Tate estaba embarazada de ocho meses.
A ese lugar envió Manson a sus huestes lisérgicas. Eran tres mujeres y un hombre: ellas, fanáticas enamoradas de su estrambótica persona; él, Tex Watson, un forzudo con el cerebro achicado por la droga hasta el punto de que su coeficiente de inteligencia, una vez asentado en la familia Manson, se redujo a 30. Les repartió armas: a ellas, cuchillos; a él, una pistola. Y les hizo ponerse unos monos de color negro.
Cuando llegaron a la mansión, cortaron el cable del teléfono. Nada más entrar en el jardín, Lynda Kasabian se apostó para vigilar. Susan Atkins y Patricia Kernwinckel se deslizaron hacia dentro, comandadas por Tex. Enseguida se encontraron con Steven, un amigo del jardinero, que salía en su coche. Tex le arrimó el cañón de su arma y le disparó a bocajarro. Luego sorprendieron a Abigail Folger, la heredera del rey del café, y a su novio, Wojtak Frikowsky.
En el dormitorio principal estaban Sharon Tate y Jay Sebring, un peluquero de Hollywood con el que había vivido un intenso romance antes de casarse con Polanski. Después había seguido siendo uno de sus principales amigos. No obstante, que se encontrara en su compañía en la intimidad estando su marido en Londres por motivos de trabajo fue una fuente de rumores.
El caso es que los asesinos de la familia Manson reunieron a Sharon y a sus amigos en el salón. Tex abrió fuego sobre ellos. El primero en caer fue Frikowsky, mientras la Tate suplicaba por su vida y por la de su bebé. "Si me matáis no nacerá", decía. Eso no conmovió a los chicos drogados y sedientos de sangre. Manson, al que adoraban, les había dado instrucciones: había que matarlos para salvarlos del pecado.
Se ensañaron con los cuerpos: tiros y cuchilladas. A Sharon le abrieron el vientre y removieron el bebé. Luego mojaron una toalla en su sangre y escribieron la palabra "cerdo" en la pared. Antes de marcharse se aseguraron de llevarse el dinero, saquearon la nevera y hundieron los cuchillos otra vez en los cuerpos, para irse tranquilos. Estaban bien muertos.
No sabían que habían liquidado a una celebridad y a sus amigos. Les dio un subidón cuando lo dijo la tele. Las chicas de Charly Manson alucinaban con aquel atrevimiento divino de la muerte. Eran muchachas agraciadas, de largos cuerpos y finos huesos. Generosas con el sexo y dispuestas a la prostitución, para que no le faltara al líder de nada.
La comuna de hippies que lideraba el músico diabólico se alimentaba de atracos y sexo remunerado. En gran parte de California se podía escuchar el rumor de que todos aquellos muchachos consumían drogas potentes: metedrina, marihuana, LSD, y de que se pervertían sexualmente en un rancho próximo a Bel Air en el que se habían rodado películas del Oeste. Pero la policía estaba muy ocupada aquel agosto de 1969 como para preocuparse de rumores.
Lo peor fue que a partir del día 9 empezó a correr la sangre. Primero la de Tate y sus amigos; después, la del matrimonio Labianca, trinchado en su casa: fueron atados y martirizados el día 10. Los asesinos dejaron escrito con sangre en la puerta: "Muerte a los cerdos".
No fue hasta noviembre que, por casualidad, se descubrió el pastel. La fanática y entregada Susan Atkins fue detenida por tráfico de drogas. Tras los barrotes, se confesó con su compañera de encierro, que la vendió a la policía a cambio de un trato de favor.
Y el escándalo estalló. Manson fue capturado en el interior del armario en que se había refugiado. Susan cantó de plano, con todo lujo de detalles. Un santón de media melena se había hecho con las mentes de al menos 19 jóvenes, de los que al menos cinco estaban dispuestos a perpetrar crímenes. Charly les había enviado a cometer una operación de castigo. Luego les guió en persona a la casa del matrimonio Labianca, incitándoles a seguir salvando pecadores por el método post mortem, con la dulce Leslie van Houten, de sólo 19 años, como asesina debutante.
Manson era el líder de una falsa religión en la que él era el ángel dominante y los cuatro de Liverpool los corifeos. Manson no se detenía ante nada: predicaba la comisión de un gran crimen que le hiciera famoso. Ahora había sido descubierto, entre grandes gritos de sorpresa.
El juicio representó otra ocasión para su lucimiento. Corto de estatura y escaso de escrúpulos, tuvo su gran momento, que apuró hasta el final. Se le acusaba de conspirar para la comisión de homicidios y de siete asesinatos. Excepto Tex Watson, que se libró por la imbecilidad que adquirió en el seno de la familia, los demás fueron condenados a muerte. En 1972, un cambio en la legislación de California dejó la pena en cadena perpetua.
Manson es un hombre de cárcel, se adapta bien. Cuando le dejaron libre, al principio del drama, lo lamentó. Pero nadie le hizo caso. Ahora que quiere salir. Tampoco le escuchan. Nunca será una figura del rock & roll.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.