Por un mecanismo cuyo funcionamiento nadie ha descubierto todavía, ciertos buenos libros acaban siendo verdaderas "bestias sellers", como llaman algunos al fenómeno de los superventas. Y no tiene nada que ver con los premios, en contra del parecer común, que los considera plataforma de lanzamiento de un autor. Como decía Pío Baroja, Cervantes no necesitó que le dieran ningún premio para escribir ni para ser conocido. Al contrario, las editoriales sólo se atreven a dar premios a los autores que ya están lanzados, y desde luego no es porque sigan un criterio de excelencia, sino de excedencia, en este caso de ejemplares vendidos en sus anteriores productos. De ahí los disgustos.
Pongamos Eugenia Rico y su libro En el país de las vacas si ojos. Según los expertos, la veracidad de su testimonio es más que discutible; y, lo que es peor, esto lo digo yo, carece de la menor calidad literaria. Sin embargo, la editorial Martínez Roca le ha dado el Premio Espiritualidad de este año. Tal vez sea por el impactante final, en el que la autora autoinmola (nunca mejor dicho, como se verá) su pudor en el altar de una deidad hindú mediante un ritual onanista. Ahí es nada. Como rezaba el lema de una revista económica a la que estaba suscrito mi padre, eso sí que es ir "al éxito por la superación".
Esto en cuanto a los premios, por ahora. La semana también estuvo marcada por los homenajes y los debates. Por una parte, Mariano Rajoy, presentaba el libro de la FAES Raymond Aron: un liberal resistente, con motivo del centenario del intelectual francés, de quien alguien, cuyo nombre prefiero olvidar, dijo aquello de: "Prefiero equivocarme cien veces con Sartre a acertar una sola con Raymond Aron"; boutade que traduce perfectamente el empecatado esnobismo de la izquierda y explica el triunfo del error y de la mediocridad, encarnadas por el presidente Rodríguez.
Ni me atreví a acercarme, por miedo a las masas presentes en este tipo de actos y que impiden seriamente ver el bosque. Tampoco me acerqué, aunque no por los mismos motivos, sino porque no pude, a la presentación del último anuario del Instituto Cervantes, que ya anuncié la semana pasada en estas mazmorras.
Como me desquitaré la que viene en una crítica del libro propiamente dicho para la revista 'Libros' de este diario, apenas les avanzo lo que ya contaron las agencias de prensa: el Anuario va de las otras lenguas de España –y olé–, las cuales, por ahora, y mientras no lo corrija la Constitución, son las que se hablan en las distintas autonomías del Estado. Lo malo es que en el extranjero nadie quiere aprenderlas. ¡Dita sea la!
Algo de esto se dijo en la última tertulia de la Revista de Occidente, que trataba de los dos números del verano: el de julio-agosto, sobre "Cultura y Consumo de Masas", y el de septiembre, sobre "Madrid y Barcelona: Memoria de dos ciudades". Esos debates son a puerta cerrada, como los Encuentros de Verines, para entendernos, por eso no daré nombres ni me extenderé demasiado en las anécdotas, pero no me resisto a contar la que uno de los asistentes narró, precisamente, sobre los reputados encuentros asturianos. Creo haber contado en alguna ocasión que lo que ocurre en Verines es un poco como los misterios de Eleusis, ¡ay del iniciado que los desvela! No volverá nunca más.
No obstante, el otro día, en la Fundación Ortega y Gasset alguien se atrevió a contar que en los encuentros de este verano –que versaban, como es de suponer, sobre el Quijote– un gallego se empeñaba en demostrar que Cervantes era originario de Galicia porque tiene una melancolía muy poco castellana. Por su parte, un vasco llegó a sostener, contra toda evidencia, que Cervantes no se burló en ningún momento de los vascos. Y no diré más por si reconocen a mi informante y le vetan, lo cual sería una lástima.
Pues bien, como les digo, en la Fundación se habló un poco del espinoso problema de las lenguas vernáculas, y de lo mal que lo tienen si esperan que los extranjeros las aprendan. Se citaron, para apoyarlo, algunas cifras sobre la escasa asistencia de estudiantes erasmus a Barcelona, comparado con el gran número de alumnos extranjeros que eligen las universidades de Madrid.