Heródoto, el llamado por Cicerón "padre de la Historia", contó que en la Gran Pirámide había una inscripción en la que se detallaban las cantidades de esos alimentos consumidas por los obreros que la levantaron. Esa inscripción, lamentablemente, hace muchos siglos que desapareció.
Las lentejas son una leguminosa que el hombre ha consumido desde el principio de los tiempos. Otra cosa es que las aprecie: aunque a muchísima gente le gustan mucho, hay también muchos que las desprecian; que, pese a sus indiscutibles propiedades alimenticias, las consideran un alimento incompleto, poco estimable.
A mí me gustan las lentejas. Hombre, no tanto como a Esaú; yo no vendería nada importante por un simple plato de lentejas. Si se fijan, aún hoy la expresión "venderse por un plato de lentejas" es bastante peyorativa, y todos pensamos en el hambre que tenía que tener ese día el bueno de Esaú...
Me gustan las lentejas "viudas" (sin carnes), me gustan en la tradicional compañía del chorizo, del jamón, del tocino... Al cerdo le van muy bien las lentejas; y, claro, también le van muy bien al ave más parecida al gorrino, gastronómicamente hablando, y que, como el marrano, no tiene desperdicio: el pato.
Y, hablando de patos, y aprovechando que el Nilo pasa por El Cairo... Alguna vez hemos contado que, en las pirámides de Sakkara, más antiguas que las de Gizeh, puede verse la figura de algunos esclavos dedicándose a cebar ocas. Todos sabemos que las ocas se ceban para provocarles una hipertrofia de su hígado, una hepatomegalia, cuyo resultado es lo que hoy conocemos por foie-gras.
Así que los egipcios comían lentejas, por un lado, y conocían el foie-gras, por otro; seguramente los que conocían una de las dos cosas ignoraban la otra, pero eso no impide que nosotros las podamos reunir en el mismo plato, y en un plato –doy fe– verdaderamente rico, estupendo: unas lentejas con royale de foie-gras.
Una royale viene siendo, simplificando mucho las cosas, una especie de flan sin azúcar ni otro edulcorante; suele usarse para cosas como poner unos tropezones elegantes en un consomé, por ejemplo. Pero se pueden hacer muchas royales. Y la de foie-gras tiene usía.
Vamos con ello. Lo primero, hacerse con unas lentejas de calidad; hoy, por fortuna, ya no es necesario dedicarse, como antes, a escogerlas casi una a una para eliminar los elementos indeseables que venían en el paquete, como piedrecitas y hasta insectos en todas las fases de su desarrollo.
Bien: lentejas. De La Armuña, por ejemplo. A remojo de víspera con ellas, si les hace falta, que ahora tampoco les hace falta a todas. Bien limpitas, procederemos a picar muy menudo una zanahoria, lo blanco de un puerro, un diente de ajo... Haremos ver a estas hortalizas la obligación que tienen de perder su orgullo y ablandarse por el expeditivo método de sofreírlas en un poco de aceite de oliva.
Logrado esto, será el momento de añadir a la olla las lentejas, cubrirlas con agua y ponerles la sal que juzguemos necesaria. Al fuego con ellas, hasta que estén en su punto; serán, si las lentejas son de calidad, unos diez minutos, quizá alguno más.
Por otra parte, y puestos en posesión de unos cien gramos de foie-gras "mi-cuit" (es muy cómodo de manejar, y muy bueno), los pondremos en el vaso de la batidora, en el que se les unirán inmediatamente un par de huevos y un cuarto de litro de caldo de gallina. Una vez lograda la necesaria compenetración de estos elementos, y comprobado que el punto de sal es el correcto, distribuiremos esa mezcla en cuatro cuencos de porcelana refractaria.
Los llevaremos al horno, que habremos puesto previamente a 140 grados, y las dejaremos allí, a esa temperatura, un cuarto de hora; ha de quedar –su contenido, claro– de la consistencia de un flan ligero, como apuntábamos más arriba.
Lo demás ya se lo imaginan: completen la capacidad de los cuencos con sus lentejas, y sírvanlos sin más dilaciones. Ya verán qué combinación más acertada. Un buen blanco, con algo de madera, les servirá de compañero ideal.
