Google, más inteligente que Justicia, ya ha previsto un Death Map, un mapa de la muerte, por si sufrimos una invasión de zombies. Entras en Google, tecleas "muerte" en english y te aparece el mapa con los puntos de reunión y avituallamiento para escapar de los walking dead. Resulta imprescindible.
Lo mismo que el libro de Mel Brooks Jr. Hay que estar preparado ante el sobrevenido de una muerte vírica, contagiosa y acelerada, como esos muertos vivientes que corren en El Amanecer de los muertos.
Los juriconsultos españoles cierran los ojos ante la proliferación de caníbales, como el de Rotemburgo. El alemán avisó de que hay ochocientos como él: en España hay cadáveres que no aparecen. El ataque de Ruby Eugene, de 31 años, que en un paso cebra de Miami se arrojó sobre otro hombre, desnudo como un licántropo, en plena transformación, es un aviso internacional que en otro tiempo le habría molado a nuestro ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, el hombre que llevó el despacho de la alcaldía de Madrid a un palacio en Cibeles y convirtió el Manzanares en el Río de la Plata, por el dinero que se ha gastado en él.
Los muertos vivientes le habrían puesto las pilas por sus redaños de fiscal pubescente, y a estas horas ya tendría redactado un artículo anticaníbales, para el nuevo código penal. No obstante, a Gallardón no le ha sentado bien el cambio de alcalde a ministro. Ha perdido en la transformación y está como pasmado. Pierde popularidad y acierto a chorros. Ni siquiera se atreve a corregir errores conocidos, así que es difícil que se arranque con una innovación.
"Todo aquel que devore a otro por placer será condenado a diez años de cárcel, en los que la dieta será siempre de verdura y croquetas, evitando las carnes rojas y los bloody mary", o algo así, disuasorio y contundente. Porque si no, el día menos pensado tenemos aquí a nuestro Eugene. Eugene, de 31 años, devoró el pómulo, la nariz y un ojo a su víctima. Un policía le disparó a la pierna para que dejara de comerse a su víctima, como en una película de zombies, y Eugene, como un auténtico muerto viviente, gruñó y siguió mascando carne humana, hasta que el policía enloquecido le disparó seis veces seguidas.
De esta locura tienen la culpa los legisladores, que olvidan imponer castigo a los antropófagos. El canibalismo se conoce desde los tiempos más antiguos de Atapuerca, así que no hay excusa para no tenerlo legislado. Al policía le volvió loco un tipo al que la ley no consigue disuadir.
Gallardón, ministro, no hagas caso a tus asesores del PSOE, y ponte a escribir: ni atropófagos ni licántropos. En caso de zombies, a Google Maps. Olvídate de que no hay que legislar en caliente: ¿cuándo vas a legislar?, ¿cuando nos ataquen en los semáforos y nos quieran comer vivos?
Eugene había tomado un derivado de la cocaína que en Miami llaman "sales de baño": es una especie de superconcentrado artificial que produce ataques de psicosis. Los disparos del policía le cortaron de golpe la digestión, pero ahora el agente está en tratamiento psiquiátrico y nadie puede sacarle de su pesadilla. En España llevamos esa ventaja: ya vimos al de Rotemburgo, con su dentadura blanqueada, y ahora vemos a este hombre desnudo, asaltando a otro hombre como un animal, y comiéndoselo crudo. Las drogas son el medio, pero el canibalismo es el fin: un tipo nuevo de delincuencia en el que la perversión adelanta al lucro. O legislas rápido, o media policía necesitará un psiquiatra.