Lo cierto es que tengo poco o mejor dicho nada que contar esta semana en lo tocante a actos culturales; la resaca de la Feria del Libro de Madrid es demasiado fuerte como para volver a los salones nada más ser clausurada, cosa que ocurrió mansamente, como manso fue su discurrir. No hay nada como agrupar al sector en torno a un lema neutral para pacificarlo. Los libreros, han tenido ya su agosto (que es por cierto el peor mes para su negocio) y los editores se disponen ahora a pasar el estiaje de la mejor manera posible, centrándose en la convocatoria de premios, y la preparación de la Feria de Francfort. ¡Ah! Y del LIBER; se me había olvidado, ese remedo de Feria Internacional que se celebra un año en Madrid y otro en Barcelona y que intenta, en vano, competir con la feria alemana. Este año toca Madrid, y seguro que sus organizadores lo agradecen. Entiéndanme, no es que considere a Barcelona una ciudad poco cualificada para albergar esa cita, cosa que han hecho a la perfección durante muchos años (la última, la 22ª edición, el año pasado) ni mucho menos; cuando les interesa, los catalanes saben ser tan españoles como el que más (los hay que en el extranjero recurren al flamenco como señuelo para vender sus productos sin el menor rubor, sabedores de que la sardana tiene poco sexy) y el sector editorial de esa “su comunidad” es consciente de que debe su prosperidad y relevancia a la lengua española y nada más. ¡Terrible dilema en este preciso momento de su historia!
Aunque lo nieguen, y digan que todo sigue igual, los editores con sede en Cataluña están preocupados. Los nacionalistas en el poder son tan cerriles (parece inevitable) que ya verán como dentro de poco les declararán no sólo ajenos, sino tal vez hostiles, a los intereses de Cataluña. De hecho, ya está sucediendo por el bien de los intelectuales catalanes que escriben en español y que están siendo marginados y represaliados por no entrar por el aro del “mito identitario”. El círculo se va estrechando y algunos han pedido la paz y la palabra mediante un manifiesto que ha sido recibido con escándalo por los suyos y con indiferencia por el resto de España. Los primeros, en el mejor de los casos, les han tachado de resentidos. Sostienen la teoría de que “los abajo firmantes” no han podido soportar la prueba del algodón que es el paso del tiempo y su consiguiente pérdida de protagonismo. Fueron, me decía un joven catalán de expresión castellana, demasiado importantes en su época de rebeldía antifranquista como para soportar, ahora que no hay Franco que valga, pasar a un segundo plano. A eso se le llama enfrentamiento generacional. Los jóvenes jamás han querido aprender de sus mayores; prefieren asumir sus propios errores, aunque sean de bulto como el aquí reseñado.
El manifiesto ha sido publicado en muchos medios de comunicación y no es mi intención analizarlo. Me interesan más las reacciones que ha suscitado, incluso entre los firmantes originales, me refiero a cierto correo electrónico que uno de ellos ha dirigido a sus amigos para desvincularse del hecho de que Horacio Vázquez Rial, también “abajo firmante”, colabore en Libertad Digital. Mal empezamos si al tiempo que reivindicamos la libertad de expresión, criticamos nosotros mismos a uno de nuestros compañeros de firma porque se expresa aquí o acullá. Hay a quien le da mucho miedo que le tachen de derechista, sin darse cuenta de que los políticos catalanes de derechas también son nacionalistas. Hay una fotografía estremecedora al respecto. La reprodujo El Mundo el junto al texto del citado manifiesto; se ve a los políticos catalanes brindando con cava el 11 de septiembre (Diada de Cataluña); están Piqué, Ramón Camp, Carod-Rovira, Higini Clotas, Ernest Benach, Pasqual Maragall y Artur Mas. Todos son catalanes. ¿Se imaginan que en la Comunidad de Madrid todos tuvieran que ser madrileños? Ahí está contenida toda la intolerancia y la mediocridad del nacionalismo.