Las lentejas son una leguminosa que el hombre ha consumido desde el principio de los tiempos. Otra cosa es que las aprecie: aunque a muchísima gente le gustan mucho, hay también muchos que las desprecian; que, pese a sus indiscutibles propiedades alimenticias, las consideran un alimento incompleto, poco estimable.
A mí me gustan las lentejas. Hombre, no tanto como a Esaú; yo no vendería nada importante por un simple plato de lentejas. Si se fijan, aún hoy la expresión "venderse por un plato de lentejas" es bastante peyorativa, y todos pensamos en el hambre que tenía que tener ese día el bueno de Esaú...
Me gustan las lentejas "viudas" (sin carnes), me gustan en la tradicional compañía del chorizo, del jamón, del tocino... Al cerdo le van muy bien las lentejas; y, claro, también le van muy bien al ave más parecida al gorrino, gastronómicamente hablando, y que, como el marrano, no tiene desperdicio: el pato.
Y, hablando de patos, y aprovechando que el Nilo pasa por El Cairo... Alguna vez hemos contado que, en las pirámides de Sakkara, más antiguas que las de Gizeh, puede verse la figura de algunos esclavos dedicándose a cebar ocas. Todos sabemos que las ocas se ceban para provocarles una hipertrofia de su hígado, una hepatomegalia, cuyo resultado es lo que hoy conocemos por foie-gras.
Así que los egipcios comían lentejas, por un lado, y conocían el foie-gras, por otro; seguramente los que conocían una de las dos cosas ignoraban la otra, pero eso no impide que nosotros las podamos reunir en el mismo plato, y en un plato –doy fe– verdaderamente rico, estupendo: unas lentejas con royale de foie-gras.
Una royale viene siendo, simplificando mucho las cosas, una especie de flan sin azúcar ni otro edulcorante; suele usarse para cosas como poner unos tropezones elegantes en un consomé, por ejemplo. Pero se pueden hacer muchas royales. Y la de foie-gras tiene usía.
Vamos con ello. Lo primero, hacerse con unas lentejas de calidad; hoy, por fortuna, ya no es necesario dedicarse, como antes, a escogerlas casi una a una para eliminar los elementos indeseables que venían en el paquete, como piedrecitas y hasta insectos en todas las fases de su desarrollo.
Bien: lentejas. De La Armuña, por ejemplo. A remojo de víspera con ellas, si les hace falta, que ahora tampoco les hace falta a todas. Bien limpitas, procederemos a picar muy menudo una zanahoria, lo blanco de un puerro, un diente de ajo... Haremos ver a estas hortalizas la obligación que tienen de perder su orgullo y ablandarse por el expeditivo método de sofreírlas en un poco de aceite de oliva.
Logrado esto, será el momento de añadir a la olla las lentejas, cubrirlas con agua y ponerles la sal que juzguemos necesaria. Al fuego con ellas, hasta que estén en su punto; serán, si las lentejas son de calidad, unos diez minutos, quizá alguno más.
Por otra parte, y puestos en posesión de unos cien gramos de foie-gras "mi-cuit" (es muy cómodo de manejar, y muy bueno), los pondremos en el vaso de la batidora, en el que se les unirán inmediatamente un par de huevos y un cuarto de litro de caldo de gallina. Una vez lograda la necesaria compenetración de estos elementos, y comprobado que el punto de sal es el correcto, distribuiremos esa mezcla en cuatro cuencos de porcelana refractaria.
Los llevaremos al horno, que habremos puesto previamente a 140 grados, y las dejaremos allí, a esa temperatura, un cuarto de hora; ha de quedar –su contenido, claro– de la consistencia de un flan ligero, como apuntábamos más arriba.
Lo demás ya se lo imaginan: completen la capacidad de los cuencos con sus lentejas, y sírvanlos sin más dilaciones. Ya verán qué combinación más acertada. Un buen blanco, con algo de madera, les servirá de compañero ideal.
Y, después... no voy a decirles que se pongan de perfil, pero ya verán cómo se sienten reconfortados y capaces de emprender la construcción de una pirámide. Pequeñita, claro, que tampoco hay que pasarse. Pero esas lentejas son, no les quepa la menor duda, dignas de un faraón como Ramsés II, por lo menos.
© EFE