Estaba concebida en estos términos:
No hay ningún ejército español fuera del de SMC don José Napoleón; así todas las partidas que existan en las provincias, cualquiera que sea su número y sea quien fuere su comandante, serán tratadas como reuniones de bandidos. Todos los individuos de estas compañías que se cogieren con las armas en la mano serán al punto juzgados por el preboste y fusilados; sus cadáveres quedarán expuestos en los caminos públicos.
Así quería tratar el mariscal Soult a generales y oficiales, así a soldados cuyos pechos quizá estaban cubiertos de honrosas cicatrices, así a los que vencieron en Bailén y Tamames, confundiéndolos con forajidos.
La Regencia del reino tardó algún tiempo en darse por entendida de tan feroz decreto con la esperanza de que nunca se llevaría a efecto. Pero víctima de él algunos españoles, publicó al fin en contraposición otro en 16 de agosto, expresando que por cada español que así pereciese, se ahorcarían tres franceses; y que...
... mientras el duque de Dalmacia no reformase su sanguinario decreto sería considerado personalmente como indigno de la protección del derecho de gentes, y tratado como un bandido si cayese en poder de las tropas españolas.
Dolorosa y terrible represalia, pero que contuvo al mariscal Soult en su desacordado enojo.
Decreto de Napoleón sobre gobiernos militares
Entibiaban tales providencias las voluntades aun de los más afectos al gobierno intruso, coadyuvando también a ello en gran manera los yerros que Napoleón prosiguió cometiendo en su aciaga empresa contra la península.
De los mayores por aquel tiempo fue un decreto que dio en 8 de febrero, según el cual se establecían en varias provincias de España gobiernos militares. Encubríase el verdadero intento so capa de que careciendo de energía la administración de José, era preciso emplear un medio directo para sacar los recursos del país, y evitar así la ruina del erario de Francia, exhausto con las enormes sumas que costaba el ejército de España. Todos, empero, columbraron en semejante resolución el pensamiento de incorporar al imperio francés las provincias de la orilla izquierda del Ebro, y aun otras si las circunstancias lo permitiesen.
El tenor mismo del decreto lo daba casi a entender. Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya se ponían bajo el gobierno de los generales franceses, los cuales, entendiéndose sólo para las operaciones militares con el estado mayor del ejército de España, debían:
... en cuanto a la administración interior y policía, rentas, justicia, nombramiento de empleados y todo género de reglamentos, entenderse con el emperador por medio del príncipe de Neuchátel, mayor general.
Igualmente los productos y rentas ordinarias y extraordinarias de todas las provincias de Castilla la Vieja, reino de León y Asturias, se destinaban a la manutención y sueldos de las tropas francesas, previniéndose que con sus entradas hubiera bastante para cubrir dichas atenciones.
Une a su imperio los Estados Pontificios y la Holanda
Ya que tales providencias no hubiesen por sí mostrado a las claras el objeto de Napoleón, los procedimientos de éste a la propia sazón respecto de otras naciones de Europa probaban con evidencia que su ambición no conocía límites. Los estados del Papa en virtud de un senado-consulto se unieron a la Francia, declarando a Roma segunda ciudad del imperio, y dando el título de rey suyo al que fuese heredero imperial. Debían además los emperadores franceses coronarse en adelante en la iglesia de San Pedro, después de haberlo sido en la de Notre-Dame de París. (...) Agregose también a la Francia en este año la Holanda, aunque regida por un hermano de Napoleón, y ocupó su territorio un ejército francés, imaginando el emperador en su desvarío, pues no merece otro nombre, que países tan diversos en idioma y costumbres, tan distantes unos de otros, y cuya voluntad no era consultada para tan monstruosa asociación, pudieran largo tiempo permanecer unidos a un imperio cimentado sólo en la vida de un hombre.
En España muy en breve se empezaron a sentir las consecuencias del establecimiento de los gobiernos militares. Procuró ocultar aquella medida en tanto que pudo el gabinete de José conociendo su mal influjo. (...)
Inútil embajada de Azanza a París
Sumamente incomodó a José la inoportuna y arbitraria resolución de su hermano, concebida en menoscabo de su poder y aun en desprecio de su persona. Trastornáronse también los ánimos de los españoles, sus adherentes, quienes además de ver en tal desacuerdo la prolongación de la guerra, dolíanse de que España pudiese como nación desaparecer de la lista de las de Europa. Porque entre los de este bando, no obstante sus compromisos, conservaban muchos el noble deseo de que su patria se mantuviese intacta y floreciente.
