Lo furtivo de su funcionamiento, tras la entrada en vigor de un tratado constitucional que los políticos han hurtado a la mayoría de ciudadanos para evitar ciertos sofocos electorales, no impide que algunas tradiciones sigan vivas, como la de que los primeros ministros de los países que componen la Unión dispongan de seis meses para ofrecer a su pueblo la imagen triunfadora de un gobernante que trasciende las fronteras patrias.
Y en estas llega Zapatero a la presidencia europea, con tan buena fortuna que lo hace justo dos días después de que los Reyes Magos de Oriente, otra tradición (cristiana) que asombrosamente aún no ha sido prohibida, visiten los hogares de los países de raigambre católica para dejar sus regalos a los niños que han sido buenos y también a los perfectos cabrones, siempre que los padres de estos últimos sean registradores de la propiedad, políticos de izquierda o liberados sindicales, que actualmente son los únicos que pueden permitirse el esfuerzo económico que supone una visita en condiciones de Sus Majestades.
La prensa internacional ha sido poco obsequiosa con nuestro Zapatero porque las expectativas despertadas por el personaje para dirigir la recuperación económica del continente son, digamos, moderadas, de ahí que el veredicto de los medios de comunicación europeos sobre la presidencia zapateril oscile entre la irrelevancia supina y el descojone padre, aunque quizás los que se engolfan en esta última postura sean más numerosos. Y eso que no han visto la fotografía que este fin de semana dedicaba El País a la reunión de nuestro presidente con sus asesores principales González, Solbes y Delors, tres jóvenes promesas de la alta política con una trayectoria de éxitos rutilantes en materia económica, como es bien sabido.
La imagen de un Zapatero silencioso y cabizbajo mientras sus asesores departían animadamente entre ellos es todo un editorial, de los muchos que el periódico del grupo Prisa viene dedicando últimamente al leonés por su concubinato con Mediapro. Si Pemán viviera, habría consignado por escrito el hallazgo de un consejo que, en lugar de reunirse una vez al año para escuchar el discurso de su aconsejado, se despatarra por los sofás de palacio en animada charleta mientras el ilustre aconsejable guarda un respetuoso silencio.
En todo caso, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, engendro antiliberal pergeñado por los políticos a espaldas del pueblo (por cierto, como el nuevo estatuto de Cataluña, que tantas satisfacciones nos va a proporcionar en cuanto el TC ponga el huevo), la capacidad de Zapatero y Moratinos para provocar destrozos irreparables en las instituciones europeas se va a ver seriamente constreñida. Es muy injusto, porque la Unión de Repúblicas Socialistas Europeas creada en Lisboa merece precisamente tener de presidente a alguien como Zapatero, a poder ser durante un lustro y en régimen de dedicación exclusiva. Sin embargo, sólo va a estar, ay, seis meses, y además haciendo un papel decorativo, porque el peso de la presidencia lo va a llevar el belga Van Rompuy. Sólo hay una cosa más innecesaria en este mundo que ser belga, y es ser parte de la clase política de Bruselas, por lo que el caso de Rompuy puede considerarse de hecho como la quintaesencia de la prescindibilidad. Con esas circunstancias biográficas y Zapatero de ayudante, el caso de este belga sesentón es digno de figurar con todos los honores en el libro de los récords que publica esa conocida marca de líquido elemento.
La Europa que camina renqueante hacia la salida de la crisis merece un presidente semestral del nivel de nuestro Zapatero. Sus ciudadanos no, porque, al contrario que el sabio pueblo español, no le han votado. Es más, a una sugerencia suya, en los primeros referéndums sobre la constitución europea tuvieron el buen gusto de votar exactamente lo contrario; así que el regalo que los Reyes Magos de Oriente les han dejado se antoja un castigo excesivo. No obstante, la penitencia es el inicio del proceso de salvación, así que padecer a Zapatero durante seis meses tal vez sirva a los europeos, si no para salir antes de la crisis, sí para hacerlo más fuertes, espiritualmente hablando. Que nos lo digan a los españoles, que llevamos ya seis años de jubileo.
Y en estas llega Zapatero a la presidencia europea, con tan buena fortuna que lo hace justo dos días después de que los Reyes Magos de Oriente, otra tradición (cristiana) que asombrosamente aún no ha sido prohibida, visiten los hogares de los países de raigambre católica para dejar sus regalos a los niños que han sido buenos y también a los perfectos cabrones, siempre que los padres de estos últimos sean registradores de la propiedad, políticos de izquierda o liberados sindicales, que actualmente son los únicos que pueden permitirse el esfuerzo económico que supone una visita en condiciones de Sus Majestades.
La prensa internacional ha sido poco obsequiosa con nuestro Zapatero porque las expectativas despertadas por el personaje para dirigir la recuperación económica del continente son, digamos, moderadas, de ahí que el veredicto de los medios de comunicación europeos sobre la presidencia zapateril oscile entre la irrelevancia supina y el descojone padre, aunque quizás los que se engolfan en esta última postura sean más numerosos. Y eso que no han visto la fotografía que este fin de semana dedicaba El País a la reunión de nuestro presidente con sus asesores principales González, Solbes y Delors, tres jóvenes promesas de la alta política con una trayectoria de éxitos rutilantes en materia económica, como es bien sabido.
La imagen de un Zapatero silencioso y cabizbajo mientras sus asesores departían animadamente entre ellos es todo un editorial, de los muchos que el periódico del grupo Prisa viene dedicando últimamente al leonés por su concubinato con Mediapro. Si Pemán viviera, habría consignado por escrito el hallazgo de un consejo que, en lugar de reunirse una vez al año para escuchar el discurso de su aconsejado, se despatarra por los sofás de palacio en animada charleta mientras el ilustre aconsejable guarda un respetuoso silencio.
En todo caso, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, engendro antiliberal pergeñado por los políticos a espaldas del pueblo (por cierto, como el nuevo estatuto de Cataluña, que tantas satisfacciones nos va a proporcionar en cuanto el TC ponga el huevo), la capacidad de Zapatero y Moratinos para provocar destrozos irreparables en las instituciones europeas se va a ver seriamente constreñida. Es muy injusto, porque la Unión de Repúblicas Socialistas Europeas creada en Lisboa merece precisamente tener de presidente a alguien como Zapatero, a poder ser durante un lustro y en régimen de dedicación exclusiva. Sin embargo, sólo va a estar, ay, seis meses, y además haciendo un papel decorativo, porque el peso de la presidencia lo va a llevar el belga Van Rompuy. Sólo hay una cosa más innecesaria en este mundo que ser belga, y es ser parte de la clase política de Bruselas, por lo que el caso de Rompuy puede considerarse de hecho como la quintaesencia de la prescindibilidad. Con esas circunstancias biográficas y Zapatero de ayudante, el caso de este belga sesentón es digno de figurar con todos los honores en el libro de los récords que publica esa conocida marca de líquido elemento.
La Europa que camina renqueante hacia la salida de la crisis merece un presidente semestral del nivel de nuestro Zapatero. Sus ciudadanos no, porque, al contrario que el sabio pueblo español, no le han votado. Es más, a una sugerencia suya, en los primeros referéndums sobre la constitución europea tuvieron el buen gusto de votar exactamente lo contrario; así que el regalo que los Reyes Magos de Oriente les han dejado se antoja un castigo excesivo. No obstante, la penitencia es el inicio del proceso de salvación, así que padecer a Zapatero durante seis meses tal vez sirva a los europeos, si no para salir antes de la crisis, sí para hacerlo más fuertes, espiritualmente hablando. Que nos lo digan a los españoles, que llevamos ya seis años de jubileo.