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CIENCIA

Los chimpancés abandonan el laboratorio

En Estados Unidos hay mal de mil chimpancés utilizados como animales de experimentación. No obstante, la presencia de estos primates en los centros de investigación biomédica es cada vez menor y más restringida: motivo de alegría para ecologistas y movimientos de defensa de los animales, pero de preocupación para muchos investigadores.

En Estados Unidos hay mal de mil chimpancés utilizados como animales de experimentación. No obstante, la presencia de estos primates en los centros de investigación biomédica es cada vez menor y más restringida: motivo de alegría para ecologistas y movimientos de defensa de los animales, pero de preocupación para muchos investigadores.
Debido a las similitudes fisiológicas y biológicas entre los chimpancés y los humanos, algo que ha quedado sobradamente constatado con la secuenciación de su genoma, estos primates han desempeñado un papel destacado en el desarrollo de las ciencias biomédicas.
 
Aparte de su contribución al conocimiento de la conducta humana, los chimpancés han sido piezas clave en la investigación neurológica. Mucho de lo que hoy sabemos del funcionamiento del cerebro y de las enfermedades que lo afligen, como el alzheimer y el párkinson, se lo debemos a ellos, nuestros primos evolutivos. También han posibilitado la investigación oncológica y con agentes infecciosos, así como el desarrollo de terapias y vacunas contra la hepatitis B, la tos ferina, la poliomielitis, el sarampión y el sida.
 
Es, pues, mucho lo que los humanos debemos a los chimpancés, criaturas a las que algunas asociaciones, encabezadas por el Proyecto Gran Simio, quieren otorgar derechos hasta ahora humanos en virtud de una visión reduccionista de los estudios genéticos que dan cuenta de las similitudes existentes entre nuestro genoma y suyo: compartimos el 99,4% de los genes.
 
Hace medio siglo Estados Unidos era uno de los pocos países (apenas media docena) que mantenía chimpancés en cautividad para utilizarlos en investigaciones biomédicas. Hoy se ha quedado sólo. Salvo, tal vez, Gabón, los demás países han abandonado el empleo experimental de chimpancés; por una panoplia de razones: las hay de orden ético, científico, económico, pero también políticas y terroristas. No hay que olvidar que algunos grupos de defensa de los animal recurren a tácticas violentas para conseguir sus propósitos: amenazas de muerte a investigadores (o a sus familiares), colocación de explosivos en laboratorios…
 
Estos extremistas luchan por que se elimine completamente el empleo de cobayas, algo hoy por hoy impensable, ya que hay muchos experimentos de laboratorio y muchas investigaciones básicas que no pueden ser sustituidas por las emergentes técnicas alternativas, como el cultivo celular y los modelos in silico o las simulaciones por ordenador.
 
El pensamiento moderado va en esta línea, esto es, la búsqueda y aplicación de modelos sustitutivos del animal... y el empleo respetuoso, racional y controlado de las cobayas. También presionan para que no se emplen animales como los perros, los gatos, los conejos, los caballos y los primates no humanos, sobre todo aquellos que son tenidos por grandes simios, es decir, los gorilas, los orangutanes y los chimpancés.
 
¿Es realmente inevitable la presencia de "chimpas" en los centros de investigación? ¿Han de seguir muriendo en nombre de la ciencia? ¿Qué beneficios biomédicos pueden obtenerse de ello? ¿Dónde está la línea que separa el uso ético e inmoral de dichos animales? Preguntas como éstas han encendido un agrio debate en la comunidad científica de los Centros Nacionales de la Salud (NIH) estadounidenses, seis de los cuales cuentan con dependencias para la cría de los mismos. En estos días, sus responsables se están cuestionando la conveniencia de paralizar definitivamente los ensayos con chimpancés o, por el contrario, seguir criando más ejemplares para las futuras generaciones de investigadores.
 
El progresivo abandono de estos primates como modelo animal, junto a la obligación de jubilar en santuarios a los chimpancés desechados o no utilizados en ensayos, explica por qué la población de simios-reclusos ha pasado de 1.500 en 1996 a 1.133 en 2006. El descenso parece imparable, algo que preocupa a algunos expertos, que advierten de que el abandono de la cría puede acarrear problemas en el futuro y de que debería mantenerse una población de unos mil ejemplares para que puedan ser utilizados cuando la investigación o una emergencia lo requiera, a pesar de que mantener a una de estas criaturas, que pueden vivir entre 30 y 45 años, cueste en torno al medio millón de dólares.
 
Los más cautos se muestran favorables a esta iniciativa, siempre que los "chimpas" no sean utilizados en experimentos cruentos. Es el caso de la Human Society de Estados Unidos y la New England Antivivisection Society, que han lanzado sendas campañas para frenar los experimentos invasivos en chimpancés. Por otro lado, no pocos investigadores muestran dudas de que sea imprescindible la presencia de estos primates en los estudios de vacunas, fármacos y enfermedades; y, en los que de momento no se puede eludir su utilización, las nuevas técnicas de imagen médica y la información que está revelando la secuenciación del genoma del chimpancé evita intervenciones cruentas.
 
Mientras la llama de la polémica se mantiene viva, muchos chimpancés están siendo recolocados en zoos y safaris. Eso es, por ejemplo, lo que hicieron los neerlandeses, los últimos europeos en abandonar la experimentación con chimpancés, en 2004. Parecida decisión tomó en octubre de 2006 una compañía japonesa ligada a la Universidad de Kioto, al abrir un santuario para sus 80 "chimpas" cooperantes. Al menos éstos han pasado a mejor vida. Una envidia para los otros 10.000 monitos situados en un peldaño más abajo en la escala evolutiva que cada año son destinados a experimentos científicos en la Unión Europea.
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