Menester pues era que por parte de ellos se pusiese gran conato en que el emperador revocase su decreto. Creyeron así oportuno enviar a París una persona escogida y de toda confianza, y nadie les pareció más al caso que don Miguel José de Azanza, conocido de Napoleón ya en Bayona, y ministro de genio suave y de índole conciliadora. Hemos leído la correspondencia que con este motivo siguió Azanza, y nada mejor que ella prueba el desdén y desprecio con que trataba al de Madrid el gabinete de Francia.
En principios de mayo llegó a París como embajador extraordinario el mencionado don Miguel. Tardó en presentar sus credenciales, y a mediados de junio, de vuelta ya Napoleón desde 1° del mes de un viaje a la Bélgica, no había aún tenido el ministro español ocasión de ver al emperador más que una vez cuando le presentaron.
Pasados algunos días, mirábase Azanza como muy dichoso sólo porque ya le hablaban (son sus palabras). Satisfacción poco duradera y de ninguna resulta. Prolongó su estancia en París hasta octubre, y nada logró, como tampoco el marqués de Almenara que de Madrid corrió en su auxilio por el mes de agosto. Hubo momentos en que ambos vivieron muy esperanzados; hubo otros en que por lo menos creyeron que se daría a España en trueque de las provincias del Ebro el reino de Portugal: ilusiones que al fin se desvanecieron diciendo Azanza al rey José en uno de sus últimos oficios (24 de septiembre):
El duque de Cadore (Champagny) en una conferencia que tuvimos el miércoles nos dijo expresamente que el emperador exigía la cesión de las provincias de mas acá del Ebro por indemnización de lo que la Francia ha gastado y gastará en gente y dinero para la conquista de España. No se trata de darnos a Portugal en compensación. El emperador no se contenta con retener las provincias de mas acá del Ebro, quiere que le sean cedidas.
Fuéronse por lo mismo éstas organizando a la manera de Francia en cuanto permitían las vicisitudes de la guerra, y cierto que la providencia de su incorporación al imperio se hubiera mantenido inalterable si las armas no hubieran trastrocado los designios de Napoleón. Suerte aquella fácil de prever después de los acontecimientos de Bayona en 1808, según los cuales, y atendiendo a la ambición y poderío del emperador de los franceses, necesariamente el gobierno de José, privado de voluntad propia, tenía que sujetarse a fatal servidumbre de nación extraña.
Tentativa para libertar al rey Fernando
En una de las primeras cartas de la (...) correspondencia de don Miguel de Azanza, háblase de un suceso que por entonces hizo gran ruido en Francia, y cuyo relato también es de nuestra incumbencia. Fue pues una tentativa hecha en vano para que pudiese el rey Fernando escaparse de Valencey. Habíanse propuesto varios de estos planes al gobierno español, los cuales no adoptó éste por inasequibles, o por lo menos no tuvieron resulta. En la actual ocasión tomó origen semejante proyecto en el gabinete británico, siendo móvil y principal actor el barón de Kolly, empleado ya antes en otras comisiones secretas. Muchos han tenido a éste por irlandés, y así lo declaró él mismo; pero el general Savary, bien enterado de tales negocios, nos ha asegurado que era francés y de la Borgoña.
Barón de Kolly
Kolly pasó a Inglaterra para ponerse de acuerdo con aquel ministerio, del que era individuo el marqués de Wellesley, después de su vuelta de España. Diéronsele a Kolly los medios necesarios para el logro de su empresa y papeles que acreditasen su persona y comprobasen la veracidad de sus asertos. Desembarcó en la bahía de Quiberon, acercándose también a la costa una escuadrilla inglesa destinada a tomar a su bordo a Fernando. En seguida partió Kolly a París para dar comienzo a la ejecución de su plan, de difícil éxito, ya por la extrema vigilancia del gobierno francés, ya por el poco ánimo que para evadirse tenían el rey y los infantes.
