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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Los atletas del trinque presupuestario

Se puede decir con toda justicia que el trinque presupuestario es nuestro deporte nacional, y tan sólo el hecho de que no sea una disciplina reconocida por el COI nos impide estar en lo más alto del medallero olímpico.

Se puede decir con toda justicia que el trinque presupuestario es nuestro deporte nacional, y tan sólo el hecho de que no sea una disciplina reconocida por el COI nos impide estar en lo más alto del medallero olímpico.
Al ser humano en general le encanta recibir dinero sin entregar nada a cambio, pero a los españoles es que nos fascina, sobre todo si aceptamos que el hecho de que el gobierno robe a unos para darle a otros no es una inmoralidad fruto de la coacción estatal, sino una suerte de justicia social que los políticos ponen en marcha a través del mecanismo que hemos dado en llamar redistribución.

No importa que también a los trincones les toque ser expoliados. La subvención es la subvención, y aunque el resultado final, entre lo que les quitan y lo que les dan, sea negativo, la satisfacción de recibir una ayuda económica por los conceptos más absurdos les impide hacer ese cálculo tan elemental como revelador.

El primer requisito para recibir una subvención estatal es no tener ninguna necesidad de ella, pues la redistribución de la riqueza no responde al objetivo de ayudar a los necesitados, sino al de captar fidelidades entre los sectores mejor organizados para que sigan apoyando a los redistribuidores. En la España de Zapatero tenemos hasta ministerios cuya única función conocida es la de engrasar las bielas de las organizaciones más próximas a su ideario, como el de Igualdad de la inefable Bibiana Aído, cuyas aportaciones al bien común y al desarrollo de Occidente tendrán un espacio más bien limitado en las futuras enciclopedias.

Tomemos como ejemplo el concepto de gratuidad de los servicios que presta el estado, estupidez en grado superlativo que sin embargo, o precisamente por eso, es aceptada con toda naturalidad por sus víctimas. Además de la sanidad y la educación públicas, que no sólo no son gratuitas, sino que son extraordinariamente caras en comparación con el precio de esos mismos servicios en el sector privado, al llegar el inicio del curso escolar se ha puesto de moda entre los mandarines autonómicos el regalar los libros de texto. Se trata de una subvención universal que todos trincamos, aunque es evidente que podríamos (y deberíamos) pagar de nuestro bolsillo el material escolar para la educación de nuestros hijos, en lugar de sacar el dinero del bolsillo ajeno. De esta forma tenemos a familias numerosas con un altísimo nivel de ingresos recibiendo cada mes de septiembre un pastón, en dinero o en especie, con cargo a los impuestos que paga el joven matrimonio mileurista del piso de al lado, que ni siquiera tiene hijos todavía. Esto es un ejemplo de la justicia social promovida por los políticos entre el aplauso general, pero los hay a millares, en una sociedad que ha hecho de la redistribución socialista un dogma intocable, sólo a la altura del de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Al miedo a ejercer nuestra libertad individual y responsabilizarnos de nuestro futuro se une el deseo irrefrenable de que el prójimo no tenga más nivel de vida que nosotros, sentimiento característico de un país de envidiosos que el gobierno y sus medios afines explotan en su propio beneficio. La gran mayoría de la gente prefiere que no haya emprendedores de éxito a su alrededor, porque su ejemplo les pone ante el espejo de su propia mediocridad; y si el precio es vivir una existencia vulgar, sin más expectativas que las que se deriven de la política social(ista) del gobierno de turno, lo paga gustosa.

En España no hacemos homenajes a los industriosos que ponen en práctica una idea de negocio y crean puestos de trabajo, sino que los insultamos y los vemos como elementos sospechosos porque, ay, cuando tienen éxito se enriquecen, grave pecado que los moralistas del progreso condenan sin paliativos. Es lo normal en un país en que la primera lectura del día del agricultor medio no es el almanaque zaragozano sino el Diario Oficial de la Unión Europea, no sea que se le escape una subvención y la suegra le llame inútil, con el consiguiente disgusto familiar. Y si el vecino se ha enterado y ha trincado la pasta a tiempo, entonces el drama está servido.

Por afrentas mucho menos graves ha salido gente en el bloque de sucesos de los telediarios. Todo por el trinque, el puñetero trinque.
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