Pekín es una de las capitales con menos días de "cielo azul" al año. La contaminación, el clima ventoso y las constantes nubes de polvo del desierto obligan a los pequineses a habitar bajo un casi perpetuo manto oscuro. El año pasado sólo se registraron 53 días de cielo despejado. Para 2008 las autoridades quieren garantizar un descenso de la contaminación suficiente que permita obtener, al menos, 120 días de cielo azul. De ese modo podrán ofrecer al mundo los Juegos Olímpicos "verdes" y ecológicos que han prometido.
Pero no lo tienen nada fácil. Las tormentas de arena como la de esta semana abundan. Los patrones de vientos tienen parte de la culpa, pero también cuentan factores como el avance de la masa desértica y la reducción del volumen boscoso. A menos árboles, menor capacidad de retención de suelos y arenas y menores barreras contra el polvo en suspensión.
En Pekín están acostumbrados a vivir con ellas, pero no a su progresivo agravamiento y, mucho menos, a la posibilidad de que una de estas tormentas les chafe los próximos Juegos Olímpicos. Por eso, en esta ocasión las autoridades chinas han decidido cortar por lo sano: combatir el polvo con agua. En concreto, con agua de lluvia generada artificialmente.
A mediados del siglo pasado se intensificaron las investigaciones relacionadas con la generación de lluvia artificial. Los intentos más conocidos son los bombardeos de las nubes con hielo seco o con yoduro de plata, como el que se ha utilizado en China estos días.
Se trata de utilizar avionetas o cañones desde tierra para proyectar cápsulas de yoduro de plata a un determinado tipo de nubes. Esta sustancia provoca la cristalización de las gotas de agua y genera en el proceso cantidades suficientes de calor. Con ello se producen dos efectos: aumenta el tamaño y el peso de las gotas de agua (justo hasta el punto que les permite convertirse en lluvia) y favorece la formación de nubes de desarrollo vertical.
El sistema ha sido utilizado con éxito en muchas ocasiones, pero no es ni infalible ni inocuo. No es infalible porque requiere que se den unas circunstancias ambientales muy concretas tanto en el tipo de formación nubosa como en la temperatura, la hora del día, la altura de las nubes... Y no es inocuo porque puede producir ciertos efectos secundarios. Por ejemplo, aumenta el riesgo de producción de tormentas de granizo severas. De hecho, las últimas tormentas desastrosas ocurridas en China el año pasado son atribuidas por algunos expertos al uso yoduro de plata para combatir la sequía.
No parece muy inteligente someter un territorio a un círculo vicioso de impredecibles consecuencias, sobre todo si se trata de jugar con un sistema tan inestable como el clima. La sequía se combate con lluvia artificial, que genera tormentas desastrosas, lo que erosiona el suelo y favorece la pérdida de estabilidad vegetal y, por ende, conduce a más sequía…
Tampoco es el clima un juguete que pueda usarse a discreción, provocando lluvias barredoras de polvo o, como ya se ha anunciado, forzando el adelantamiento de la época lluviosa para que una tormenta no estropee la ceremonia inaugural de los Juegos de Pekín.
Pero sí es posible seguir investigando en la consecución de lluvias artificiales con el fin de combatir la sequía en las regiones más áridas del planeta. Un sistema más novedoso que se investiga en diferentes organismos científicos, entre ellos la NASA, es el control de las denominadas "islas de calor".
La proliferación de las grandes urbes en el último siglo tuvo un curioso e inesperado efecto en la ciencia física. Los climatólogos observaron que en las islas de calor (zonas de la superficie cercanas a las ciudades donde la temperatura es mayor que la del entorno) se producían fenómenos de lluvia más recurrentes y previsibles que en las áreas despejadas.
El sistema de lluvia artificial ahora diseñado consiste en la colocación de un "parche" de un material oscuro y de poca reflexión lumínica en un área de unos dos kilómetros en zonas de sequía. Este parche absorbe la radiación solar más eficazmente que el suelo rocoso y, por lo tanto, calienta el aire que lo rodea. Las masas de aire caliente favorecen la evaporación de las partículas de agua atmosférica, que al ascender rápidamente vuelven a enfriarse, para condensarse en gotas de lluvia. Ya se han realizado las primeras pruebas con esta técnica, y los científicos prometen avances espectaculares.