Menú
MEMORIAS DE UN SOLDADO

López de Ochoa y la Revolución de Asturias

El general Eduardo López de Ochoa y Portuondo nació en Barcelona, en el seno de una familia militar, en 1877. Era, pues, poco más que un adolescente cuando se vio inmerso en las batallas que culminaron en Cuba en el desastre de 1898. Posteriormente serviría en la Península y, a partir de 1907, en África. Tenía 37 años en 1914, cuando abogó por la entrada de España en la Gran Guerra.

El general Eduardo López de Ochoa y Portuondo nació en Barcelona, en el seno de una familia militar, en 1877. Era, pues, poco más que un adolescente cuando se vio inmerso en las batallas que culminaron en Cuba en el desastre de 1898. Posteriormente serviría en la Península y, a partir de 1907, en África. Tenía 37 años en 1914, cuando abogó por la entrada de España en la Gran Guerra.
Detalle de la portada de MEMORIAS DE UN SOLDADO.
Al instaurarse la dictadura, Primo de Rivera, a quien había conocido en África, lo designó gobernador, civil y militar, de Cataluña; pero duró poco en el cargo: hasta 1924, cuando sus enfrentamientos con el dictador llevaron a éste a cesarlo. Su manifiesto republicanismo llevó a López Ochoa al exilio en Francia. En aquella época ingresó en la masonería. Más tarde, durante la República, fue por un periodo breve capitán general de Cataluña. A las órdenes de la República, encarnada para el caso en el jefe del Gobierno, Alejandro Lerroux, y el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, del que Francisco Franco Bahamonde era asesor directo, se hizo cargo de la represión de la insurrección de Asturias en 1934.
 
López Ochoa fue asesinado en 1936, en Madrid; el 16 de agosto.
 
Valga el precedente resumen para entrar [en] materia: la singularidad de López de Ochoa en su época y en el grupo de los militares que sirvieron en África, por una parte; y la verdad de lo ocurrido en la cuenca minera asturiana, más allá de la propaganda que viene condicionando desde entonces la idea que tenemos de los acontecimientos: el mito de la represión sangrienta y generalizada, que dio lugar a que el general fuese llamado "el verdugo de Asturias".
 
Gerald Brenan definió a López de Ochoa como "humanitario y masón", y su bisnieta, la doctora Elena Ochoa, hoy Elena Foster por matrimonio, recordaba en una entrevista que "en Cataluña y en otros lugares negoció con los anarquistas el respeto a los edificios de carácter religioso, cualesquiera que fueran, pese a ser un hombre convencidamente ateo". Imágenes, como se ve, muy alejadas de la probabilidad de que ese hombre se trocara repentinamente en "verdugo".
 
Lo más importante de la campaña de Asturias, que distó mucho de ser una carnicería o una lucha desigual, es que culminó en una rendición de los mineros, y que ello se debió en gran medida a las capacidades negociadoras del general, demostradas ya en la mítica entrevista del 18 de octubre de 1934 con el líder minero, y presidente del comité revolucionario, Belarmino Tomás.
 
(...)
 
En Campaña militar de Asturias, publicado en Madrid en 1936, López de Ochoa dejó consignada su versión de los acontecimientos.
 
Uno de los puntos clave de la negociación estaba relacionado con la presencia en Asturias de tropas moras, al mando del entonces teniente coronel Yagüe. Tomás le dijo a López de Ochoa que "estaban dispuestos a sufrir las consecuencias de los actos que habían realizado y, por lo tanto, el castigo que los tribunales le impusieran a cada cual, pero que pedían que el general les garantizase con su palabra que las tropas no tomarían ninguna represalia, ni se ejecutaría acto de fuerza alguno, y que lo único que solicitaban como súplica era que de ningún modo se permitiera a las tropas indígenas moras entrar en las poblaciones, pues le tenían verdadero temor por sus costumbres y por lo que de ellos se decía". López de Ochoa se vio en la obligación de enfrentarse a Yagüe, ansioso por lanzar a sus moros sobre la población y crispado por la frustración hasta el punto de sacar la pistola y amenazar al general, sin éxito. Como consecuencia, pocos días después de sofocada la rebelión, el 24 de octubre, cuando Franco llegó a Oviedo en el séquito de los ministros Hidalgo, Guerra del Río y Aizpún, en visita de inspección, abrazó a López de Ochoa y no a Yagüe.
 
(...)
 
