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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Le petit mal

Amables copulantes: Hubo un tiempo en que el orgasmo femenino era una rara y escandalosa exquisitez. Muchas eran las mujeres llamadas y pocas las escogidas.

Amables copulantes: Hubo un tiempo en que el orgasmo femenino era una rara y escandalosa exquisitez. Muchas eran las mujeres llamadas y pocas las escogidas.

Algunas damas curiosas, aficionadas a la literatura francesa, se enteraban de que había una cosa que se llamaba le petit mal y que no era una epilepsia sino una especie de trepidación o espeluzno paradisíaco que algunas mujeres lascivas que se dedicaban al fornicio habían aprendido a experimentar.

Como nadie en sus cabales quiere esperar a morirse para explorar el paraíso, empezaron a maliciarse que se estaban perdiendo algo. Sin embargo, como el tema era tabú, le petit mal parecía algo que dependía de la buena voluntad del marido porque tenía más experiencia. Pero, a veces, los maridos no estaban por la labor de despertar a sus esposas –que eso podía traer problemas– o eran unos ignorante pavisosos. Pobres abuelitas, que a lo mejor pensaban en cómo cebar al gorrino mientras sus maridos se abrían paso entre las sayas. Las más recalentadas acabaron cometiendo una imprudencia; las más listas tuvieron cuidado de que su marido no se enterase.

Los curas prohibían la complacencia sexual, incluso dentro del matrimonio, y el orgasmo femenino, caso de presentarse por generación espontánea, sólo era tolerado como resultado del coito porque, supuestamente, mejoraba la fertilidad. Todavía existe la creencia, incluso entre algunos científicos, de que las mujeres son más fértiles si tienen orgasmos durante el coito porque el útero se contrae varias veces y succiona y retiene mejor el esperma. Tonterías. No vayáis a creer, como se hacía antes, que si se evitaba el orgasmo se evitaba el embarazo. Tanto si el útero succiona como si no succiona, quedar insatisfecha no evita el embarazo, pero puede cabrear.

La verdad pura y dura es que el orgasmo femenino no sirve para nada. Sí, lo sé, a mí también me jeringa, porque mientras todos y cada uno de nosotros –el papa también– hemos sido engendrados merced a un orgasmo masculino, ninguno de nosotros hemos nacido gracias a un orgasmo femenino. Si la presión cultural, o cualquier otro problema, incapacitara a la totalidad de las mujeres para tener orgasmos, la humanidad no se extinguiría por ello. De hecho, en muchas sociedades se practica la ablación del clítoris y se recortan y cosen casi completamente los labios menores. El coito causa, entonces, un dolor de narices –de narices pero de vulva–, y sin embargo la tasa de natalidad no baja, aunque no vendría mal que bajase, la verdad sea dicha.

La conclusión lógica es que, si el orgasmo femenino no sirve para nada, no tiene base evolutiva alguna. Las hembras de los animales no tienen orgasmos, y quizá eso incluso las hace más fértiles. Las pobres, cuando están en celo, dejan agotados a los machos pero quedan invariablemente insatisfechas. El celo dura muy poco y la naturaleza, que es desalmada, presiona para que la hembra no desperdicie ninguna posibilidad de fecundar su óvulo. Los orgasmos reducen la tensión sexual.

Antes se pensaba que, a diferencia de la hembra humana, las otras hembras no eran capaces de tener orgasmos. Ahora se ha comprobado que en cautividad los tienen, pero el sistema es diferente del que emplea el macho para montarlas y se parece más al humano. Por ejemplo, una perra, si está en celo, le hace ofrenda de su trasero al macho, que la toma por detrás una y otra vez, dejándola insatisfecha. Pero, aunque no esté en celo, busca su muñeco de peluche, lo abraza, se frota con él en posición frontal y eso la satisface realmente.

El orgasmo femenino depende de la capacidad de una cultura para trasmitir esa posibilidad. El sexo puede ser vivido por las mujeres de un pueblo como una obligación odiosa. Existen sociedades enteras, como la de los arapesh, de los Mares del Sur, en las que no existe ni la noción de orgasmo femenino. Hay culturas en las que está prohibido calentar motores, desnudarse o mostrar afecto. Y los modales también influyen. Mientras los orientales decían: "Loto dorado, permite que mi nardo pruebe la miel de tu pequeña cueva", en la España profunda se podían decir: "Alzate el refajo, Obdulia, que tengo una necesidad".

Es muy curiosa la naturaleza de la mujer, porque, si bien es capaz de tener orgasmos múltiples, en muchas sociedades vive literalmente al margen de toda satisfacción sexual. Margaret Mead hace constar que la ausencia de orgasmo no es sentida, necesariamente, como una frustración por las mujeres. Por otro lado, hay pueblos que atribuyen a las mujeres las mismas expectativas sexuales que a los hombres. Las nativas de Mangaya, una isla al sur de las islas Cook, en la Polinesia central, tenían fama de ser las más avanzadas en esto del orgasmo. Los hombres tenían que aprender a proporcionarlos. Los rituales masculinos de iniciación incluían instrucciones sobre cómo estimular a las futuras esposas. Una mujer mayor y experimentada adiestraba a los jóvenes y un marido que no consiguiera satisfacer a su esposa perdía su estatus.

El orgasmo femenino provocado exclusivamente por el coito... no es que no exista, sino que resulta uno de los reflejos que más entrenamiento físico requiere.Las estadísticas confirman que, en las primeras relaciones sexuales, apenas el 10 % de las mujeres disfrutan de él, contra el 70% que lo consigue al final de su vida sexual. Un entrenamiento que puede durar 30 o 40 años.

En muchas sociedades las mujeres aprenden con penes artificiales. Cuando los españoles desembarcaron en Filipinas, comprobaron que el uso de falos artificiales estaba generalizado. Las balinesas tenían penes de cera. En Europa, hasta que se inventó el caucho, se fabricaban de vidrio, de cuero o de marfil, aunque no eran muy comunes.

Me queda rollo para rato, así que esto seguirá la próxima semana. Besos.

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