Vida de los príncipes en Valencey
No hemos hablado de aquellos príncipes después de su confinamiento en Valencey. Su estancia no había hasta ahora ofrecido hecho alguno notable. Apenas en su vida diaria se habían desviado de la monótona y triste que llevaban en la corte de España. Divertíanse a veces en obras de manos, particularmente el infante don Antonio, muy aficionado a las de torno, y de cuando en cuando la princesa de Talleyrand los distraía con saraos u otros entretenimientos. No les agradaba mucho la lectura, y como en la biblioteca del palacio se veían libros que, en el concepto del citado infante, eran peligrosos, permanecía éste continuamente en acecho para impedir que sus sobrinos entrasen en aposentos henchidos a su entender de oculta ponzoña. Así nos lo ha contado el mismo príncipe de Talleyrand. Salían poco del circuito del palacio y las más veces en coche, llegando a punto la desconfianza de la policía francesa, que con tretas indignas de todo gobierno, casi siempre les estorbaba el ejercicio de a caballo.
La familia que los acompañó en su destierro antes de cumplirse el año fue separada de su lado, y confinados algunos de sus individuos a varias ciudades de Francia, entre ellos el duque de San Carlos y Escoiquiz. Quedó sólo don Juan Amézaga, pariente del último, hombre con apariencias de honrado de ocultos manejos, y harto villano para hacerse confidente y espía de la policía francesa.
Préndese a Kolly
En tal situación y con tantas trabas dificultoso era acercarse a los príncipes sin ser descubierto, y más que todo llevar a feliz término el proyecto mencionado. Ni tanto se necesitó para que se malograse. Kolly, a pocos días de llegar a París fue preso, habiendo sido vendido por un pseudorealista, y por un tal Richard, de quien se había fiado. Metiéronle en Vincennes el 24 de marzo, y no tardó en tener un coloquio con Fouché, ministro de la policía general. Admirábase éste de que hombres de buen seso hubiesen emprendido semejante tentativa, imposible (decía) de realizarse, no sólo por las dificultades que en sí mismo ofrecía, sino también porque Fernando no hubiera consentido en su fuga.
Insidiosa conducta de la policía francesa
Sin embargo, aunque estuviese de ello bien persuadida la policía francesa, quisieron sus empleados asegurarse aún más, ya fuera para sondear el ánimo de los príncipes, o ya quizá para tener motivos de tomar con sus personas alguna medida rigorosa. En consecuencia se propuso a Kolly el ir a Valencey, y hablar a Fernando de su proyecto, dorando la policía lo infame de tal comisión con el pretexto de que así se desengañaría Kolly, y vería cuál era la verdadera voluntad del príncipe. Prometiósele en recompensa la vida y asegurar la suerte de sus hijos. Desechó honradamente Kolly propuesta tan insidiosa e inicua, y de resulta volviéronle a Vincennes, donde continuó encerrado hasta la caída de Napoleón, siendo de admirar no pasase más allá su castigo.
La policía, no obstante la repulsa del barón, no desistió de su intento, y queriendo probar fortuna envió a Valencey al bellaco de Richard, haciéndole pasar por el mismo Kolly. Abocose primero en 6 de abril con Amézaga el disfrazado espía; mas los príncipes, rehusando dar oídos a la pro-posición, denunciaron a Richard como emisario inglés, al gobernador de Valencey Mr. Berthemy, ora porque en realidad no se atrevieran a arrostrar los peligros de la huída, ora más bien porque sospecharan ser Richard un echadizo de la policía. Terminose aquí este negocio, en el que no se sabe si fue más de maravillar la osadía de Kolly, o la confianza del gobierno inglés en que saliera bien una empresa rodeada de tantas dificultades y escollos.
Cartas de Fernando
Publicose en el Monitor con la mira sin duda de desacreditar a Fernando una relación del hecho acompañada de documentos, y antes en el mismo año se habían ya publicado otros, de que insertamos parte en un apéndice de los libros anteriores. Entre aquellos de que aún no hemos hablado, pareció notable una carta que Fernando había escrito a Napoleón en 6 de agosto de 1809 felicitándole por sus victorias. Notable también fue otra de 4 de abril de 1810 del mismo príncipe a Mr. Berthemy, en que decía:
Lo que ahora ocupa mi atención es para mí un objeto del mayor interés. Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de SM el emperador, nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de SM, como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos.
No se esparcían mucho por España estos papeles, y aun los que los leían considerábanlos como pérfido invento de Napoleón. A no ser así ¡qué terrible contraste no hubiera resultado entre la conducta del rey, y el heroísmo de la nación!
NOTA: Este texto está tomado del tomo III (1810-11) de HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO. GUERRA Y REVOLUCIÓN DE ESPAÑA, del CONDE DE TORENO, que acaba de publicar la editorial Akrón.