Ha sido un error repetido el atribuir a Franco un papel más destacado del que tuvo realmente en la campaña. Ni Franco estuvo allí, ni López de Ochoa fue un verdugo. El primero, como se puede leer en la memoria familiar, refrendada por el propio general en su Campaña de Asturias, era sólo uno de los tres jefes militares (los otros eran Luis Castelló Pantoja y Carlos Masquelet Lacaci, jefe de Estado Mayor, es decir, con mando sobre Franco) que estuvieron presentes en la reunión de López Ochoa con Diego Hidalgo y el ministro de Gobernación, Eloy Vaquero Cantilo, designado hacía apenas cuarenta y ocho horas en reemplazo de Rafael Salazar Alonso. El propio Lerroux, de acuerdo con el presidente Alcalá Zamora, había escogido a López de Ochoa para la misión. Hidalgo, por su parte, había abogado por Franco y, más tarde, haría lo posible y lo imposible para que el futuro caudillo interviniera en las acciones (...)
 
Francisco Franco.Hidalgo había sido ratificado por Lerroux después de haberse desempeñado en el cargo en el Gobierno de Samper: más tarde le sucederían el propio Lerroux, durante un breve período, y Masquelet, hasta 1936. Castelló sería el primer ministro de la Guerra de la República tras el alzamiento de Franco en 1936. Masquelet participó activamente de la defensa de Madrid durante toda la guerra, como amigo y correligionario de Azaña. No hablamos, pues, de figuras menores ni de ultramontanos: las decisiones respecto de la sublevación de Asturias fueron tomadas por un grupo de republicanos, entre los cuales Francisco Franco era el único sin posición política definida, y el que menos poder tenía, si bien poseía la habilidad necesaria para colar a Yagüe en la operación. En cuanto a la acción militar en su conjunto, la iniciativa se dejó en las manos de López de Ochoa, como era deseo del presidente.
 
[...]
 
La exitosa propaganda contra el "verdugo" López de Ochoa fue la causa de su asesinato.
 
Después de la rendición pactada de los mineros en armas, y una vez fuera de Asturias López de Ochoa, algunos mandos militares y de la Guardia Civil procedieron a una venganza lenta y cotidiana. Entre ellos destacó el comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval y Bravo, nombrado delegado de Orden Público para Asturias y León por el Gobierno de España. (...) Pío Moa, en (...) El derrumbe de la República (...), escribe: "Vencida la revuelta, el comandante Lisardo Doval (...) recibió la misión de capturar a los fugados y descubrir las armas escondidas. Doval, más eficaz que escrupuloso, según Madariaga, debió de emplear la tortura, aunque ciertamente sin el carácter indiscriminado (los 'miles de obreros martirizados') que le achacaron (...). Pero justo a raíz de su mayor éxito, la captura de González Peña, Doval fue retirado de Asturias, a petición de Gil-Robles y otros, lo cual suena a admisión, nuevamente, de que las acusaciones tendrían algún fundamento". Si hubo un verdugo en Asturias, fue él.
 
[...]
 
Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, y el subsiguiente alzamiento del 18 de julio, milicianos anarquistas, socialistas y comunistas se concentraron en Madrid, con la idea de que todo se iba a resolver en la capital. Muchos fueron desde Asturias, convencidos por el agit prop de que su enemigo natural y mortal era López de Ochoa. El general Sebastián Pozas Perea, efímero ministro de la Guerra en el Gobierno de concentración de Martínez Barrio, preocupado por el destino de su amigo Ochoa, lo hizo ingresar en el Hospital Militar, imaginando que allí estaría a salvo de la acción de la turba. Se equivocó: allí fueron a buscarlo. Según el testimonio de un médico que habló con su hija años después, lo fusilaron en el patio del establecimiento. Otras versiones dicen que lo subieron a un camión, que se alejó de Carabanchel hacia el centro y en cuyo interior lo decapitaron, al parecer, en la calle General Ricardos. En cualquiera de los dos casos, el resultado sería el mismo: la cabeza de López de Ochoa fue clavada en una bayoneta y, para escarnio de la víctima, paseada por la ciudad entre insultos y escupitajos.
 
Su cuerpo, sin cabeza, pese a la piadosa versión familiar (...), fue enterrado en el Cementerio del Este al día siguiente.
 
 
NOTA: Este texto es un fragmento del prólogo de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL a las MEMORIAS DE UN SOLDADO del general EDUARDO LÓPEZ DE OCHOA, que acaba de publicar la editorial Belacqua.
0
comentarios