Libran a nuestros bosques de la carne pútrida de las reses y alimañas muertas. Es el suyo el último y más desagradable trabajo del ciclo de la materia viva. Sin ellos, todos moriríamos de peste y otras enfermedades infecciosas provocadas por la acumulación de deshechos vivos en el campo a causa de la ganadería extensiva.
Decíamos que no suelen ser protagonistas de la actualidad. Pero esta semana sí lo han sido, y para su desgracia. Una vez más (y ya van unas cuantas en el último lustro), los medios de comunicación han corrido a dar cuenta de supuestos ataques de estas carroñeras a cabezas de ganado vivas. En concreto, se habla ahora de varios casos de vacas y terneros atacados hasta la muerte por centenares de buitres en Burgos y en la comarca vizcaína de Las Encartaciones.
El caso recuerda a otros denunciados en Aragón, Navarra y el País Vasco desde 2005. Y, por supuesto, las especulaciones de los medios generalistas no se han hecho esperar: la falta de alimento, la crisis de la ganadería y las nuevas condiciones del territorio han provocado que los buitres, carroñeros por excelencia, se conviertan en depredadores hambrientos. Han cambiado su comportamiento. Todavía nadie ha osado acusar de este hecho al cambio climático, pero todo se andará.
Hay que decir que, de ser ciertas estas informaciones, nos encontraríamos ante una de las noticias científicas más importantes del siglo: estaríamos experimentando en vivo el primer caso de evolución repentina de una especie que cambia sus hábitos alimenticios en cuestión de décadas, en menos tiempo del que se requiere para que pase una generación. Por desgracia, la noticia no es tal.
La historia de los ataques de buitres al ganado viene de lejos. Es una larga cuestión de desencuentros entre los ganaderos, la Administración y las aves. Periódicamente se producen denuncias al respecto. Entonces, la cadena de acontecimientos se repite: los biólogos se hartan de decir que los buitres no son capaces de matar a una res viva, los ganaderos se empeñan en pedir indemnizaciones y la Administración, cómo no, termina pagándolas.
Ninguna de las tres partes actúa con ánimo de dolo, probablemente, pero si hay una víctima inocente de la historia es el buitre. Generalmente, el asunto suele terminar con la aparición de unos cuantos individuos envenenados de buitre leonado (que se libra a duras penas de la extinción) o de buitre negro (que está en las últimas).
De nada sirven los esfuerzos de los científicos por arrojar un poco de rigor al rumor. Pero habrá que volverlo a intentar.
Veamos: los buitres no están diseñados evolutivamente para matar. Al contrario de lo que sucede con las aves cazadoras (águilas, halcones, milanos…), carecen de garras poderosas con las que herir y asfixiar a sus presas. Sus picos curvados son excepcionales para hurgar entre las vísceras y quebrar huesos, pero carecen de una función depredadora. Sus cuellos largos están exentos de pelaje o escamas para poder penetrar entre la musculatura de los animales muertos sin engancharse, lo que los hace muy vulnerables a cualquier zarpazo o mordisco de una presa viva. Sus movimientos son torpes y lentos. Lo mejor de todo es que ellos mismos son conscientes de sus limitaciones, por lo que han desarrollado a lo largo de los milenios una excelente estrategia de supervivencia: la cobardía.
Hay pocas experiencias más bellas en el territorio ibérico que contemplar el comportamiento de un grupo de buitres cerca de sus nidos. Conforme el visitante se acerca al risco donde espera encontrar las familias de aves carroñeras, le asalta una tremenda sensación de sentirse observado. Los individuos oteadores saltan de vez en cuando desde lugares imposibles. Da igual lo sigiloso que seas: el buitre seguro que te ha visto mucho antes de lo que imaginas, y ha alzado el vuelo hacia un lugar seguro antes de que tú siquiera hayas reparado en su presencia. El buitre es un animal esquivo, cobarde, huidizo, pero bello.
Y no, no es un asesino.
Es cierto que, en contadas ocasiones, estas aves pueden acercarse a una res aún viva... si se da alguna de las siguientes circunstancias: que la res esté debilitada y casi moribunda o que esté pariendo, ya que los buitres pueden intentar picotear la placenta. En estos casos, muy contados, el resultado puede ser la muerte de la res, o que el parto accidentado acabe con la vida de la madre y de la cría, hecho que la familia de buitres aprovechará para darse un buen festín.
Pero no existe ninguna razón científica que haga sospechar que se ha producido un cambio fisiológico o de comportamiento en las especies actuales de buitre, cosa que, por otro lado, sería evolutivamente imposible. Para que una especie mute sus costumbres o su fisiología hasta tal punto hacen falta miles de años de evolución.
Entonces, ¿a qué responde la proliferación de estas noticias?
Es evidente que los buitres no pasan por buenos momentos. Cada vez se reciben en los centros de atención de la fauna salvaje más ejemplares debilitados y hambrientos. Parte de la culpa la tiene la legislación, que prohíbe depositar reses muertas en comederos y muladares por miedo a la transmisión de enfermedades como el mal de las vacas locas. El buitre ha visto reducidas sus posibilidades de encontrar alimento fácil, y cada vez se acerca más a los núcleos de población y de ganado en busca de comida. Se deja ver.
Por otro lado, tampoco los ganaderos lo tienen fácil. Cada vez es más complicado el cuidado requerido por el ganado no estabulado, con lo que proliferan las reses desatendidas y enfermas medio abandonadas, que terminan debilitándose hasta el extremo de convertirse en cadáveres andantes a los ojos de un carroñero.
Si a esto se añade el pérfido mecanismo de las subvenciones, habremos completado parte del cuadro. La tenencia de cabezas de ganado es, de por sí, una fuente de ingresos subvencionados, lo que fomenta la mala praxis y el descuido de algunos ganaderos. Y la pérdida de cabezas por ataques de alimañas es otra forma de garantizarse un ingreso de dinero público en ciertas ocasiones.
Ténganse en cuenta las dificultades objetivas para determinar si una res estaba viva o muerta antes de ser devorada por un buitre leonado y se comprenderá mejor lo propicio que es este asunto para la práctica de la picaresca.